Capítulo I (parte cinco)

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Dylan despertó y lo primero que observó fue la cabellera rojiza que prescindía del chico acostado en su pecho, boca abajo, aunque este en realidad estaba de costado y rodeaba con uno de sus brazos el torzo del joven, mientras un hilillo de baba recorría desde uno de sus labios hasta caer a uno de sus hombros. El sol naciente se asomaba por entre el ramerío y cuando se coló hasta el rostro de Johann fue cuando él se despertó.

Su posición le importó poco y se talló los ojos con sus puños, se limpió la baba y despabiló un poco al incorporarse y estirar su cuerpo.

—Buenos días —dijo con voz ronca y sentandose al lado del joven que le había observado todo ese tiempo—, lamento molestarte.

Johann se refería a cómo durmió en el pecho del otro chico. Pero Dylan le dio una pequeña sonrisa que indicaba que aquello era irrelevante.

—¿Dormiste bien? —Retomó la palabra el ojiverde—, porque yo estupendamente.

—Por supuesto —rió Dylan—, pensé que no podría dormir por el dolor o algo, pero no fue así. El cansancio me bateó.

—Pues es hora de movernos, que tenemos prisa y no queremos que eso empeore — terminó Johann refieriéndose a la herida del pelinegro.

El otro accedió y se levantó con algo de cuidado, Johann le imitó mientras revisaba que las cuerdas estuviesen muy bien atadas. Se dispusieron a comenzar de nuevo el recorrido ascendente y como habían hecho anteriormente paraban para tomar aire, y esta vez, iban más rápido puesto que habían más ramas de las cuales apoyarse; sin embargo, cada vez eran más delgadas y más propensas a que ellos las rompieran si se quedaban bastante tiempo en ellas.

En una de esas ocasiones Dylan se resbaló y quedando en un shock por la sorpresa, no actuó, haciendo así que Johann cayera con él.

Anteriormente habían removido las flechas al llegar a ellas y volvieron a lanzarlas, esta vez con algunos nudos para que resistiera, era de crucial importancia que los sopotara, o caerían de una gran altura y debe-rían de volver a empezar. Rápida-mente Johann clavó como pudo una pequeña navaja para hacer que no cayesen tanto, pues la cuerda era larga y descenderían bastante. Esto hizo que la velocidad a la que iban disminuyera e inmediatamente al ver esto, Dylan reaccionó, y aunque le fue algo doloroso, trató de sostenerse de algunas ramas con sus manos, intentando no aplicar mucha fuerza en el brazo herido, en el cual sentía que la sangre brotaba de nuevo y que su corazón se salía por ahí, tal como lo que los padres bromean a sus hijos cuando tienen un pequeño raspón: «Por ahí se te saldrán las tripas». Y los pequeños chillan aterrados.

Después de que Johann amarrara la soga de una rama que se miraba lo suficientemente fuerte como para soportarlos un rato, ambos quedaron colgando; Dylan con uno de sus pies y brazos en algunas ramas y Joe con sus mechones rizados llenos de ramitas y hojas.

La cuerda empezó a apretar sus estómagos, siendo así estrujante y por esto, ambos pusieron manos a la obra para conseguir apoyarse de nuevo en el tronco y hacer su caminata, como arañas invasoras de aquel bosque olvidado.

Cuando todo se calmó y llegaron a la primer rama gruesa en la cual descansar, ambos se encontraban llenos de raspones, ramas y hojitas por doquier. Dylan, con la cabeza gacha, pronunció algo apenado.

-—Lo siento, ya estabamos más cerca —volteó hacia su acompañante—. Ahora caminaremos otra vez más para llegar. Y también por el susto.


Johann aceptó sus disculpas y le entregó el bote con agua, la cual empezaba a carecer, y Dylan sin reproches la tomó.

—Es gracias a mí por quien debemos hacer esta escalada— hizo comillas con los dedos para la última palabra que dijo—. No te desanimes, ya casi llegamos, sólo unos diez metros, tal vez hasta menos.

El chico le dedicó una sonrisa sincera, que fue correspondida. Luego de unos cuantos minutos más, ambos ya estaban de nuevo en su camino y esta vez con más dedicación. La gente que está más cerca de su meta o destino, se desespera más por alcanzarlo, como los conductores vehiculares; los que van más rápido son los que estan apunto de llegar.

Y así se encontraban el par de jóvenes, ansiosos por tocar el asfalto claro del puente y euforecer por haberlo logrado.

Tal fue su reacción cuando por fin avisaron su destino, dieron un gran salto y jalaron las sogas para deshacerse de aquel árbol que, aunque fue de una gran ayuda ya los tenía hasta la coronilla.

Estaban felices y por lo que Johann miró, en el camino derecho, donde era más seguro; sin embargo, no dejaron la cautela nunca y se sonrieron para sellar el fin de esa «escalada» y ese logro con un cálido abrazo, después de estar dos días —casi enteros— juntos, ambos consideraban que se forjaba los cimientos de una nueva y gran amistad, para ayudarse mutuamente hasta que uno de los dos lograra algo más ansiado que llegar a puente: salir de este. Ambos deseaban que fuera muy pronto, pero esto era un cuchillo de doble filo, pues si uno de los dos fuese el suertudo, el otro quedaría atrapado ahí en soledad, a excepción de las almas; sombras o luces, que no es que fueran la mejor compañía.


—Vamos —dijo Johann después de romper el abrazo, mientras guardaba las sogas y flechas en su mochila—. Entre más pronto mejor.

Dylan asintió y se acercó a él, y los dos ya iban en camino a la ciudad de las luces, en la que esperaban ser aceptados, o tendrían que violar las reglas, algo que sería más compli-cado, no solo por la parte de infil-trarse, si no por la de conseguir a alguien que les atienda sin delatarles. Pero no se preocuparían por ello hasta no descartar la primera opción.

Luego de unos cinco minutos de caminata, se encontraba ya en frente de una gran rejilla que estaba vigilada por agunos guardias. Los chicos se dirigeron una mirada cómplice y se acercaron a paso lento, para emprender una nueva travesia juntos, un reto más que debían su-perar.

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2018 ⏰

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