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Nadie notó mi falta de sueño, ni siquiera Amelia, mi mujer, que dormía junto a mi y creía que yo dormía junto a ella. Hasta que mi mente y mi cuerpo empezaron a evidenciarlo. La mente necesita descansar.

Empecé a comer de más, la ansiedad me mataba. El maquillaje ya no tapaba mis ojeras y las gotas no hacían efecto en mis ojos rojos. Me puse más torpe, mis pies no dejaban de chocarse entre sí. Los cambios de humor me volvieron impredecible, irritable.

- Me esta por venir - me justificaba.

Me era difícil concentrarme y pronto también me volví paranoica, casi que alucinaba. Temía a cualquier hombre obeso y calvo que se me acercaba: Ya me quedé dormida, pensaba, estoy dormida y es una pesadilla. Estoy dormida y me esta atacando otra vez.

PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora