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Van tres y falta uno

No supo por cuanto tiempo estuvo en el aire, de hecho, casi estaba seguro que se había quedado dormido, pero eso no le dio paz alguna, porque tuvo los sueños más extraños y más vividos que jamás hubiese tenido, porque en esa ocasión, parecía ser bastante consciente de lo que pasaba, incluso podía moverse con naturalidad.

Veía esa esfera de fuego del mismo color que el suyo en el estado de Raróg, nuevamente era una sensación extraña, era como estar en un lugar que no existía, podría creerse que no había nada, peor Eiden sabía que dentro de aquella esfera resplandeciente, estaba Loewen, era su prisión, una en la que ellos la habían puesto, porque ahora sabía que fueron los elementaristas del pasado quienes la sellaron.

Ahora podía sentir miedo por su reacción, si acaso Loewen se enteraba de esto y era liberada, a los primeros que atacaría sería a ellos, ¿Quién no lo haría después de estar atrapada durante tanto tiempo? Era riesgoso, quizá demasiado para intentarlo.

«Eiden...»

«Loewen» el usuario del fuego sintió la presión de su nombre al pronunciarlo. «Yo... lo siento.»

«¿Me liberarás, ¿cierto? Lo harás.»

No sabía que contestarle, no podía hacerlo ahora que tenía tantas dudas; si bien sabía que era la Beskerm de la historia que se repetía en su cabeza como un sonsonete molesto, ahora sabía que había sido ella misma quien se introdujo a su cabeza prácticamente desde su nacimiento, quizá intentaba manipularlo para que hiciera su voluntad.

¿Qué podía decirle que sería buena o mala para su dimensión?

De pronto y tan rápido como llegó la primera visión, apareció otro, pero con un panorama completamente diferente, aunque quizá un poco más familiar y esto se debía a que ya había estado ahí antes.

Era el castillo donde tuvo que luchar contra el mismo Raróg para conseguir el don que deseaba brindarle; sin dudas era un dios caprichoso que no le daría a cualquiera su poder y lo había puesto a prueba en todas las formas que encontró, al punto en el que casi muere en el intento en más de una ocasión.

El enorme castillo siempre prendido en fuego azul blanquecino era intimidante e impresionante al mismo tiempo, glorioso y escalofriante, tanto como lo era el dios, pero por alguna razón, en esa ocasión se sintió extrañamente cómodo, quizá porque ahora el ave representativa del Raróg no intentaba asesinarlo.

Caminó por el alargado puente que conducía hacia las puertas de cascadas llameantes, pero mucho antes de siquiera llegar, el ave poderosa se atravesó en su camino, destruyendo el puente y obligándolo a saltar hacia atrás, cayendo estrepitosamente para estar a salvo de la caída inminente hacia el vacío.

El crepitar del fuego era abrumador en sus oídos, pero parecía formular una voz que parecía identificar, era como un murmullo que se entremezclaba hasta formar algo consistente, intenso, grave y poderoso que sólo lo hacía imaginar al dueño de la misma.

«El diario, busca el diario.»

No podía ser Raróg, el maldito dios no habló ni una sola vez en la última ocasión que estuvo frente a él y le parecía imposible que ahora acudiera a él para decirle algo así, cuando el resto de los dioses no lo habían hecho con el resto de sus dotados, al menos, no que se lo hubiesen informado a él.

«El diario, Eiden, busca el diario, es la clave que necesitas.»

Por alguna razón le parecía familiar, demasiado, incluso lo hacía sentir... cómodo, lo cual era extraño porque era notorio que podía matarlo si era lo que quería.

El fuego de RarógDonde viven las historias. Descúbrelo ahora