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El complejo ministerial era un espacio cerrado al que sólo podían acceder sus propios empleados. Las entradas de servicio estaban ubicadas al sudoeste, llevando a la diagonal Mogan, que se extendía por casi dos kilómetros de sudeste a noroeste. Eran tres caminos de un solo sentido, dos de ellos para entrar y uno para salir, que sólo eran usados por el personal de limpieza, los cocineros, las fuerzas de seguridad y demás. El resto utilizaba la entrada principal de Muchking Square.

Muchking Square era una calle corta, de apenas doscientos metros, pero tan ancha que parecía una especie de boulevard. Algunos vendedores aprovechaban el espacio para anunciar sus productos, y durante el día el lugar parecía más bien un bazar. La gente se reunía ahí y en los restaurantes y cafés de las proximidades con motivos de lo más diversos. Once años atrás ese lugar de Moltown se había convertido en un infierno, y de hecho había algunas baldosas rotas de aquella época que todavía no habían sido arregladas: se contaba que si se buscaba detenidamente podía encontrarse el casquillo de una bala enterrado en el espacio entre las losas de piedra, y era conocida la historia del niño que encontró un trozo de tela verde perteneciente alguna vez a aquel terrorista llamado Quixel. Pero ya nadie hablaba de la Rebelión. El restaurante en el que los últimos terroristas se habían refugiado había sido demolido. Los temas de moda volvían a ser los de siempre: películas, libros juveniles, música popular... todo lo que la sociedad demandaba para su entretenimiento y lo que los medios le daban de buena gana.

El amplio automóvil negro se abrió paso por Muchking Square, con el público apartándose de su camino, hasta que llegó al alto muro de piedra que señalaba la entrada al ministerio. Dos guardias de seguridad y un cazador abrieron la puerta de corte medieval y lo dejaron pasar a la parte oculta de Muchking: la plaza del ministerio. La estatua de bronce de Chester Goodwall, algo descuidada y despintada a la altura de la cabeza, saludó su paso mientras el automóvil se dirigía al estacionamiento. Antes de hacerlo se detuvo a las puertas del edificio de las fuerzas de paz y una mujer salió desde la parte trasera.

Natalie Bennigton prefería abrir sus propias puertas. Su chofer, con décadas de experiencia en el arte de abrirle las puertas a sus importantes empleadores, había tardado en acostumbrarse al capricho y siempre que detenía el vehículo luchaba por reprimir el instinto a levantarse. El automóvil volvió a marchar en cuanto la mujer entró al edificio.

El recepcionista estaba avisado de su llegada y no le dirigió la palabra más que para desearle buenos días. La directora del Verdad le saludó con educación y siguió hacia los ascensores. El lugar, básicamente una recepción estandarizada, estaba desierta de no ser por ella, el recepcionista y los cuatro hombres que la esperaban cerca del elevador. Uno de ellos medía casi dos metros y su presencia casi llenaba la habitación.

- Natalie – saludaron dos de ellos al mismo tiempo.

- Frank, Martin – respondió ella, forzando una sonrisa y mirándolos a ambos. Luego se volvió hacia el tercero –. No tengo el placer.

- René Boulé – dijo entonces el francés, con un movimiento de cabeza. El mafioso llevaba un traje negro intrínsecamente formal, de corte danés. Era perturbadoramente pálido y, aunque de contextura normal, parecía algo frágil, casi como si estuviera hecho de vidrio.

- El señor Boulé vino en representación del señor Gaussman – indicó, con algo de recelo, Frank Goddery. No parecía gustarle que el conocido mafioso estuviera ahí. Su tono cambió a una nota de algo parecido al miedo cuando señaló con la cabeza al hombre alto –. El señor Jinn vino de parte de los ejecutores.

El árabe, parado al lado de Martin Smith, sonrió y miró a la directora del Verdad, que le sostuvo la mirada. El ejecutor era un "regenerador" conocido. Su clase era común en la península arábiga y él en particular era famoso por su trabajo en el ministerio de La Meca. La ciudad, símbolo de la religión islámica, era un barril de pólvora por sus conflictos entre humanos e iluminados y el trabajo de Jinn, consistente en horrorosas masacres deformadas por sus testigos supervivientes y exageradas aún más por el trabajo de los medios de comunicación, había ayudado a mantener a los islamistas relativamente tranquilos. Al verlo ahí, Natalie comprendió instantáneamente que su llegada (pues no tenía constancia de que estuviera en Moltown recientemente) era la única ayuda que recibirían de Cleo en vistas de la huida de Royal.

El Diario del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora