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La reina Elementarista

         

Erethia emergió de las profundidades de la tierra, tosiendo en cuanto obtuvo el aire contaminado al estar combinado con el humo ocasionado por la explosión de fuego que había provocado Eiden; era sorprendente que un solo descarriado pudiera crear una catástrofe semejante; era obvio que de no haber estado dentro de un campo diseñado por un Krïstaldi, ese lugar desértico y desprovisto de vida sería la cuarta dimensión.

Tosió nuevamente y pisó las ennegrecidas tierras, todo estaba destruido, ni siquiera había simulación, por lo que era capaz de ver las paredes blanquecinas del campo de los Decennium.

Era una sensación terrorífica, pareciese que era la última sobreviviente de una catástrofe apocalíptica y algo le decía que así era, puesto que no había señales de Talise o Akash.

«La ganadora de los trigésimos terceros Decennium el del Elementarista de la Tierra: Erethia Rockworth.»

Era extraño, pero no se sentía como una ganadora, ni siquiera podía decir que estaba feliz por su logro, quizá porque en realidad no hubo ninguno, el que Eiden se auto destruyera no le daba ningún crédito, tan sólo una victoria vacía y la pérdida de aquellos a los que ni siquiera se dignó a decirles amigos en su momento.

Ahora creía que lo eran, al menos Talise y Akash lo eran, incluso la salvaron de la ira de Eiden en más de una ocasión.

Suspiró, cerró los ojos, brindándoles unos segundos de silencio antes de proseguir a lo que tenía que hacer, pero al comenzar a caminar, algo llamó su atención en el suelo, parecía un extraño medallón hecho de oro con una gran incrustación de zafiro justo en el medio; era realmente espantoso si se lo preguntaban, pero lo tomó con fuerza y prosiguió con su camino hacia la "victoria".

El tubo trasportador descendió justo frente a ella y sólo fue cuestión de colocarse debajo para sentir una refrescante y suave brisa que sanaba las heridas de su cuerpo e incluso cambiaba sus ropas, maquillaba su rostro y peinaba su cabello, dejándola presentable para encontrarse con los más altos mandos de los Krïstaldi.

Siempre imaginó que sería la mujer más feliz si acaso llegaba a ganar sus Decennium, pero realmente jamás imaginó que sufriría pérdidas, porque se suponía que no debía haberlas, el resto de los mejores debía estar presente en ese momento, debía rendirle homenaje y aceptar sus papeles para los futuros diez años.

Pero en esa ocasión hubo muchas, demasiadas vidas se perdieron.

—Bienvenida, ganadora.

Era una voz con eco, profunda y monótona, como si no perteneciese a alguien con alguna emoción, Erethia incluso se consternó un poco al notar que el Krïstaldi se encontraba a sólo unos pasos de ella, cuando sus sentidos la hacían creer que estaba a kilómetros de distancia de ella.

—Yo... es un honor estar frente a ustedes —se inclinó.

—Estamos agradecidos que de que tu fueras la ganadora —dijo con voz calmada, casi melódica—. Si había alguien que podría traer de regreso la cordura y el equilibrio, esa eres tú.

Erethia sonrió ligeramente, estaba obnubilada por la belleza que irradiaba aquel Krïstaldi.

La realidad era que no podía estar segura de si era un hombre o una mujer, puesto que sus facciones eran una combinación perfecta entre ambos; tenía una larga cabellera blanca y ojos negros que parecían llenos de milenios de sabiduría. Resplandecía de una forma extraña, como si su piel estuviese hecha con cristal puro, tan lisa y perfecta que incluso parecía irreal.

El fuego de RarógDonde viven las historias. Descúbrelo ahora