Parte 3

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“Tenemos que hablar. Es importante.” Eso era lo que decía el mensaje de texto, el que Miranda no podía dejar de leer sin que le diera un escalofrío. Malditas palabras en la pantalla, carentes de entonación o expresiones faciales que pudieran revelarle su verdadero significado. Sin embargo...

Gonzalo le había pedido que retrasaran la fecha de la boca. También había puesto una excusa tras otra para no comenzar a visitar las inmobiliarias en busca de una casa, y últimamente estaba demasiado ocupado. Aquello no pintaba nada bien.

Eran las cuatro y veinte. Gonzalo llegaría pronto, pero la espera la estaba matando. Furiosa, borró el mensaje de texto. Listo. Hasta nunca, molestas palabrejas.

Él apareció a la hora convenida, pero no sonrió al verla. Mala señal.

Estaban en el parque frente al edificio donde Gonzalo trabajaba. Era un lugar bonito, pero en esa época se veía un tanto desolado, con tantos árboles pelados y los arbustos sin flor alguna.

—Hola, Miranda —dijo él. A ella le dio un vuelco el estómago. El tono de Gonzalo era seco, y un tanto... ¿compasivo?

—Hola, cariño. ¿Qué pasa? ¿Por qué me citaste aquí? Hace frío.

—Lo siento, no se me ocurrió un mejor lugar.

—¿Qué es lo que pasa? Suenas raro.

—Miranda, yo... quiero romper nuestro compromiso.

Por un horrible instante, la mujer se quedó sin aire. Tenía que haber oído mal.

—¿Q-qué dijiste?

—Ya no me puedo casar contigo. No sabes cuánto lo lamento.

—No... no te creo. Es una broma, ¿verdad? Una broma de muy mal gusto.

—No, no es una broma. Desearía que lo fuera.

—No entiendo —dijo ella, y las primeras lágrimas empezaron a correr por sus mejillas—. ¿Por qué? ¿Y por qué ahora? ¡Tú me amas!

Gonzalo suspiró.

—Ése es el problema: no te amo. Creí que te amaba. Siempre voy a recordarte por todo lo que vivimos juntos, pero ya no quiero casarme contigo.

—Dijiste que no podías.

—Miranda...

—Hay una diferencia entre no poder y no querer. ¡Necesito una explicación!

—Por favor, no grites. Esto tampoco es fácil para mí.

—No parece. —Miranda se secó el rostro con un pañuelo.

—Conocí a alguien más —dijo él, y esperó un momento antes de continuar—. Ella es... Bueno, no es como tú.

—¿Qué demonios significa eso?

—Significa... Maldición, ni siquiera sé cómo explicarlo. La conocí hace unas semanas, y supe casi de inmediato que ella era la mujer de mi vida. Es horrible que lo diga de esta manera, porque tú y yo hemos estado juntos tanto tiempo, pero cuando estoy con ella realmente quiero hacer un montón de cosas que me daba igual hacer o no contigo. La miro y puedo imaginar toda una vida juntos, con lo bueno y lo malo. Yo creí que te amaba, jamás te hubiera mentido sobre eso. Pero ahora sé que no era real.

—¿Y lo que sientes por esa zorra que conociste hace unos días sí es real?

—Laura no es una...

—¿Laura? ¿Así se llama? ¿Cuántas veces te acostaste con ella?

—Te juro que ninguna. No iba a hacer eso a tus espaldas.

—¿Y a ella le parece bien que dejes a tu prometida, eh?

—No, no le parece bien. Estuvo a punto de cortar conmigo cuando se lo dije.

—¡Pues ojalá lo hubiera hecho!

—Miranda...

Ella se tapó los oídos, sollozando. Le dolía el pecho como si le hubieran clavado un cuchillo en el corazón. Gonzalo la sujetó por los brazos.

—Miranda, lo lamento —repitió él—. Ojalá pudiera evitarte el disgusto, pero...

—¡Entonces no me dejes! Podemos arreglarlo. Puedo hacer que la olvides.

—No, no pued...

—¡Claro que sí! Yo te amo. Te amo más de lo que ella va a amarte en toda su vida. ¿Eso no vale nada?

—Yo te lo agradezco, Miranda, pero si eres capaz de amar así, tienes que darle ese amor a alguien que te corresponda. Y ese alguien ya no soy yo. Ahora sé que si tú y yo nos hubiéramos casado, no habría podido hacerte feliz. De verdad, no habría funcionado.

—¡Eso no es cierto!

—Sí lo es. Yo... espero que encuentres a alguien más, y que seas feliz. Y lamento mucho no ser yo el indicado.

Miranda quiso contestar, pero su garganta ya no le obedecía. Sólo podía estar ahí de pie, viendo cómo su mundo se derrumbaba. En ese instante deseó morir.

—Tengo que irme —dijo él—. Cuando te sientas mejor, si quieres ser mi amiga yo estaré ahí para ti. Y también estaré ahí si alguna vez necesitas ayuda. Adiós.

Gonzalo se dio vuelta. Miranda lo agarró del brazo en un intento desesperado por retenerlo, pero él se soltó con facilidad y se alejó a paso rápido del parque y de su vida.

Miranda se quedó en el mismo sitio por largo rato, llorando, mientras el viento helado soplaba entre los árboles desnudos.

(Continuará...)

Gissel Escudero

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Hechizo de odio, hechizo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora