Lágrimas y mocos

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Mi relación con las lágrimas es complicada.

Las considero necesarias porque a veces te cae shampoo en los ojos y no hay forma de sacarlo mas que llorando, en ese sentido supongo que están bien, pero las que involucran lo emocional que manchan el rostro por mera falta de autocontrol, y desde luego las lagrimas ajenas me hacen querer gritar por la desesperación.

Además las lagrimas pueden ser una verdadera arma de tortura mental. Con los mocosos por ejemplo, la gente no soporta verlos llorar porque les parte el corazón; en cambio yo solo siento indiferencia por ellos, la realidad es que los niños son unas pequeñas bestias manipuladoras que aprenden a manejar su llanto y gritos a la perfeccion para conseguir cualquier cosa que les plazca.

Pueden engañar al resto del mundo, pero yo si recuerdo mis tiempos de infancia y sé que cosas malevolas es capaz de hacer un niño.

Pero dejando un poco de lado las lágrimas, pasemos a los mocos.

Oh mi dios. Mucosa en general, la textura, aspecto, ni siquiera quiero imaginar su hedor.

Conozco el proceso de formación del moco en nuestras narices, por ello sé la gran importancia que tiene para llevar a cabo la adecuada función respiratoria, pero eso no le quita lo repugnante.

Bueno, creo que siendo justo debo admitir que los mocos no son repugnantes por si mismos, sino por las sustancias que atrapan y desde luego por aquellas personas que tienden a sacarlos de sus narices para comerlos.

¡Eso ni siquiera es natural!

Digo... en cierta parte puedo justificar que un niño de 4 años lo haga pero a partir de cierta edad, considero que todos somos perfectamente capaces de discernir entre si es apropiado comer algo que sale de tu nariz sucia.

Oh y ya ni hablemos sobre los resfriados.

El escurrimiento nasal es una tragedia protagonizada por un desfile de mocos liquidos que se pasean hasta nuestros labios. Esos mocos viscosos llenos del virus responsable que solo esperan a que estornudemos y escupamos sus asquerosos amiguitos virus entre nuestras gotas de saliva para contagiar a otro ser humano.

No me gustan los funerales ni esas cosas porque eso implicaría tener que dar el pésame, y sin contar el hecho de que soy un inepto social de primera, eso incluiría ofrecer abrazos a personas húmedas hasta el cuello por lágrimas y con mocos escurriendo por todos lados porque están tan congestionados que las lagrimas y los mocos no saben ni por donde salir ya.

Excepto por supuesto con Pete Wentz.

Cuando ya estábamos en la universidad, ocurrió una tragedia para la familia Wentz. La abuelita de mi novio falleció a sus 95 años de edad.

Yo estaba con Pete cuando le avisaron lo que había ocurrido y al inicio no pareció reaccionar, solo se quedó en silencio y mirando hacia la nada con el ceño fruncido.

Yo era pésimo en eso de consolar a las personas y a pesar de que agradecía el hecho de que Pete no se hubiera soltado a llorar descontroladamente hasta querer rodar por las escaleras, me sentía muy desconcertado por su falta de reacción.

Busqué en mi memoria los consejos que me había dado mi madre para no ser una bestia insensible al tratarse de dar el pésame, porque ciertamente el único ser humano, además de los miembros de mi familia nuclear, al que me interesaba consolar apropiadamente y sin meter la pata, era precisamente Pete.

Le sujeté las manos y murmuré intentando usar un tono de consuelo

-Pete lo siento tanto. Mi más sentido pésame, sé que no voy a lograr entender lo que estás sintiendo en este momento, pero sabes que estoy contigo para cualquier cosa. Tu abuela está descansando ya y te aseguro que dónde sea que se encuentre, ella te mira y se siente muy orgullosa de ver todo lo que estás logrando.- sí, esas palabras parecían ser adecuadas, le agregué un par de detalles que no había mencionado mi madre pero que me habían nacido del alma para decirle a mi querido novio.

Wakala Que Rico -Petekey-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora