Cicuta.
Sólo aquellas pobres almas que se les arrancó un fragmento a mordidas salvajes y rabiosas, conocen el dolor. Sólo los que han sufrido la perdida u ofensa del ser amado, bajo las viles garras de la violencia humana, la descontrolada naturaleza de la vida, conocen el amargo sabor de la saliva, que mezcla de sangre y venganza, hacen cicuta. Y sólo las almas que se han visto truncadas de cualquier justicia, defensa o auxilio, y con ello se les negó cualquier despedida, se pueden llamar atormentadas; conocen al diablo, reciben a diario su beso y bendición de acción, haciendo de toda voluntad pólvora y casquillos de plomo. Sólo ellos saben que todo lo hermoso se hace gris e invisible, todo negrura y recuerdos que llueven en finas agujas sobre la carne. Sólo ellos saben que todos los rostros son culpables; cada agresor, violador y asesino, son la misma persona; cada víctima es un familiar.
El deseo de venganza se carga a diario, por siempre. Y se le ruega a cualquiera, poder regresar el tiempo, impedir la desdichada partida sin honor que regala el acero del cobarde; acompañar al muerto en su camino, clavar la bala del abyecto ignorante, que hace recibo de su miserable vida en el percutor de un arma casera, la puntilla plástica, la penetración forzada de sucios genitales virulentos, podridos desde su raíz en el núcleo del alma. Y se le ruega a cualquiera, castrar al preso de las desviadas pasiones antes de que lo haga con la vida que arrebata. Y se les ruega a todos los dioses, en los que ya no se creerá jamás. Se les ruega a los dioses, que serán sustituidos por un arma, poseer el poder sobre la vida; antes que devolverla al objeto de nuestros afectos, al sujeto que todos los dedos de nuestras extremidades señalan responsable, para matarlo una, y dos, y tres, y cuatro, y las veces que sea necesario, aunque jamás pagará el arrebato cometido.
Y se le jura a la vida encontrar culpable, aunque se nos vaya la misma. Se pierde todo, cualquier otra tarea es vana y fútil.
Y al final, después de años, tras haber perdido la cordura en un mar de lágrimas y remordimientos, encontramos al culpable; pero hemos perdido tanto, que no hay forma en que pague el dolor que ha causado, ni con su muerte consecutiva e infinita. Entonces todo es inútil, se está demasiado cansado para llevar a buen final, siquiera para recordar, lo que el espíritu clama como justicia. Se está demasiado cansado y perdido para llevar a cabo una tortura. Se está demasiado adolorido, con los ojos muy vidriosos para ver, las manos muy temblorosas para rodear su cuello y arrancarle el aire, demasiado enojado para regalar la tranquilidad de la muerte.
Entonces uno se encuentra demasiado humano e incapaz ¡Maldita sea! demasiado humano y compasivo, demasiado bueno para, incluso en la peor de las situaciones, caer tan bajo como el culpable.
Entonces,
se le deja ir,
esperando que sea más castigo
la vida y conciencia.Y entonces uno se da permiso de descansar, con suerte, por siempre; para alcanzar en otro mundo al amor que se llevó un miserable idiota en una de las tantas tierras baldías de un país abandonado de Dios.
Jose De la Serna