Aprendiendo a nadar

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Tan solo unas semanas le bastaron a Clarke para tener una cosa clara, odiaba a Lexa Woods con toda su alma, con todas sus fuerzas y todas sus ganas.

La castaña se había vuelto la persona más insoportable que jamás había conocido y Clarke solo quería llegar de una vez a tierra para perderla de vista para siempre, para no tener que verla nunca más, ni tener que oír su irritante voz, hablando como un hombre, sin ningún resquicio de feminidad, hablando de cosas que incluso a ella, que había estado casada, le escandalizaban.

La capitana de ese navío disfrutaba demasiado poniendo colorada a su invitada, descubriendo hasta qué punto era santurrona y no estaba muy equivocada. Clarke había crecido y se había educado en una sociedad donde aún pesaba con fuerza la inquisición, donde ideas como el amor o la libertad eran extirpadas y en su lugar solo había miedo al infierno y al temor de Dios. Para la castaña, cuyo único dios era el mar, su única ley era la ley del viento que les impulsaba a avanzar y no era capaz de entender por qué esa rubia se aterraba ante la idea de un simple beso, lo encontraba demasiado divertido, no veía que Clarke realmente sufría imaginando las cosas que la castaña se empeñaba en relatarle.

Se metía con sus vestimentas, era cierto que para la vida en el mar no eran adecuadas pero Clarke no imaginaba que acabaría conviviendo con piratas, mucho menos con una castaña que la sacaba de sus casillas, que le hacía perder la paciencia y maldecir demasiadas veces al día. Maldecía su suerte, maldecía lo lento que pasaba el tiempo porque ya habían pasado más de quince días y no había rastro de tierra. No tenía ni idea de cuánto tardarían en llegar y cuánto tiempo tendría que soportar pasar sus días con esos hombres, bandidos que la miraban como si ella fuera comestible y no la tocaban por miedo a perder la mano dado que su capitana había sido tajante en ese aspecto. Clarke era suya, ella la había encontrado y ella la iba a cambiar por una gran cantidad de oro, así que ningún miembro de la tripulación se atrevía a tocarla pero sí que soñaban despiertos con ella, intimidándola y asqueándola, una situación que a la joven capitana le parecía muy divertida.

Lexa observaba a su pequeño tesoro, no entendía cómo podía ser feliz viviendo de esa manera, sin permitirse disfrutar de nada, viendo todo como un pecado horrible. No entendía la mentalidad de los españoles, ni a su Dios tan estricto que mandaba quemar gente por tonterías, no entendía por qué Clarke se escandalizaba ante la mención de los atributos masculinos si había estado casada, intentó a preguntarle si prefería los femeninos y se llevó una bofetada. En cualquier otra situación habría matado a la persona que le girase la cara mas en ese momento le pudo la sorpresa y el posterior ataque de risa dada la situación. Había exasperado tanto a su joven invitada que perdió sus modales exquisitos y eso merecía que le perdonase la vida. Aun así la castigó duramente obligándola a limpiar bajo su atenta mirada todo el navío. Fue una semana muy divertida para ella, pues ver a la rubia desafiándola y limpiando sin decir una sola palabra aun sabiendo que era la primera vez en su vida que hacía algo así, demostraba que esa joven rubia era cabezota y obstinada. Pero no era más cabezota que la joven capitana, completamente decidida a enseñarle que el mundo era mucho más que rezar, ir a misa y traer hijos al mundo.

La vida era belleza, era amanecer sin más preocupación que pensar que llevarse a la boca ese día, la vida estaba para vivirla y disfrutarla al límite y no para morirse del asco pasando las cuentas de un rosario.

Al principio, tener en su barco a Clarke Griffin no era más que tener asegurada una gran cantidad de oro en Cartagena de Indias. Ahora Lexa se había impuesto la meta de despertar en la joven la idea de vivir, vivir intensamente la vida pues no podía dejar que nadie viviera como si estuviera muerto. Abriría los ojos de la rubia para que viese la vida con otros ojos, con los suyos propios, para que pueda apreciar la belleza de las cosas. Se había propuesto liberarla, no solo de su compañía sino del lastre que arrastraba en su alma por culpa de la sociedad.

Se perdía en sus pensamientos viendo a la rubia limpiar, entre suspiros y balbuceos en voz baja, seguro que maldiciones hacia ella, eso le hacía sonreír.

Clarke estaba completamente enfadada, iba a hacérselo pagar a esa arrogante, la tenía limpiando por pegarle mas se lo merecía con creces, había osado insinuar que ella tenía pensamientos pecaminosos con otra mujer, jamás, Clarke Griffin nunca sería tan sucia y pecadora como esa castaña idiota. Esa castaña que no le quitaba ojo de encima poniéndola nerviosa, nunca sabía qué pasaba por la mente de la capitana cuando la observaba, sabía que su vida no corría peligro pues era más valiosa viva y aún así se sentía desnudar por la mirada esmeralda de esa mujer, sintiendo escalofríos, sintiendo más miedo que si fuese su vida y no su alma la que corriese peligro mortal.

No le daba el gusto de saber que le causaba una conmoción demasiado grande, tenía sentimientos por esa muchacha que no comprendía e interpretaba como odio y miedo, intentaba mantenerse fría mas en ocasiones no podía y contestaba a sus burlas provocando situaciones como la que tenía en ese momento, ella, una mujer que lo tuvo todo, limpiando un mugroso barco sola. Estaba tan metida en sus pensamientos que no vio un cabo que estaba mal colocado en cubierta, tropezó y al no poderse agarrar a nada debido a la sorpresa, se precipitó hacia el agua, sin poder hacer nada para detener su caída, sabiendo que iba a morir pues ella no sabía nadar, nunca había sabido.

Lexa escuchó como tropezaba y miró con curiosidad esperando encontrarse con la marquesita, como ella la llamaba, en el suelo hecha una furia, mas en lugar de eso vio sus ojos cargados de miedo mientras caía por la borda.

No lo pensó, se quitó el cinto con el sable y fue detrás de ella a buscarla, se lanzó al mar de cabeza, en su pecho una angustia que hacía mucho tiempo que no sentía, ¿En qué momento se había convertido la marquesita en algo más que su valor en oro? No podía dejar que le pasara nada. Gracias a su rápida reacción no tardó en encontrarla y en emerger con ella, el maldito corsé que llevaba pesaba demasiado así que Lexa cogió el puñal que llevaba en la bota y lo cortó, deshaciéndose de ese vestido que se sumergió en las profundidades del mar.

Clarke estaba aterrada, se aferraba a la castaña impidiéndole respirar, nunca imaginó que sus días acabarían así, devorada por el mar al que había aprendido a admirar y temer en esa travesía. Estaba tan asustada que los nervios no la dejaban reaccionar ante nada, hasta que la voz dulce de la capitana llegó a sus oídos. Como un canto, la estaba tranquilizando poco a poco.

-Tranquila marquesita, relájate, el mar no es tu enemigo, no intenta hundirte, intenta sacarte a flote y lo logrará si dejas de luchar contra él

-¿Cómo dejo de luchar contra él?

-Dame la mano y relájate, yo te enseño, tranquila.

Así fue como Clarke, poco a poco se fue relajando, dejó de luchar y se fio de la castaña, que con paciencia le enseñó a nadar.

Aunque Clarke jamás lo iba a decir pues ella misma se avergonzaba de pensar así, el momento en el que una joven capitana pirata le enseñó a nadar, fue el momento más feliz de toda su vida, tan feliz que no le importó estar casi desnuda al haberse desprendido de su vestido para no hundirse, no le importó estar en medio del océano junto a una bandida buscada por la ley, en ese momento lo único que Clarke podía pensar era que el mar era suyo, era completamente libre.

Lexa observaba a la joven rubia con una sonrisa, le parecía absurdo que no supiera nadar, le enseñó porque en un barco pequeño como el suyo era fácil caerse y por lo menos así sabía que no se ahogaría antes de ser rescatada, pero jamás imagino que se le enternecería el corazón y le temblaría el alma al ver la carita de felicidad que tenía la joven marquesita al ver que era ella quien dominaba el mar, que ya no debía temerle, sus ojos azules brillaban cómo Lexa jamás había imaginado que podían brillar, su sonrisa era hermosa, compartieron un momento mágico juntas rodeadas de la inmensidad del océano antes de ser rescatadas y que las subieran a bordo del navío.

Una vez rota la magia, Clarke ensombreció su rostro pues estaba semidesnuda ante todos los miembros de la tripulación. Lexa se dedicó a lanzar órdenes estúpidas y sin sentido para que todos se marcharan de ahí y no molestaran a Clarke, que se estaba poniendo roja por momentos. La escoltó a su camarote para que no la molestaran mientras se cambiaba y ahí, contra la puerta una joven pirata suspiró. Haría cualquier cosa para volver a pintar en el rostro de la rubia esa sonrisa.

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