4. Cumpleaños... ¿feliz?.

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Sábado por la mañana, tengo agujetas por todo el cuerpo. Los excesos nunca son buenos, y menos si se trata de machacarme sin ninguna necesidad por culpa de un profesor medio idiota. Cada uno de mis músculos grita «¡auxilio!» antes de llegar al baño para lavarme la cara con agua fría. Segundos después tengo la misma cara de muerto, pero un muerto un poco más espabilado y sin legañas. No quiero pensar en hacer todo lo que tengo que hacer esta mañana. Son las nueve, el partido es a las doce, tengo que estudiar tres exámenes, tengo menos de dos horas.

-Buenos días cariño.- Mi abuela tiene preparado el desayuno, me espabilo con una ducha templada y voy a jugar el partido. Lo ganamos, pero siento que voy a fallecer a unas horas de cumplir mi mayoría de edad. Estudio mientras como y casi mientras meriendo. Esta noche vamos a salir, de echo se que tengo una fiesta sorpresa, mañana no tengo ninguna competición así que puedo beber todo lo que quiera.

A las nueve tengo a Laura en mi puerta.

-¿Está preparada la cumpleañera?.- Sonrío y salgo. Llevo unos vaqueros grises ceñidos, una blusa de volantes y con transparencias negra, una chupa de cuero negra y unas Vans granates.

Antes de llegar a la zona en el que está el bar que utilizamos para todos los cumpleaños me tapa los ojos con un pañuelo que ella llevaba anudado al cuello.

-Las sorpresas no se pueden ver.- Me ata el pañuelo, pero tengo la sensación de que la sangre no me corre de los ojos hacia arriba. Lo a atado más fuerte que cuando usas unas gafas de agua demasiado apretadas.

Cuando me quitan el pañuelo de los ojos más de cien personas están ante mi. Mi familia, mis padres, mi equipo de fútbol, mi equipo de natación, y todas mis amigas, dentro y fuera de mi grupo. ¡Son mis dieciocho!.

Mis padres, abuela y tíos se marchan pronto. Mis primos y todos los demás invitados disfrutamos de una barra libre. Mi madre se ha encargado de organizar toda la fiesta.

Cuando dan las doce, el cumpleaños feliz suena por los altavoces, todos saltan y cantan a mi alrededor, pero yo ya oigo casi todo amortiguado. La barra libre sigue hasta las dos de la mañana, y cuando termina, el cincuenta por ciento de la gente, desaparece. Creo que por la misma razón por la que yo debería desaparecer, por haber bebido demasiado.

-¡Seguimos la fiesta!.- Mis amigas me arrastran de bar en bar hasta que en uno de ellos encuentro a Mier, un amigo francés. Ellas entran a pedir otra copa más y yo me quedo fuera con el.

-¿Quieres un poco?. ¡Que ya tienes dieciocho!.- Tiene dos años más que yo, y le encantan los porros desde hace cuatro o cinco años. Nunca fumo, en caso extremo, cachimbas y una vez cada tres meses.

-Porqué no.- Mi conexión de la lógica está un poco perdida ahora mismo.

Acepto lo que me ofrece, sin saber como me puede ir. A los minutos mis amigas aparecen, pero noto como casi todo me da vueltas y mi estómago tiene ganas de sacar hasta mi primer biberón.

-¡Joder...!- Miro mal a Carolina y Laura, las cuales miran hacia un punto a mi derecha.

Doy un sorbo a mi puerto de indias con limón y miro hacia donde ellas. Y ahí viene, Hugo, nuestro tutor, al cual está mirando más de la mitad de la gente de nuestro alrededor.

El solo me mira a mi, y yo a él. Una lucha de miradas hasta que consigo incorporarme. Va vestido con una sudadera gris, una chupa de cuero negra, un gorro blanco y unos vaqueros grises. Se sube una mano hasta la cabeza y la baja, acto seguido se da la media vuelta. Segundos después el mítico blancazo que te puede dar un porro, me da a mi.

Por alguna razón balbuceo el nombre de la última persona a la que recuerdo ver: Hugo

-¡Mier te vamos a matar!.- Yo río, mientras las primeras convulsiones para echar el todo el alcohol fuera de mi cuerpo empiezan hacer mella en mi estómago.

¿Qué pasó profesor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora