George era inteligente, tal vez más que Silpher, y éste era consciente de ello. Lo buscó intentando no hacer ningún ruido. Arrastró los pies por el suelo alfombrado de forma sigilosa, revisando cada esquina, cada puerta y cada pequeño rincón oscuro.
Lo encontró arrodillado, intentando esconderse detrás de una caja de cartón. Se preparó, lo acechó, y en el momento justo se abalanzó...
Ambos chocaron contra el piso y la pared. George, de siete años, lo empujó. Silpher, de once, lo empujó de nuevo. La lucha duró poco, porque el menor pronto se detuvo y empezó a señalar hacia abajo, mientras ponía el dedo índice entre sus labios.
Entre los dos hermanos ya habían circulado rumores de que sus padres guardaban uno que otro secreto. El primero en notarlo fue Silpher: aquella noche en la que se encontró a su padre bebiendo chocolatada y tanto a él como a su madre visiblemente nerviosos, no pudo más que empezar a sospechar algo. Y en los días siguientes, cuando la actitud de ambos empeoraba, su sospecha fue creciendo.
Esa mañana, mientras jugaban a las escondidas (era su juego preferido en aquel verano) las sospechas de ambos se confirmaron.
- Sabes que no podemos –se escuchó la voz de su padre a través de un pequeño agujero en el suelo de madera. El agujero dejaba ver una pequeñísima porción de la luz de la cocina debajo–. Vamos, Rya, debes comprender.
- No te preocupes, Tritón, no esperaba otra respuesta –Esa voz no la conocían. Silpher, sin embargo, la identificó como la que tendría una chica joven, tal vez adolescente, aunque el tono era vago y casi indiferente–. No soy ingenua. Sé que no harían nada en contra de él... tal vez sean principios, lealtad... o sólo miedo.
- ¿Miedo? –preguntó su madre. Por el tono, parecía incrédula.
- No es miedo, Rya –siguió diciendo su padre, con voz comprensiva-, es solo que...
- No me importa –replicó secamente la desconocida–. De todas formas no los necesito a ustedes –Hubo una pequeña pausa. Los hermanos escucharon un tenue sonido, como si la desconocida joven estuviera sorbiendo algo. Acercándose al pequeño agujero en el suelo, casi pegando su ojo derecho a la madera, Silpher logró ver una parte de la escena que se desarrollaba debajo: sus padres de pie de un lado de la mesa de la cocina; la heladera semi-abierta; y una joven (no adolescente, sino mayor) sentada en una de las sillas y bebiendo un trago bastante largo de una de las latas de cerveza que sus padres guardaban en lo más hondo del congelador. La desconocida dejó de beber- ¿Dónde está la cruz?
Silpher vio a sus padres intercambiar una mirada significativa antes de que George lo empujara para poder ver también.
- No la tenemos –dijo su madre.
- Sé que se las dio en Muchking Square.
- ¿Cómo...?
- Johan.
- Dursfold –murmuró su padre- ¿Por qué?
- ¿Por qué no la tienen? –preguntó a su vez la joven– No vayan a decir que la perdieron.
- No la tenemos –repitió su madre. Silpher reconoció el tono: su padre tenía paciencia infinita, pero su madre no, y cuando usaba ese tono lo mejor era detenerse, dejar de respirar y rezar para que tenga misericordia. Bueno, no tanto así, pero si se le acercaba bastante. La joven también parecía conocer el tono.
- Se la dieron a alguien, ¿verdad? –dijo. Hubo otra pausa– Me lo imaginé. Aunque lo comprendo. Querían alejarse, estar seguros, vivir tranquilos... nadie puede culparlos de eso –Una pausa más. El tono de la joven se había vuelto comprensivo, casi amigable comparándolo con el talante indiferente que tenía antes.
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El Diario del Hombre Muerto
Science FictionEn un mundo regido por los seguidores del gran Cleo, el más poderoso ser que jamás haya existido, surge un grupo de superhéroes, vigilantes o terroristas conocido como la Orden de los Niños de Woodbrook, en la ciudad inglesa de Moltown, gobernada po...