Las primeras discusiones entre papá y Guillo no preocuparon a nadie. Ni a mamá, ni a mi. Ni a papá, ni a Guillo. Lo más frecuente era que comenzaran a causa de un partido de fútbol y, después de atravesar por " Esos amigos tuyos no me gustan nada", "Pero a mí, sí", terminarán en el perro.
-Lo trajimos a casa porque te comprometiste a cuidarlo -decía papá.
-¿Así que también el perro es culpa mía? -Guillo siempre tenía argumentos.Pero eso era todo; apenas una chispa.
Sin embargo, a partir de aquel verano, las cosas cambiaron. A lo mejor fue porque los dos ya tenían la misma estatura, y eso asustaba un poco. Lo cierto es que las palabras que se decían empezaron a oscurecerce, a ponerse agrias. Después, demoraban en irse. Y aunque mamá abriera de par en par la puerta del patio, con la esperanza de que se fueran, las palabras se quedaban dando vueltas por la casa. En poco tiempo, sin que nadie supiera entender como había sucedido, las palabras estaban revestidas con alambre de púas. Por eso es imposible escucharlas sin lastimarse.
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Lluvia Bajo La Higuera - Liliana Bodoc
Short StoryEstá historia no es mía, sino de una escritora Argentina, Liliana Bodoc