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Era un profesional de la estafa. Poco me importaba el dinero a estas alturas, solo necesitaba que desapareciera definitivamente de nuestra vida.

Ese era el único precio, el costo por mantenerlo en silencio.

Básico, poco inteligente, no sólo me pedía dinero por las fotografías sino que además, enviaría un anónimo a la empresa, sugiriendo una relación por conveniencia. Pero ahora, un paso más delante, solo restaba quitarme de encima a ese parásito del que llevaba su apellido.

Papá nos había abandonado de pequeños, tras una discusión con mi madre. Esa noche, a oscuras, él bajó por las escaleras con una enorme valija. A través de la ventana del cuarto de Leo, pudimos ver cómo se subía a su coche para no regresar nunca más.

Cobarde, dejándonos a cuidado de mi madre y mis abuelos, Lázaro Bruni huía tras una joven (otra) heredera con una gran fortuna.

Por muchos años de terapia, la existencia de mi padre era un tema tabú. Negándome a hablar de él durante sesiones, creí que de ese modo sepultaba sus recuerdos y el dolor que me generaba haber sido ignorado por mi propio padre.

Sin embargo, eso no era más que tapar el sol con un dedo porque su ausencia me afectaría más de lo imaginado, formando mi personalidad. Desde pequeño había asumido la responsabilidad de ser el sostén moral de la familia. Tras la muerte de mi abuelo, yo sería era el proveedor. Y aunque nadie me lo exigiese, me obligué a ser el hombre perfecto.

Asegurándome cada noche de mi puta vida no ser como mi padre, la culpa de dejar a Catalina era una sombra de aquella promesa. El abandono, el engaño, eran esquirlas de una conducta ajena que había hecho mella en mi infancia, adolescencia y adultez.

Forjando mi carácter tras una coraza protectora, mantenía mis sentimientos lejos de la vista de todo el mundo para castigarme en la intimidad. Pero con Alina era distinto: ella era la única capaz de ver mis dos caras, la única que descubriría al Alejandro tranquilo, calculador que desataba su lado más sexual con su cuerpo y del mismo modo al otro yo. Al Alejandro que adoraba su aroma eternamente juvenil, aquel que era capaz de mandar todo a la mierda para vivir la historia de amor que por tanto tiempo se había negado a vivir.

Con un nudo en la garganta increpaba a ese hombre que era mi padre solo en los papeles. Nadie que se jactara de abandonar a sus hijos en busca de nuevas aventuras o por que mi madre lo ataba con dos chicos a cuestas, merecía ser llamado papá.

Vergüenza, malestar, dolor, mil sensaciones se arremolinaban en mi estómago. Sentía náuseas, una terrible sensación de impotencia aguijoneaba a mi pecho.

─Tu abuelita te habrá dejado mucha guita, Ale. No me lo niegues.

─Mi abuelita, como vos la llamás, repartió toda su plata al morir. No te creas que he sido beneficiado con mucho ─ sabía que hablar de eso era inútil. Él no se iría de allí hasta no tener la certeza que yo le entregaría la plata que tanto anhelaba.

─Se me está agotando la paciencia, nene. La plata. Mañana, antes de las 12. Me la vas a traer vos y en persona.

─No puedo. Viajo a Londres en un par de horas.

─¿Vas a viajar y me decís que andás corto de efectivo?

─No seas irónico.

─Y vos no seas rata.

Mis puños cerrados contuvieron las enormes ganas por darle una buena trompada y evaporarlo del planeta Tierra. Pero tomándome un segundo, miré a Alina por el rabillo del ojo: estupefacta, estaba muda. Y eso significaba que el impacto era sumamente estruendoso.

"Solsticio de Medianoche" -  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora