Daba vueltas y vueltas, pensando y repensando lo sucedido, en busca de una buena solución. La duda era uno de los nombres de la inteligencia, y él lo sabía. Hizo lo posible por movilizar los engranajes para que su mecanismo funcionara y la respuesta apareciera, pero ese ruido molesto no lo dejaba trabajar. Quiso recordar algún suceso similar a lo que estaba viviendo ahora, con la esperanza de poder reproducir lo aprendido, pero la falta de concentración lo superaba totalmente. La poca luz que entraba por los orificios delanteros, parpadeaba al menos 10 veces por minuto, y aunque estaba acostumbrado a ello, prefería trabajar en total oscuridad.
—No sé que mas hacer —lloriqueó su opuesto. No se llevaban demasiado bien, pero sí se complementaban—, ¿acaso te diste cuenta en la posición en la que nos dejó y con la frialdad que lo hizo?
—¿Te soy sincero? no pude analizar nada porque ¡no dejas de recordar todo! —él se quejó un segundo antes de que el momento lo embriagara. Este, mostraba a dos humanos, un hombre y una mujer, en un parque de diversiones. El muchacho reía mientras la chica le tomaba fotografías (vale aclarar que el eco de su risa seguía latente en el espacio, como un sonido infinitamente dulce)—. ¡Dejá de mostrarle esas cosas! ¿Que crees que haces? Se vuelve todo más confuso.
—Callate, vos sos el que la confunde. Tenes que aprender que los sentimientos no se desvanecen ni cambian de un día para otro —contestó su antítesis—. No puedo enseñarte nada, solo hacerte pensar. No te molestes en encontrar una solución, lo que ella necesita es sentirlo, sentir el dolor en su mayor expresión.
Y ahí iba otra vez. Las imágenes llenaron el vacío, dejando ver a la pareja discutiendo. La chica contenía las lágrimas al escuchar las palabras de aquel muchacho, no iba a llorar, no le iba a demostrar que tan débil era, que tan débil la hacia sentir. La pelea se intensificó, dejando un vacío en su corazón y una pregunta entre las manos ¿de verdad se merecía esto? El recuerdo finalizó y la tenue luz con la que contaban desapareció, dejando lugar a la inundación. Las lágrimas los abordaron con una fuerza indescriptible, tomándolos de sorpresa.
—¿Ahora sí puedo pensar? ¿o vas a quitarle la capacidad de razonar también?
—No, no te dejaré pensar. No podes simplemente decirle que lo supere. Hay que buscar otra forma, algo más llevadero.
—¡Estas causándole más confusión aún! Necesita entender que las cosas pasan por algo, que su mundo va a seguir y el vacío con el que carga es solo la sombra del amor. Que el amor no acaba al finalizar una relación amorosa, que el amor lo es todo, es vida. Hay que pensar, tenes que ayudarme a pensar. No le recuerdes mas, no hagas que sufra —fue ahí cuando la luz volvió y las aguas se calmaron. Un ruido de teclado se escuchó fuera y los mantuvo alertas, captando todo tipo de estímulo. Hubo unos segundos de silencio hasta que se oyó el tono del teléfono. Cuando contestaron, una voz masculina consultó que sucedía. Y silencio—. ¡Dale, responde!
—¿Yo? Si tanto pensas, responde vos.
La luz se apagó, era su momento. Tenía una oportunidad, una sola para decir lo correcto.
—¡Vamos! ¿te quedaste mudo?
La voz masculina volvió a hablar, esta vez preguntando si ella estaba bien. No podía perder un segundo más.
—Te extraño —dijo y ordenó colgar.