ADVERTENCIA PREVIA

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El propósito de este libro es por un lado muy modesto y por otro desmesuradamente ambicioso.
Modesto porque se contentaría con servir como lectura inicial para alumnos de bachillerato que
deben acercarse por primera -y quizá última- vez a los temas básicos de la filosofía occidental, planteados no
de forma histórica sino como preguntas o problemas vitales. En este sentido, pretende atender fielmente
aunque con cierto díscolo sesgo personal a las indicaciones sobre esta asignatura dictadas por las
administraciones educativas.
Pero también desmesuradamente ambicioso, puesto que no renuncia a servir como invitación o
proemio a la filosofía para cualquier profano interesado en conocer algo de esta venerable tradición
intelectual nacida en Grecia. Sobre todo me dirijo a quienes no se preocupan tanto por ella sólo en cuanto
venerable tradición sino como un modo de reflexión aún vigente, que puede serles útil en sus perplejidades
cotidianas. No se trata primordialmente de saber cómo se las arreglaba Sócrates para vivir mejor en Atenas
hace veinticinco siglos, sino cómo podemos nosotros comprender y disfrutar mejor la existencia en tanto
contemporáneos de Internet, del sida y de las tarjetas de crédito.
Para ello, sin duda, tendremos que remontarnos en ocasiones hasta las lecciones de Sócrates o de
otros insignes maestros pero sin limitarnos a levantar acta más o menos crítica de sus sucesivos
descubrimientos. La filosofía no puede ser solamente un catálogo de opiniones prestigiosas. Más bien lo
contrario, si atendemos por esta vez a la opinión «prestigiosa» de Ortega y Gasset: «La filosofía es
idealmente lo contrario de la noticia, de la erudición1
». Desde luego la filosofía es un estudio no un puñado
de ocurrencias de tertulia, y por tanto requiere aprendizaje y preparación. Pero pensar filosóficamente no es
repetir pensamientos ajenos, por mucho que nuestras propias reflexiones estén apoyadas en ellos y sean
conscientes de esta deuda necesaria. Ciertas introducciones a la filosofía son como tratados de ciclismo que
se limitasen a rememorar los nombres y las gestas de los vencedores del Tour de Francia. Me propongo inten-
tar aquí enseñar a montar en bicicleta y hasta dar ejemplo pedaleando yo mismo, por lejos que estén mis
capacidades de las de Eddy Merckx o Miguel Induráin.
Pero el lector tiene que intentar pedalear también conmigo o incluso contra mí. En estas páginas no se
ofrece una guía concluyente de pensamientos necesariamente válidos sino un itinerario personal de búsqueda
y tanteo. Al final de cada capítulo se propone un memorándum de cuestiones para que el lector repita por sí
mismo la indagación que acaba de leer, lo que quizá le llevará a conclusiones opuestas. Nada más necesario
que este ejercicio, porque la filosofía no es la revelación hecha por quien lo sabe todo al ignorante, sino el
diálogo entre iguales que se hacen cómplices en su mutuo sometimiento a la fuerza de la razón y no a la razón
de la fuerza.
En una palabra, léase lo que sigue como una invitación a filosofar y no como un repertorio de
lecciones de filosofía. Pero ¿no son precisamente esas lecciones lo que cuadra dar en el bachillerato? Y
¿acaso no es un gran atrevimiento creer que uno puede guardar el tono accesible del que pretende ser
comprendido por adolescentes sin dejar por ello de tratarles como iguales y sin renunciar tampoco a ser útil a
otros lectores no menos neófitos pero adultos? Pues tal es mi atrevida pretensión, en efecto. Me reconforto
recordando que, según el poeta surrealista René Crevel, «ningún atrevimiento es fatal».

Las preguntas de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora