JUEVES NOCHE

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Cuando don Olegario entró en casa y puso el libro sobre la mesa, se secó la cabeza con un pañuelo y volvió a la chimenea maldiciendo el frío que hacía fuera. Una vez hubo recuperado el calor, cogió el libro y lo examinó entre sus manos. La portada seguía siendo blanca, sin marca alguna. Impoluta. Incólume. No se veía el nombre de ningún autor ni tenía una sinopsis en su parte trasera. Su lomo también era blanco como la leche. Con pereza, buscó en su primera página la imprenta donde se había fabricado así como otros datos. Nada. Nuestro protagonista estaba desconcertado. ¿Cómo podía haber un libro sin título, portada, índice o contenido? Comenzó a hojear las páginas con incertidumbre, pensando que tarde o temprano encontraría algo, pero tras revisar todas y cada una, se aseguró de que estaban en blanco. Un libro en blanco de principio a fin, sin siquiera una palabra.

"¡Menuda pérdida de tiempo! ¿Quién puede haber olvidado un libro tan inútil aquí, frente a mi casa?".

Bostezó y pensó en lavarse los dientes e irse a dormir. Mañana usaría el libro en blanco como cuaderno para apuntar cualquier cosa y que, por lo menos, tuviera una utilidad. Fue hasta el baño y llenó el cepillo de dientes de pasta antes de meterlo en la boca. Allí pasó unos minutos cavilando en silencio hasta que terminó su limpieza. Apagó todas las luces de la casa y subió a su habitación, que estaba en el piso superior y, tras quitarse las zapatillas de estar por casa, abrió las sábanas para introducirse en la cama. Justo entonces sufrió un desagradable sobresalto: el libro de portada blanca se encontraba allí, en medio del lecho, como si de un amante de papel se tratase. Don Olegario retrocedió horrorizado hasta la pared. ¿Qué hacía allí aquel libro? Él estaba seguro de haberlo dejado en la mesa del salón en el piso de abajo. Haciendo acopio de valor, se acercó y lo cogió mirándolo de nuevo como un objeto extraño y, casi con furia por el susto que se había llevado, encendió la luz del pasillo y lo llevó a la estantería de la salita.

Volvió a su habitación maldiciendo el percance, porque la duda ante lo sucedido lo había desvelado. Decidió no darle más vueltas al asunto para poder dormir pronto pero, al llegar a su habitación y ver el tomo blanco de nuevo sobre su almohada, se quedó pálido como si hubiera visto una aparición. ¿Acaso ya le afectaba el Alzheimer? ¿Acaso ya era una persona de tanta edad? Estaba seguro de haber llevado el libro fuera de su cuarto antes de regresar. Decidió respirar hondo, contar hasta diez y solo entonces, abrir los ojos, coger el libro y llevarlo con paciencia fuera de su habitación como estaba seguro de haber hecho hacía un minuto. "Debo haber tenido un deja-vu. Sí, debe de ser eso. No pensé que esta semana me hubiera cansado tanto como para imaginar cosas" dijo, pero por dentro, él sabía que nunca imaginaba nada y que lo que estaba pasando simplemente era ridículo. Debía haber sido un lapsus y nada más. No había motivo para pensar que algo fantástico pudiera estar sucediendo frente a él, porque no creía en esas cosas.

Su sorpresa fue grande al volver a acostarse y recibir un golpe duro en la cabeza. La almohada tenía una rigidez insólita y, al encontrar el libro dentro de la funda y, tras sacarlo de ésta y ver que era, sin lugar a dudas, el mismo que había llevado, sus rodillas temblaron de nerviosismo.

Hacía años que el señor Olegario no se mordía las uñas cuando estaba nervioso; de hecho, no había vuelto a hacerlo desde que se había convertido en un señor, porque en su repetitiva vida no había vuelto a sentir nerviosismo, pero en ese momento, se llevó una mano a la boca y empezó a morderlas compulsivamente. Armándose de una paciencia infinita, cogió el libro con los dedos como una pinza, como si le diera asco y, con mucho cuidado, lo sacó de la habitación varias veces. Muchos minutos estuvo paseando por su casa llevando el libro fuera aunque inexplicablemente, volvía a su habitación. A nuestro protagonista no le gustaban los hechos que no se pudieran explicar con la fría lógica, por lo que mantuvo el porte durante varios asaltos. Sin embargo, al ver que la situación no parecía tener fin, comenzó a desquiciarse pensando que no dormiría y, en un arrebato cogió el libro con una mano y exclamó:

Un poquito de alegríaWhere stories live. Discover now