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Mis amigos no lo notan, mi familia no lo nota, mi esposa no lo nota, nadie lo nota. Soy buena ¡Mierda! Soy buenísima. Les hice creer a todos que volví a ser la misma Samanta que ellos querían: la buena, la divertida, la que no había sido violada y duerme ocho perfectas horas. En serio, ya denme el maldito Oscar. O mejor dénselo a él, a ese hijo de puta que se cree inocente, libre de culpas, que se acerca a mi y me saluda con un beso en la mejilla como si nada hubiese pasado. Él debería ser el que no puede dormir, no yo.

Cada noche Amelia me ve tomar la pastilla que luego escupo. Me acuesto a su lado, la beso, la toco y me duermo sobre ella, o eso era lo que le hacía creer.

PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora