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El pelinegro se escabulló de nuevo, mientras todos dormían, al cuarto de Lance.

No sabía con certeza desde hace cuanto tiempo hacía eso, pero en cierto punto se había vuelto una odiosa costumbre.

La puerta se abrió con el sonido de un suave desliz metálico. Que se repitió en cuanto el chico entró en la habitación.

Se dirigió en silencio hasta su compañero, admiró como dormía unos instantes y después se sentó junto a este.

Y sin dejarle de mirar se acercó hasta la cabellera marrón despeinada, y hundió su nariz en ella.

Adoraba ese aroma dulzón que emanaba del cabello de Lance, olía demasiado bien.

Todo había comenzado cuando por accidente se toparon en las duchas, donde el dulce aroma le llegó directamente del moreno que iba saliendo de bañarse. En un principio no le dio importancia, pero mientras los días transcurrían solo pensaba en aquella fragancia, llegando a un punto insoportable que lo irritaba.

No estaba seguro en ese entonces, pero creyó que solo debía olerlo una vez más para estar satisfecho.

Después de pensar un par de segundos sobre ello, no iba a cometer tal insensatez de seguirlo cuando fuera a ducharse o de esperar a que este saliera, ya que sería extremadamente raro y probablemente levantaría sospechas relacionadas a segundas intenciones. Y ya era suficiente con que Lance lo molestara habitualmente, como para provocarle a que lo acosara aún más.

Y de ese modo fue como decidió ir a la habitación del contrario, únicamente con la finalidad de oler un poco de aquel dulce. Al día siguiente intentó repetir su aventura, y al siguiente, y al día después de ese, hasta que perdió la cuenta y continuó haciéndolo sin saber muy bien por qué no se detenía.

Olfateaba unos minutos, y sin saciar aún su deseo, se retiraba de vuelta a su cuarto.

Tenía la ventaja de que Lance tenía el sueño pesado, y aunque algunas veces lo encontró murmurando incoherencias sobre ligue, no impedían que regresara todas las noches a hundirse en su cabello o inhalar de su almohada.

Parecía que nunca lo notaría, y confiado de si mismo, no se dio cuenta de su descuido, metiendo la pata hasta el fondo del agujero.

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