Capítulo I (parte uno)

27 6 0
                                    



La mirada de Dylan vagaba de un lugar a otro, confusa, tratando de reconocer ese sitio tan nuevo para él.
A pasos un poco dudosos se adentró en aquel camino desconocido; en el inmenso puente de concreto que se extendía al otro extremo de la playa donde él permanecía desde que recuperó la consciencia.

Sus pies dejaban huellas en la arena caliente a medida que se dirigía hacia las escaleras del puente, para comenzar su pequeña investigación sobre aquel lugar, igual, se dijo que no perdía mucho al no tener nada mejor qué hacer.

Después de un rato andando, comenzó a perder la paciencia como normalmente le sucedía. Pensando:
     

«Tanto tiempo recorriendo este lugar y aún sigo aquí avanzando sin más, parece un puente eterno; por mucho que avance no veo indicios de un final».
      

Sus pies avanzaban con movimientos laxos y acompasados a su respiración, seguían su camino, lenta y relajadamente, casi como algo involuntario. Sus ojos se fijaron en el cielo posado encima suyo. De nuevo, recordó aquella última caminata que dio, lo recordó porque en esta ocasión el cielo no era parecido; más bien era un cielo aborregado y grisoso; viajaban vagas nubes sus anchas. El chico gozaba de una paz en todo su cuerpo, después de mucho tiempo se volvía a sentir tranquilo, se sentía libre.
      

El sol radiaba intensamente y su luz se filtraba entre los huecos de nubes. No tanto como para ser molesto, pero al joven sí que le molestaba esa luz. No estaba acostumbrado a eso por lo cual, no lo soportó y desvió su recorrido para buscar un lugar que le proporcionara un poco de sombra. Y después de un recorrido visual a su alrededor miró un árbol. Se dirigió a sentarse debajo de la sombra de ese frondoso árbol.

En sus pensamientos se dijo que le extrañaba ese árbol, por donde estaba situado. Era inusual. Y a pesar de sus palabras internas se limitó a sentarse bajo este para proceder a recargarse en su tronco y ya ahí, dejó caer lentamente sus párpados, descansándolos. Sin percatarse, quedó atrapado en los brazos de Morfeo, descansando tanto física como mentalmente.
      

Un par de horas después sus ojos se abrieron pesadamente a causa de una pequeña gota de agua que cayó en su rostro. Miró, algo aturdido aún por el sueño, a su alrededor. Miles de pequeñas gotas de agua chispeaban del cielo y chocaban contra el suelo, generando el típico sonido de lluvia y el olor de preticor que perforaba sus fosas nasales.
      

«Baba de nubes». Esa frase le cruzó en un instante la cabeza, pues había leído en uno de sus tantos libros, en el que el autor así expresaba la lluvia. Y al mismo tiempo recordó que hacía ya mucho desde que la admiraba.
Sus párpados comenzaban a recorrer de nuevo el camino hasta el borde de sus ojos, para descansar un rato más, siendo indiferente a las gotas de agua que caían del cielo, ya que el árbol les impedía el paso a su persona, y sólo se filtraban unas cuantas que podía ignorar.

El camino de sus párpados fue interrumpido por el asombro que se llevó el chico, e hizo todo lo contrario a lo que tenía en mente, pues los abrió de par en par para cerciorarse de lo que veía.
      

Una persona. Una persona pasó velózmente, huyendo del impácto del agua en ella. Atravesó por el centro el puente a una velocidad que las condiciones le permitían, y al parecer, no de percató de la presencia de Dylan.
      

«Debo alcanzarle». Fue lo único que pensó antes de emprender una rápida carrera bajo la lluvia para lograr su cometido. Por su vista nublada a causa del agua, y las gotas que resbalaban de sus pesatañas, no podía apreciar bien a, la que al parecer era una chica, que corría delante suyo, pero pudo reconocer su silueta gracias a que el puente se encontraba despejado. Llegó a una parte en la que el puente tenía una curva y los arboles alrededor de este adentraban sus ojas en el camino, provocando así, una cúpula que hacía lo mismo que el frondoso árbol en donde el jóven había estado durmiendo. Esa chica, llevaba una capa oscura, al igual qie su ropa, que cubria su cuerpo y sólo se podían ver unos mechones de cabello rojizo cayendo por su espalda.

Silenciosamente él se acercó hacia ella y le rozó cuidadosa y temerosamente el hombro, con sólo la punta de sus dedos, tratando de no espantarle. Al contrario de lo que él esperaba, ella se sobresaltó y giró con temor, apuntando con una pequeña arma hacia la cabeza de Dylan. La mano de la persona misteriosa temblaba y él alzó las suyas en señal de son de paz. Pero en su rostro se pintó el asombro, pues sus conclusiones presipitadas eran incorrectas. Los ojos de él eran grandes, temerosos y de un verde intenso, sus mejillas chispeadas de pecas. Sus rizados mechones caían húmedos por sus hombros y de sus labios salía una respiracion agitada por la intensa carrera anterior.

El pelirrojo bajó, aún con algo de duda el arma y las miradas de ambos se cruzaron, en una ausencia de sus prófugas palabras y sólo el sonido de algunas gotas que aún caían del cielo.
El silencio comenzó a ser tenso y Dylan entornaba los ojos esperando algo por parte del otro chico.
      

«¿Qué le puedo decir?», pensó. Dylan no sabía qué decir para romper el incómodo silencio. Le había perseguido para preguntarle al respecto de dónde se encontraban y qué había de la otra punta del puente; pero en ese momento no sabía cómo entablar conversación.

La voz balbuceante del chico misterioso lo sacó abruptamente de sus pensamientos.
     
—¿Quién eres? Y ¿Por qué me persigues? —preguntó dudoso y aún con el arma en mano, pero no apuntando. Sólo preparada para usarse si fuese necesario.
     
—Dylan Parkins —respondió rápidamente su duda, bajando lentamente sus manos para estrechar con una de ellas la de él.

El puenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora