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El primer día en el CEUF


Despertó de golpe sobre un cómodo colchón, lo cual fue su primer indicio de que algo estaba mal, puesto que a lo largo de su vida jamás experimentó lo que era dormir en algo parecido a una cama. La bondad de los Werrett no llegaba a tanto, y Eiden solía darse por bien servido al tener un techo sobre el suelo en el que las familias le permitían dormir.

Se sintió fuera de lugar casi de forma inmediata y por ello dio un salto fuera de la suavidad del colchón y se giró sobre sí mismo para observar con atención la habitación en la que parecía ser el único ocupante a pesar de que había otra cama, aunque desprovista de las sábanas rojizas de las que él se levantó.

—El Alcázar de Raróg —recordó en voz alta.

Era fácil darse cuenta que seguía ahí, puesto que las antorchas, los adornos de oro, los emblemas del ave en llamas y los colores en la habitación no dejaban lugar a dudas.

—Ey, estás despierto —. La voz amistosa de un muchacho de su misma edad lo espantó al punto en el que Eiden brincó defensivamente hacia atrás—. ¡Ey, tranquilo!

—¿Quién eres?

—Me dijeron que eras grosero —dijo el chico de ojos amarillos con una flamante sonrisa que parecía cubrirle todo el rostro—. Me llamo Vukan, soy amigo, lo juro.

—Nadie aquí es mi amigo.

—Por ahora —le guiñó el ojo—. Bien, veo que dormiste bien, ¿a qué tu recámara es una pasada? Eres el único que dormirá en soledad, aunque eso se debe a que nadie quiere estar contigo, aunque eso en realidad es tu culpa.

—¿Qué? —Eiden frunció su rostro—. ¿Mi recámara?

—Bueno, sí —se inclinó de hombros—, todos los usuarios en entrenamiento tienen una.

—¿Estoy...? —Eiden negó confundido—. ¿Estoy dentro?

—¡Claro! —dijo un entusiasta Vukan—. Lanzaste volando a dos de los veteranos de rango A, no es cualquier cosa.

—Me hablas en otro idioma, ¿qué no hablas Werrett?

—Estoy hablando Werrett —Vukan parecía desconcertado.

—No tiene sentido —Eiden se sentó sobre la cama—. ¿Qué tengo qué hacer para que me dejen salir de aquí?

—¿Quieres irte?

—Sí, escapar si gustas.

—No puedes irte, tienes que aprender a ser elementarista.

—No tengo nada que ver con ustedes.

—Eres un usuario de fuego.

—De eso hace como cinco minutos —renegó—, no formo parte de esto, yo no pertenezco a este lugar, no soy de aquí.

—Ah, por eso ni te preocupes, hay muchos nacidos de otras tribus, pero somos hijos de Raróg, todos lo somos.

—¿De la nada? —ironizó.

—Bueno no, supongo que debiste nacer bajo los soles de su bendición, es la única forma de ser un hijo de Raróg.

—No tengo idea de cuando nací.

—Eso es triste, ¿jamás has tenido un aniversario de vida?

—No.

—Mmm... podríamos inventarte uno y hacerte una fiesta.

El fuego de RarógDonde viven las historias. Descúbrelo ahora