¿Eran aquello los brazos de un guerrero o las antenas de un insecto? No distinguía las jarcias de un barco de unas hojas mecidas por el viento. Con cada página, que giraba como hace el tubo de una ola al llevar a la playa llenándolo todo de espuma, un nuevo resplandor le enseñaba una historia. Aquellos puntos se unían para formar a un barco de velas rojas que surcaba un mar azul mientras que, bajo el agua, una serpiente marina se reía de los hombres que, ignorantes de su presencia, manejaban cuerdas y timón. Sin embargo, desde otro punto de vista, esos mismos puntos parecían contar la historia de una paloma que volaba hasta llegar a un castillo de oro en cuya torre más alta esperaba un arpista queriendo oír su arrullo.
¡Oh, qué grande era el desierto que se extendía en la página siguiente! Era tan inmenso que parecía un mar. A lo lejos divisó unas torres blancas y un ejército de mariposas azules levantaba el vuelo desde el sol dirigiéndose hacia ellas. En medio de su camino por el cielo éstas se transformaron en una rosa gigantesca pero don Olegario no tuvo tiempo de mirarla porque el suelo bajo sus pies cambiaba.
Las dunas que parecían de oro se transformaron en un jardín de violetas y el brillo de la Luna iluminó un cielo nocturno que se había formado súbitamente. Las constelaciones tenían la misma posición que los puntos; aun así, vistos desde otro ángulo, contaban otra historia.
¿Eran aquello los cuernos de un enorme ciervo o dos árboles que avanzaban en la lejanía? Don Olegario abrió una boca redonda como una "O" cuando vio que se trataba de un banco de peces que huía de un enorme pulpo volador. Los peces pasaron como flechas dejando en el cielo marcas de estrellas fugaces. Mientras tanto, el pulpo, que era como un tornado, con su tinta, iba dibujando por el cielo unas campanas de colores cuyo tañido le invitaba a dar la vuelta a la página.
Se encontró a lomos de una golondrina que poco a poco se transformaba en una flecha para de repente estallar como un fuego artificial. ¿Eran los anillos de Saturno lo que veía a su alrededor o se trataba quizá de un enorme hula-hop cósmico? No tardó en ver cómo un dragón traía una cesta en la boca para él y ésta contenía la invitación de un reino lejano, pero tras un parpadeo los puntos le mostraron a una elegante pareja bailando ballet dentro de una botella de cristal.
La siguiente página mostraba una lluvia de fuego que goteaba sobre una ciudad. Sorprendentemente había un edificio volando, con la forma de una montaña y esta se transformaba en una estatua con forma humana, como un cetro que se alza hasta el cielo.
Tras ser deslumbrado, vio la tierra desde lejos. ¿O se trataba de un ojo azul enorme?
Azotado por el olor de la carne asada con miel de un jabalí, desvió su atención de este punto azul en el universo para cruzar una puerta roja y ver un pilar de oro descender del cielo y catorce ojos que contemplaban un baile apasionante en el patio de un castillo.
Las imágenes y sensaciones que veía cambiaban tan rápido que no tenía tiempo para saborearlas todas y se sentía inmensamente feliz pero nunca saciado, como si no pudiera calmar una sed que no sabía que sentía.
En medio de una oscura noche lluviosa, una chica rubia volaba por el cielo hasta la ventana de su amado. Él cargaba a su espalda un peso como el del dios Atlas. Ambos reían y lloraban con alegría.
Sus lágrimas se transformaron de nuevo en hojas verdes mecidas por el viento. Sobre una catarata que regaba el mundo entero, voló sobre bosques de distintos tonos de verde riéndose mientras un oía a alguien tocar un alegre violín a sus espaldas. Nunca llegó a ver quién era pero lo cierto es que le dieron ganas de reír y no se cortó. Había estado en tantos lugares...
Don Olegario estaba disfrutando como nunca. Había hecho cosas que nunca habría esperado: Había viajado por distintos mundos, había olido la música más deliciosa, escuchado las imágenes más espléndidas, bailado los ritmos más diferentes y degustado las formas más curiosas que podáis imaginar.
Cuando por fin apartó la vista de las páginas, aún con el corazón acelerado y jadeando como un corredor, se dio cuenta de que casi había anochecido. ¡Qué rápido pasaba el tiempo! ¡Había tenido tantas ideas!
Fijándose detenidamente se dio cuenta de que las páginas no habían cambiado en lo absoluto; seguían mostrando los mismos puntos que hacía unas horas. Era él quien había dibujado con su mente algunas historias y había visto muchas otras que debía haber imaginado más experto en el arte de imaginar que él.
Dejó el libro en la mesa mientras caminaba con las manos en la cabeza, estirándose eufórico. Incluso se permitió un bailoteo sobre la alfombra mientras reía a carcajadas. Entonces cogió su libro y lo besó con verdadero aprecio. ¡Eso sí que había sido diversión! Había visto de todo, y de todo quería saber más, pues seguía insatisfecho, con la sensación de no haber visto suficiente.
Miró el reloj temiendo que fuera muy tarde para poner en práctica unas grandes ideas que había tenido. Eran las ocho. Su tiempo se acababa. Pensó que si se apresuraba quizá tendría tiempo, pero su antiguo yo le lanzó un ultimátum:
"No irás a hacer algo osado de nuevo, ¿verdad? Todos se reirán de ti."
Pero sin embargo, una vez que una mente crece, no vuelve a recuperar su tamaño original y, con la fuerza de su recién descubierta imaginación, se dijo que todo era posible y, cogiendo su llave y su cartera, decidió no hacer caso a lo que habría dicho el aburrido viejo don Olegario y salió por la puerta con paso decidido al anochecer.
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Un poquito de alegría
Historia CortaDon Olegario era una persona seria. Trabajaba, comía y vivía de la misma forma día tras día sin que nada alterase su orden. Sin embargo nada volvió a ser igual desde el día en que recibió la inesperada visita de un objeto peculiar que le enseñó que...