Capítulo 10

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Recorrió todos los rincones de la propiedad en busca de señales extrañas que pudieram confirmar sus sospechas, pero las búsquedas fueron infructíferas. Al atardecer, cuando los campesinos acababan de recoger los últimos cestos de uvas de la cosecha de aquel día, todavía no había señales del gitano. Hoy, Manuel Alfonso estaba dispuesto a ir hasta el fin. Salió de casa armado hasta los dientes con escopeta y pistolas y listo para desafiarlo. Desde la adolescencia que no le gustaba aquel hombre y sería la última vez que pondría los pies en sus propiedades.

Se consideraba un hombre fuera de su tiempo, defensor de los derechos de los otros e incapaz de discriminar a alguien sólo por ser pobre o tener otro tono de piel, pero estaba en el límite de su tolerancia. Aquel gitano rondava el Solar de Santa María hacía muchos años y eso iría a acabar hoy. ¿O estaría con celos de lo que le había visto hacer con la criada? Ni quería pensar en eso. No. La criada fue sólo un medio para tornarse hombre. Le estaba agradecido, evitó que su padre lo llevara a aquel antro de rameras en la frontera de Badajoz. Un lugar del que había oído hablar cuando joven donde las mujeres se acostaban con los hombres a cambio de dinero y que el padre frecuentaba con asiduidad, queriendo llavarlo allá para que se hiciera hombre.

Empezaba a nutrir un odio visceral por el gitano y las ganas de golpearle la cara eran enormes. Juan de Morel era frecuentador asiduo de las tierras de su padre desde que se recuerda. Mayor que él algunos años – debería tener cerca de treinta y cinco – siempre paseó por allí de forma displicente y con cierta arrogancia, como si fuera dueño de las tierras. Recuerda que siempre que los gitanos montaban campamento cerca de la ribera, lo que sucedía dos a tres veces por año, sus padres discutían.

Doña Joaquina, su madre, parecía tener celos de alguien relacionado a los gitanos y que él, Manuel Alfonso, todavía no había entendido quién era. Muchas veces vió al gitano en las inmediaciones del Solar de Santa María y a su padre conversando con él. Hasta unos días atrás, nunca más se había acordado de tal escena, pero, empezaba a pensar que el viejo Conde tenía algún secreto que incluía al maldito gitano. Pensándolo bien, el hombre no era ni siquiera del mismo color que los otros y sus rasgos – a pesar de la forma como se vestía – no eran del todo gitanos. Para no concluir lo que ni quería imaginar, espantó esos pensamientos de la mente.

Entró a la casa cansado y la única cosa que le apetecía en aquel momento era un baño caliente.

- ¡Genoveva! – Gritó.

La mujer apareció alarmada y dijo:

- ¡Jesús niño! ¿Quién ha muerto?

- ¡Nadie! Dile a María que prepare un baño caliente. Estoy exhausto y hambriento. Voy a subir a mi habitación. – Y le volvió la espalda.

Algo extraño le pasaba al niño – pensó la criada - no era hábito proceder de aquella forma. Las niñas cenaron solas y él volvió triste e irritado. Alguien le echó un hechizo y sólo podía ser la bruja Angelina, malvada, envidiosa y con el fuego siempre encendido en el medio de las piernas.

El calor volvió y la luna llena todavía brillaba. Una noche perfecta para un paseo en el jardín. Quería aprovechar aquellos momentos que estaban a punto de terminar dentro de unas semanas cuando él partiera. Dejó a Teresa adormecida en la habitación de la criada, como él ordenó y bajó la escalera hasta la fuente italiana. Una gama de sonidos y olores llegó a sus sentidos. Alentejo en verano era siempre igual. Una nostalgia la invadió. Extrañaba a su madre a quien no veía hacía cinco años y a su habitación. Al piano, al rió donde solía pescar y a Rosa María, su amiga y vecina de la quinta al lado de las tierras de su padre. Rosa María debería estar casada y tener un par de hijos.

Jardines de la LunaWhere stories live. Discover now