Capítulo 2

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- ¡Dormilona! ¡Abre los ojos! – Llamaba a la niña que insistía en no despertar, sacudiéndola dulcemente mientras le besaba las mejillas. Un juego casi diario desde que vino al Solar de Santa María.

- No quiero Isabel. Un poquito más. – Y se metió de nuevo debajo de la sábana de lino.

- Vamos. El pequeño almuerzo va a ser servido y el Señor su tío, va a enfadarse si lo hacemos esperar.

Inentaba asustarla con la autoridad del Señor de la casa, sabiendo que el Conde no era un hombre que hiciera un escándalo por pequeñeces.

Le preocupaba la tristeza de la niña. Siendo una niña curiosa y muy viva, dejaba entrever destellos de melancolía, que no conseguía poner en palabras y empezaba a dar señales de extrañar a su madre. La poca edad todavía no le permitía pensar sobre el motivo de su tristeza. El cuidado con la niña y la relación afectuosa que Manuel Alfonso devotaba a su sobrina más parecían las de un padre y se sorprendía a sí misma en los últimos días admirando los juegos de los dos y pensando que buen padre sería. Físicamente no había semejanzas y según había oído Genoveva, Teresa había heredado el físico de su padre estatura baja y delgada. En los primeros días de trabajo en aquella casa pensó que la niña fuera su hija, al contrario de lo que él le dijo.

Consta – dicho por Genoveva, la criada más antigua de la casa - que Miguel Mortágua era malo como las serpientes que, activas por el calor en el tiempo de la cosecha, mordían a las mujeres y hombres que cosechaban el pan, en el caluroso mes de julio.

El hombre, pequeño y enclenque, no se inhibía por tomar un látigo y golpear a un criado del establo hasta hacerlo sangrar. Tornarse negrero fue apenas una consecuencia de la ambición y de la maldad de carácter. Miguel fue a hacer fortuna con los pioneros y se transformó en uno de los hombres más ricos de Brasil y de Portugal encima del oro y de la esclavitud.

Además de los criados – una cocinera, tres ayudantes, dos criadas del trabajo interno, un cochero, dos muchachos de establo y el mayordomo Miguel Silva – sólo ella, el Conde y la sobrina vivían en el Solar de Santa María residencia de campo de la familia Barbosa hace varias generaciones.

El viejo Conde había partido para Brasil hacía más de doce años, a consejo de su majestad, para preservar los terrenos conquistados por su padre ya fallecido y por allá se quedó, visitando las propiedades del continente sólo una a dos veces por año. Con el casamiento de Leonor y su partida con el marido, doña Joaquina Barbosa se empecinó y fue atrás del viejo Conde.

Manuel Alfonso, por quien su padre había abdicado del título todavía en vida, descubrió que uno de los intereses que lo mantenían en aquella tierra bendita, era la piel suave de las negras, con quien se acostaba por placer sin que precisara respetarlas, o pedir su consentimiento. La llegada de la esposa terminó con el deleite del padre y aumentó su mal humor.

La hermana menor, Leonor, se casó con un hombre asqueroso y rico y viajaron a Brasil en cuanto la ceremonia teminó. Miguel Xavier de Mortágua pidió a Leonor en casamiento sin dote, pues se decía enamorado de ella. En realidad el hombre ya había pasado de los cuarenta años y estaba desesperado por dejar herederos y Leonor no tenía todavía marido prometido, dada su juventud. Amigo de Don Alfonso Barbosa - Conde de Évora-Monte y padre de Manuel Alfonso - manifestó su intención de casarse con la joven, esa decisión fue bien acogida por su padre, pero no por la joven Leonor que esperaba un marido más joven y gentil. Dueño de una fortuna inmensa hecha con el comercio de esclavos poseía también una hacienda cerca de Escobas - a camino de Rio de Janeiro – que era vecina de la hacienda del Conde Alfonso Barbosa. Las dos haciendas se separaban sólo por los extremos y un día serían una enorme propiedad. El negocio principal de Don Alfonso era la minería del oro y habiendo obtenido permiso real para establecerse en aquella zona servía también a la corona fiscalizando posibles fugas de la parte que le correspondía a la corona. Escobas, es una región que facilita el acceso al puerto de Rio de Janeiro, donde el oro embarca hacia Portugal. En el fondo se trataba de tomar de los nativos aquello que era suyo por derecho. Nació en cuna de oro, pero pensaba que el sol cuando salía era para todos, pensamiento, que le podía valer una acusación de traición y prisión para el resto de la vida. Manuel Alfonso guardaba para sí los pensamientos insurrectos que solía tener, no fuera que el diablo tejiera su tela y alguien lo acusara frente a su majestad de traición a la reina.

Jardines de la LunaWhere stories live. Discover now