- ¿Cómo es él? – preguntó Chris, alejando a Nicholas de sus propios pensamientos.
Agradeció que fuera así. Desde que recibieron esa llamada había estado emocionado, inquieto, preocupado y hasta atónito. Emocionado porque Silpher había escapado, inquieto porque no creía que Miriam estuviera de acuerdo en ir a buscarlo, preocupado porque Chris había insistido en buscarlo también y atónito porque Miriam, que había respondido el teléfono, dijera sencillamente que debían hacerlo.
Conocía a su esposa desde hace mucho. En retrospectiva, creía que debían ser alrededor de veinte años. Le gustaba pensar que no se guardaban secretos más allá de los necesarios para mantener el matrimonio funcionando. Pero su mirada al decirle lo de Silpher, al decir que iría al ministerio a buscar a su hermano, al darle las llaves del automóvil para que fueran al hospedaje, esa mirada era un secreto en sí mismo.
Intentó no volver a pensar en ello. Se aferró al volante. Conducía por una avenida vacía, que llevaba a la Zona Roja. Se volvió hacia su izquierda, hacia Chris, sentada en el asiento del acompañante. Detrás de ambos descansaba una caja. Era su único equipaje, y todo lo que llevaba dentro era el traje de Chronoman.
- ¿Cómo es quién?
- Silpher – respondió su hija, con la vista al frente. Parecía estar pensando.
- Viste la foto – se extrañó.
- No me refiero a eso.
Nicholas agradecía que Chris le diera la oportunidad de hablar de Silpher, pero aun así se mantuvo en silencio, incapaz de encontrar una forma de describirlo. Finalmente dijo:
- Era un líder – Eso lo resumía perfectamente –. No uno que hayamos elegido, pero tampoco uno al que pudiéramos desobedecer. Era... es, quiero decir. Es. Es un tipo duro, como los de las películas de acción, solo que no tenía una o varias chicas siguiéndole – Esbozó una sonrisa, miró a Chris y descubrió que a ella no parecía causarle gracia. Su sonrisa se esfumó –. Claro, no es muy simpático. Era... es más un dictador que un capitán de fútbol. Mierda, lo hago sonar mal. Me refiero a que no era...
- Nunca lo llamaste héroe – observó Chris, interrumpiéndole. Nicholas soltó un intento de risa.
- ¡A nadie llamé héroe!
- Sí lo hiciste. Repetiste varias veces que eran superhéroes.
- No es lo mismo.
- ¿Cuál es la diferencia?
- Agh, no sé.
La respuesta no satisfizo a su hija. Nicholas lo notó por la forma en la que lo miró, como si dijera "esa respuesta no me satisfizo" (Nicholas tenía poca creatividad en eso de interpretar miradas). Suspirando, y apretando un poco el acelerador, siguió:
- Es más difícil ser un héroe. Necesitas sacrificio o algo así. No lo sé – Chris calló, observando el exterior. Sí, parecía pensativa. Probablemente estuviera pensando en su madre, a la que habían dejado atrás, y que ahora se dirigía al equivalente de la garganta del lobo. Nicholas lo hacía. Al fin y al cabo, Chris todavía era una niña. Ya tenía doce... ¿o eran trece?
¿Qué clase de padre no sabe la edad de su hija? ¿Qué clase de persona la expondría a situaciones con un peligro de muerte potencial, como él lo hacía ahora? Nicholas asumía que era mal padre, pero a veces se sorprendía de lo malo que era. Decidió que no era buena idea preguntarle si tenía doce o trece. Sobre el peligro de muerte no quiso pensar. Pero sí creía que era necesario decirle algo: estaban abandonando su casa, el vecindario, la ciudad... básicamente estaban cambiando de vida, ¿debía decir algo? ¿Qué? ¿O tal vez debía esperar a que ella lo hiciera? ¿O sería mejor saltar del vehículo? ¿Había manuales para padres?
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El Diario del Hombre Muerto
Science FictionEn un mundo regido por los seguidores del gran Cleo, el más poderoso ser que jamás haya existido, surge un grupo de superhéroes, vigilantes o terroristas conocido como la Orden de los Niños de Woodbrook, en la ciudad inglesa de Moltown, gobernada po...