Capítulo 6

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- Ya puede retirar su linda cabecita debajo de la almohada, señorita. Le garantizo que nada irá a ofender sus oídos y sus bellos ojos. – Y se sentó en el borde de la cama esperando que ella saliera de aquella posición de avestruz con la cabeza enterrada en la almohada.

Manuel Alfonso era paciente. Tenía toda la noche y estaba decidido a no salir de allí. Para la seguridad de todos, la verdad debería surgir.

La almohada fue colocada de lado. Debajo de ella, surgió una cabeza rubia despeinada, con los cabellos en la cara y unos ojos azules muy brilhantes y asustados. El susto no era tanto por lo que había visto allá fuera pero sí por la presencia de él allí y por la anticipación de lo que él quisiera hacer con ella, sobre todo después de lo que había visto.

- Vuestra Señoría disculpe. Estoy muy avergonzada. – Dijo mientras se levantaba quedando sentada en la cama.

- En verdad, señorita Isabel aguantó muy bien. Es la heroína de la noche. Cualquier señora con un mínimo de decencia habría gritado y huido desesperada. – Le respondió de forma jocosa.

La ironía y la burla hacían parte del su vocabulario y modo de ser. Empezaba a habituarse. Sin embargo, las ganas de responderle eran enormes. Sabía que estaba pensando cosas acerca de ella.

Se hacía la santa cuando le gustaba lo que veía. Virgen o no era muy atrevida. Sabía bien que ardía de deseo pero se presentaba como una niña púdica.

- Vuestra Señoría quiere decir que...

- Lejos de mí... ¿por quién me toma?. - Y levantó las piernas encima de la cama quedando al lado de ella. Sacó una almohada y se recostó extendiéndose a lo largo de la cama.

Listo para el ataque. Tal vez hoy fuera su noche de suerte.

- Usted vino a esta casa porque yo precisaba de alguien que me ayudara con mi ahijada... - carraspeó aclarando la garganta pero, no sé si voy a precisar más de sus servicios.

Isabel se estremeció.

- Pero... Vuestra Señoría... Señor Conde... ¡por favor! – Y puso las manos en señal de súplica. - Yo no tengo adonde ir. No puedo volver al convento a no ser... - Y se calló con las lágrimas casi aflorando.

- A no ser que haga los votos definitivos. – Completó. – Pero el problema es suyo. – Estaba siendo duro de propósito. Era la única forma de saber la verdad.

- Pero señor... - tenía que decir la verdad, no le restaba alternativa. Tal vez se condoleciera y la dejara quedarse.

- ¿Entonces? Es muy tarde. Mañana tengo asuntos que tratar temprano y preciso dormir. – Se mostró impaciente.

Ver la cara de aflicción que presentaba era divertido. Nunca había hecho eso con otra mujer y notó que eso le daba placer. Sólo no reía porque echaría todo a perder. Se le acercó y los muslos se pegaron a los de ella transmitiendo un calor delicioso. Los separaba sólo la fina batista de su camisa.

Isabel lo miró de reojo para evaluar su reacción y fregó las manos una en la otra. Encontró unos ojos verdes, penetrantes, fijados en los suyos y se estremeció. Sólo la penumbra de la habitación la protegía de ver claramente su expresión, pero sintió un calor recorrerle el cuerpo. Y no era del aire de la noche. La proximidad entre ellos era peor que la pólvora cerca del fuego: explotaba.

Não quería ir a la calle, ni volver al convento.

- Soy la segunda hija del Señor de Mayorazgo de S Gens. El señor, mi padre, decidió que yo debería ir a la vida religiosa. – Dijo cabizbaja.

Jardines de la LunaWhere stories live. Discover now