Capítulo 9

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El grito resonó por la habitación y a Manuel Alfonso le dio la sensación de que por el resto de la casa también. Era de pura aflicción. Le tapó la boca con delicadeza antes de que gritara más y alguien apareciera para ayudarla y lo encontrara allí, donde no debería estar.

Aún bajo el efecto del sueño luchó y comenzó a dar patadas y empujones. Manuel Alfonso intentó calmarla pero ella parecía poseída por algún demonio que no era de la Tierra. Estaba realmente asustada.

- Soy yo Isabel. No te voy a hacer mal. – Y la abrazó por la espalda cruzando los brazos alrededor del pecho de ella, para inmobilizarla.

En la penumbra y aterrorizada porque alguien la sujetaba, luchó con energía intentando soltarse varias veces. Sintió una mano enorme junto al pecho y en desesperación le enterró los dientes con toda la fuerza que tenía.

Manuel Alfonso dió un grito.

- ¡Mierda Isabel! – Retiró la mano rápidamente y la largó para ver la herida que le dolía muchísimo.

¡Pero qué muchacha! Con la oscuridad no conseguía ver la profundidad de la mordida, pero sentía la sangre corriendo por la mano y un dolor intenso.

Se levantó, retiró una vela de la mesa de noche, se dirigió a la puerta de la habitación y encendió la vela en la llama del candelabro de aceite del pasillo. Isabel se sentó en la cama con el cabello completamente despeinado, tapándole los ojos, y los resfregaba como si quisiera despertar de un sueño penoso. Parecía desorientada. Al notar la diferencia de luminosidad levantó la cabeza y alejó el cabello, pero el espanto por lo que vió la dejó pasmada y se preparó para huir. Al final, siempre estuvo allí, no era un sueño. El hombre estaba allí en la habitación.

- Por favor... no... váyase. – Y comenzó a llorar enroscándose en sí misma.

Manuel Alfonso quedó sorprendido por su reacción y se acercó con cuidado. Puso la vela encima de la mesita y se sentó en la cama. Isabel sollozaba agarrada a las rodillas. La abrazó por los hombros y la llamó.

- ¡Isabel... no llore! Estoy aquí. Fue una pesadilla. ¿Se acuerda de lo que soñó? – Intentaba hacerla volver a la realidad.

El abrazo tierno y sereno la contuvo un poco y de a poco las ideas fueron aclarándose y empezaron a tener sentido. Recordó del sueño pero la sensación más fuerte era de miedo. Tomó consciencia de que él estaba allí. Era él, no el otro.

¿Pero, que es lo que estaba haciendo allí? ¿Manuel Alfonso en su habitación? ¿Hacía cuánto tiempo que estaba allí?

- Pero... Vuestra Merced ¿qué está haciendo aquí? – Dijo más calma. – Me acuerdo de haber gritado. ¿Lo desperté? Disculpe.

Manuel Alfonso se preparaba para negar su pregunta - no lo había despertado - Cuando miró las piernas. Las suyas. desnudas y... ¡oh! ¡Por Dios! Estaba desnudito. ¿Y ahora? ¿Cómo le iba a explicar? La situación estaba tornándose incontrolable. Se sintió ridículo. Él, un hombre hecho y derecho, Conde, desnudo en la habitación de la maestra. ¿Estaba loco o habría perdido la verguenza definitivamente? O peor todavía, ¿sería más parecido con el viejo Conde, su padre, de lo que imaginaba? Sólo de pensar en esa posibilidad sintió un escalofrío. No quería ser como el viejo.

- Tuve una pesadilla... en parte. – Explicó medio atolondrada.

Mientras el sueño no revelaba la cara del villano - el gitano – casi tuvo un orgasmo. Que verguenza. No podía contar más, él pensaría que era una depravada. Se sintió avergonzada por los pensamientos y fijó los ojos en los motivos de la colcha de la cama para abstraerse. La vela encendida daba un aire misterioso a la habitación y el algodón estampado en las cornucopias azules y rosas parecían moverse. No tenía coraje de levantar los ojos de la colcha y encararlo. ¿Y si él adivinaba que ella había tenido un orgasmo en el sueño?

Jardines de la LunaWhere stories live. Discover now