Si en el segmento pasado vimos las claves sobre cómo describir personajes en una historia, hoy queremos compartir con vosotros la segunda parte de esta entrada, con una lista de ejemplos concretos de descripciones hechas por escritores de distintos géneros y estilos.
La mejor escuela de la escritura está en los libros, así que nadie mejor que otros escritores para ayudarnos a mejorar las descripciones. A ver qué os parece esta selección:
Fragmento de “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway
«El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de esas cicatrices eran recientes. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos».
Fuente: El viejo y el mar, de Ernest Hemingway
Fragmento de “Ordeno y mando”, de Amélie Nothomb
«Por su carnet de identidad me enteré de que se llamaba Olaf Sildur y era de nacionalidad sueca. Moreno y regordete, no se correspondía con la idea que yo tenía de un escandinavo. Había hablado francés sin pizca de acento. Nacido en Estocolmo en 1967, el mismo año que yo. Parecía más viejo, sin duda a causa de su corpulencia. No pude leer su profesión, escrita en sueco. En la fotografía me pareció tan estúpido como lo era en aquel momento, en su cadavérica estupefacción: una vocación».
Fuente: Ordeno y mando, de Amélie Nothomb
Fragmento de “Drácula”, de Bram Stoker
«Mientras hablaba, los caballos comenzaron a piafar y a relinchar, y a encabritarse tan salvajemente que el cochero tuvo que sujetarlos con firmeza. Entonces, en medio de un coro de alaridos de los campesinos que se persignaban apresuradamente, apareció detrás de nosotros una calesa, nos pasó y se detuvo al lado de nuestro coche. Por la luz que despedían nuestras lámparas, al caer los rayos sobre ellos, pude ver que los caballos eran unos espléndidos animales, negros como el carbón. Estaban conducidos por un hombre alto, con una larga barba grisácea y un gran sombrero negro, que parecía ocultar su rostro de nosotros. Sólo pude ver el destello de un par de ojos muy brillantes, que parecieron rojos al resplandor de la lámpara, en los instantes en que el hombre se volvió a nosotros. Se dirigió al cochero: “Llega usted muy temprano hoy, mi amigo”».
Fuente: Drácula, de Bram Stoker
Fragmento de “Tombuctú”, de Paul Auster
«Una vez que Bea Swanson entró en la habitación, hubo tantas cosas que pensar, tantas palabras que entender y sentimientos que asimilar, que apenas recordaba su propio nombre, y mucho menos el frustrado plan de Willy para salvaguardar su archivo literario. Se le había puesto el pelo blanco y había engordado quince quilos, pero la mosca supo quién era en cuanto la vio. Físicamente hablando no había nada que la distinguiera entre un millón de mujeres de su edad. Vestida con unos pantalones cortos azules y amarillos, una holgada blusa blanca y sandalias de cuero, parecía haber dejado de pensar en su atuendo mucho tiempo atrás. Con los años, los brazos y las piernas se habían hecho aún más rollizos, y al ver los hoyuelos en sus rechonchas rodillas, las varicosas venas que le sobresalían en las pantorrillas y la carne fláccida de sus antebrazos, fácilmente se la podría haber confundido con una de esas jubiladas que juegan al golf, una persona con nada mejor que hacer que recorrer los hoyos en un cochecito eléctrico y preocuparse por si conseguía meter la pelota a tiempo para el desayuno especial. Pero aquella mujer no tenía la piel bronceada, sino pálida, y en vez de gafas de sol llevaba unos prácticos lentes de montura metálica. Además, al mirar a través de los vidrios de aquellas gafas de farmacia, uno se sentía atrapado en ellos. Atraían su calor y su viveza, su inteligencia y atención, la hondura de sus silencios escandinavos. Aquéllos eran los ojos de los que Willy se había enamorado de muchacho, y ahora la mosca entendía a qué venía tanto alboroto. No había que fijarse en el pelo corto ni en las piernas gordas ni en la ropa ordinaria. La señora Swanson no era una de esas maestras chapadas a la antigua. Era la diosa de la sabiduría, y cuando uno se enamoraba de ella, la amaba hasta la muerte».
Fuente: Tombuctú, de Paul Auster
Fragmento de “Crimen y castigo”, de Fiódor Dostoyevski
«Transcurrido un instante, la puerta se entreabrió. Por la estrecha abertura, la inquilina observó al intruso con evidente desconfianza. Sólo se veían sus ojillos brillando en la sombra. Al ver que había gente en el rellano, se tranquilizó y abrió la puerta. El joven franqueó el umbral y entró en un vestíbulo oscuro, dividido en dos por un tabique, tras el cual había una minúscula cocina. La vieja permanecía inmóvil ante él. Era una mujer menuda, reseca, de unos sesenta años, con una nariz puntiaguda y unos ojos chispeantes de malicia. Llevaba la cabeza descubierta, y sus cabellos, de un rubio desvaído y con sólo algunas hebras grises, estaban embadurnados de aceite. Un viejo chal de franela rodeaba su cuello, largo y descarnado como una pata de pollo, y, a pesar del calor, llevaba sobre los hombros una pelliza, pelada y amarillenta. La tos la sacudía a cada momento. La vieja gemía. El joven debió de mirarla de un modo algo extraño, pues los menudos ojos recobraron su expresión de desconfianza».
Fuente: Crimen y castigo, de Fiódor Dostoyevski
¿Qué os parecen estos fragmentos? ¿Alguna descripción más que recordéis especialmente?