Broche de Trébol

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Sara estaba jugando con unas muñecas en el patio trasero de su casa, que fueron hechas con tela por su amada madre Brigette. El viento cálido soplaba al ser época veraniega, y hacían sentir sensaciones fascinantes en la piel. Ya eran las cuatro de la tarde, la merienda de su hijo menor de tan sólo un año debía ser preparada, y Brigette acudía a esa atención.

—Mire, señorita.— decía la niña, mientras interpretaba a un muñeco hecho con palos que hizo ella misma —Aquí su vestido no puede estar colocado ¿no me hará caso? Bueno, ¡tenga esto!— lanzo los muñecos por el aire, mientras que su boca fingía el sonido de una explosión siendo detonada. La de cabellos dorados decía —¡Cuidado! Ahí viene el lagarto.— cuando decidió agarrar un palo viejo que tenia al alcance. Teniendo el vestido de pañoleta antes mencionado, lo doblo e imito el teclear de una teléfono —. Descuide, arreglarse esto viajando al pasado.— agarro su juguetes y los hizo devolverse nuevamente al comienzo, y evitar lo antes dicho.

Su madre ya había alimentado a su hijo Milo, donde su dirigió a acostarlo en su cuna habitual. Brigette se sentó en el comedor, en donde agarro una taza de té la cual preparaba junto a la comida de su niño, y de ahí decidió ver a su hija jugar en paz. Bonito era aquella inocencia de ella, ver como era feliz y sin problemas, una ternura que no se ve todo los días. La mujer sonrió ante tal teatro que montaban, una historia que casi nadie se le podría ocurrir, al menos que fuera un niño... Pero su momento no duró más de dos minutos.

—¡Ay!— Sara se quejo al sentir algo en su mano, pues un clavo se pincho ahí. Brigette al escucharla, se levanto y se dirigió hacia donde estaba, le había preguntado del como paso, a lo que ella se lo explico. La levanto y la abrazo entre sus brazos, a la niña le dolía mucho, pero sólo botaba una lágrimas.

—¡Ya llegue!— se escucho una voz familiar, caray.

Ya es la quinta vez en la semana que la niña se lastima, y más aún, que sólo pasaba cuando su padre llegaba. Brigette no estaría molesta con su esposo Martín, para nada. El detalle es que ya anda cansada que sus hijos se lastimaran por la misma ley de su descendiente, pero de todos modos no es culpa de él.

Martín dejo su casco de trabajo en el perchero como siempre, y dejo su corbata flotar libre en su cuello. Al ver a su esposa con su hija llorando en brazos, se puso curioso porque no sabia que había pasado. Se acerco a la pelirroja que tenia al frente —¿Qué paso?— pregunto.

—Ya es la quita vez que se lástima cuando estás cerca.

—¿¡Otra vez!? Rayos.— se pasaba la mano por su cuello sólo para calmara un poco ese sentimiento, porque ya estaba consiente ante el caso ¿y tú crees que no se daba cuenta?¿o acaso piensas que seria tan ciego como un parisino? Decepcionante. Tan sólo para consolarlo, le puso la mano en uno de sus hombros para alcanzarlo y besarle la mejilla que según ella estaba limpia —Igual no es tu culpa.— dijo.

Ella bajo a su hija un momento, ya pesaba un poco más que antes al tan sólo tener cinco años. Sara vio una silla del comedor, era de roble, una buena madera. Sara escucho una vez la frase de "Para la mala suerte, toca madera", si la mala suerte existe ¿que hay de la buena? —¡Descuiden! Tocare madera.— y al escuchar el sonar de sus dedos contra la silla, no sólo ésta se desplomo al suelo, si no que también otras dos de las misma marca, como si se supone que lo hicieran también.

—Ay, Dios...— la pelirroja se paso la mano por la cara con fastidio, típico, nunca falta que se eche a perder algo más en su casa. De un momento al otro, Brigette se acordó de algo, la lampara se encendió. Ella se dirigió al cuarto donde siempre dormía, busco entre sus cosas que entre ellas estaba una maleta de camisetas viejas, algunas joyas de plata y oro falsos, aquellos que eran de hierro y cobre; hasta que por fin lo encontró, una cajita de color verde, bien chica.

One-Shots De Una MurphyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora