La temible Sevillana

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El Virrey de Mar de la Plata recorría con sigilo y prisa todos los rincones de su morada. En su rostro una enorme sonrisa, quizás la sonrisa más sincera que tuvo en toda su vida.

Concienzudamente revisaba cada rincón de su morada, en completo silencio, buscando con prisa y alegría por todos los recónditos escondites de su hogar, intentando ahogar su risa y con los ojos encendidos de ternura y cariño.

Finalmente entró en una oscura estancia y se ensanchó la sonrisa de su rostro al ver moverse las cortinas. Se fue acercando poco a poco y sin emitir ningún sonido hasta que finalmente corrió la tela con una velocidad de infarto, dejando libre a un pequeño terremoto castaño que, con los ojos completamente abiertos y una mueca entre el disgusto y la sonrisa en su rostro, gritó al verse descubierto y salió corriendo antes de que su abuelo pudiera atraparlo.

La sonrisa del Virrey parecía no querer abandonar su rostro, mientras observaba con ternura y cariño a ese pequeño de cinco añitos de edad, en el veía la viva imagen de su hija, sus mismos rasgos, sus ojos esmeralda, su cabello del color del chocolate y su espíritu intrépido y aventurero, era idéntico a Lexa en todos los sentidos.

Para el pequeño no fue difícil dejar su hogar en Cartagena de Indias y marcharse con ese extraño de voz dulce y bondadosa, el muchacho no había conocido a la señora Cage pues tan solo tenía un año cuando esta falleció y el señor Cage, su padre, jamás le dio una sola muestra de cariño o aprecio, más bien fue lo contrario, solo recibió desprecios desde tierna edad por lo que, marcharse supuso para el jovencito el inicio de una aventura y de una vida mejor a la que tenía en ese hogar, que no era para él nada más que una jaula.

El Virrey le explicó con delicadeza y cuidado quién era en realidad, le contó que su madre, su madre verdadera, seguía viva y que lo quería con todo su corazón, le explicó que era su nieto y que iba a cuidarle hasta que su madre fuera a buscarlo.

Poco a poco el pequeño fue amando a su madre por los relatos que su abuelo le contaba y tachaba los días para que esta viniese a por él. Se moría de ganas de pisar el Libertad, de ver cómo viven los piratas y vivir sus aventuras, siendo su madre la mayor heroína de los cuentos del pequeño.

El Virrey emprendió una vez más la búsqueda de su inquieto nieto por la casa, sabiendo dónde lo encontraría puesto que el muchacho pasaba muchas horas del día en el mismo lugar, la azotea del caserío, con catalejo en mano escrutando el horizonte, esperando ver aparecer el navío que le devolvería a su madre, a su heroína. Pasó por delante de la habitación del pequeño, viendo por el rabillo del ojo como esta estaba repleta de barcos de madera, de dibujos de piratas y, sobre la cama, uno de los mil carteles de "Se busca" con la imagen de Lexa que había por todos los puertos.

No era un secreto que el niño idolatraba y amaba a la joven capitana sin tan siquiera conocerla, le bastaba saber que era su mamá y que le quería. Para él que jamás había conocido el afecto o el amor hasta que su abuelo se lo llevó, la promesa de vivir junto a una mujer que lo amaba por encima de todo le llenaba su pequeña alma infantil de dicha y gozo.

También conocía la historia de Clarke, la jovencita rubia que amaba tanto a su mamá, su abuelo le había contado que iban a casarse así que, a falta de una madre, iba a tener dos mujeres que lo iban a querer y consentir en todo. Sin llegar a idolatrar tanto a la joven rubia como a su madre, también la esperaba, ardiendo en deseos de conocerla y también la quería, como solo un niño puede querer, sinceramente y sin ningún prejuicio.

Encontró a su nieto en el lugar de siempre, mirando el mismo punto de siempre, esperando avistar un navío que aun tardaría semanas en llegar.

-Vendrá por mí, ¿Verdad abuelo? Mamá vendrá a buscarme

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