Toledo, España, la ciudad de las tres culturas.
Ese era el hogar de cierto joven, cuyo trayecto en la vida fue siempre guiado por sus creencias.El segundo hijo de una familia bastante apegada al catolicismo, teniendo a otras dos hermanas, una mayor y una menor, que parecían recibir más atención que él.
Lázaro García, su nombre; una persona de carácter tranquilo, que generalmente no le deseaba nada malo a nadie, bastante estudioso e inteligente. Tenía las cualidades de alguien muy agradable; pero la mayoría de gente lo despreciaba sin razón aparente.
En su colegio lo molestaban por su cabello ocre o para tratar de perturbar su indiferente rostro.
No solía hablar con nadie, ya que no tenía ningun amigo realmente; y su hermana mayor, Eva, se avergonzaba de él.
Pasaba su tiempo libre leyendo cualquier libro viejo que encontrara en su casa; leía libros de cuentos, obras, novelas, poemarios, en fin, todo lo que tuviera cubierta y páginas adentro.Pero como alguien que creció de forma tan cercana con su religión, su libro favorito no podía ser otro más que la Biblia.
Le encantaba leerla de principio a fin, versículo a versículo; una vez la terminaba, era muy probable que la comenzara de nuevo la semana siguiente, y si no lo hacía, pues lo haría a la siguiente de la siguiente semana definitivamente. Si no encontraba qué leer, esa era su elección predeterminada.Cada domingo, asistía acompañado de su familia la iglesia donde se congregaban; pero también llegaba él solo cada noche de la semana para rezar y hablar con el Padre Ariel, que no era precisamente amigo suyo, pero era el único que no parecía despreciar a Lázaro.
Siempre estaba ahí, a la misma hora, cada día. No era extraño que se quedara hasta tan tarde, ya que la iglesia era el hogar del Padre Ariel, estando siempre disponible para aquellos que llegasen en busca de redención.Una de esas noches, a la edad de ocho años, Lázaro habló con el Padre sobre algo que radicaría en sus decisiones futuras.
—Hoy vi cómo golpeaban a un compañero —manifestó Lázaro, sentado junto al Padre Ariel en una de las bancas dentro de la iglesia.
—¿Trataste de ayudarlo?
—No, pero le pedí a la profesora que los detuviera.
—Entonces, si ayudaste.
—Pero yo no hice nada.
—Claro que hiciste algo, ayudaste pidiendo ayuda.
—Pero aún así, no fue justo, los que lo estaban golpeando solo consiguieron una falta, ¿por qué no fueron golpeados ellos también?
—Bueno, tampoco se puede hacer eso, sería considerado violencia infantil.
—Pero, ¿si los otros niños los golpearan...?
—No, eso tampoco está bien.
—No entiendo, si Dios castiga a los malos, ¿por qué a ellos no?
—Pues, principalmente porque todavía son unos críos, aún no saben cómo funciona el mundo, y lo mismo sería con alguien adulto; lo que te quiero decir es que Dios no castigará a nadie que aún tenga la oportunidad de redimirse, y que tenga, por lo menos, una pizca de fé en su corazón.
—Entonces, ¿qué es lo que gana la gente que sufre por lo que hacen los que hacen el mal?
—Eso es precisamente lo importante, Lázaro; los que tomamos el camino correcto, básicamente tomamos el camino difícil, pero ese es el punto, ya que por ello, nuestra recompensa es mayor.
—¿Qué es esa recompensa?
—Pues, cuando nuestro tiempo en la tierra acabe, nuestras almas ascenderán al paraíso, lugar en el que descansaremos en paz por toda la eternidad. En cambio, las almas de aquellos ignorantes que muestren oídos sordos ante la palabra de nuestro señor y que navegan en el mar del pecado, sufrirán en las llamas del infierno. Así que, ¿lo has pillado? Recuerda siempre hacer lo que está bien y de esa forma, cuando hayas vivido lo suficiente, podrás estar a los pies del creador.
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LOLWORLD
General FictionLa mayoría de personas se aferran a una idea que quieren plasmar en su realidad, comúnmente llamadas metas o sueños; hay algunos que lo consiguen y, si tienen suficiente repercusión, se transforman en símbolos de éxito, inspirando así a otros para q...