XI

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Me pregunto si el obstáculo estaba fuera del camino ahora. Mi esposa tosía y noté la preocupación en su rostro. Poco después de cenar, mi hija empezó a hechar espuma por la boca, su cara se deformaba por el terrible dolor y sus extremidades, las agitaba fuertemente. -¡Tengo que ayudarla! Me repetía a mi mismo. -¡Oh demonios! ¿Qué debo hacer?
Después de eso, mi preciada hija estaba muerta.

Miré a mi esposa y ella solamente estaba parada con una mirada inexpresiva en su rostro. Simplemente no podíamos creer lo que acababa de suceder. Me negaba a creerlo.

Mi cabeza comenzó a dorler como si estuviese a punto de explotar, sentía cómo toda la sangre de mi cuerpo hervía como sufuese una fiebre teriblemente dolorosa. Aún escuchaba la voz de mi hija en mi cabeza y mi cuerpo comenzaba a estremecerse.

Corrí a la casa de mi hermano tan pronto como pude. Algo estaba mal con su hijo. Estaba en cama recostado y en su boca y a su al rededor había sangre. Le pregunté que ocurría y me dijo que su hijo agonizaba de dolor y en pocos minutos falleció.

En los próximos días todos los niños en la aldea habían muerto. Nuestros preciados hijos, todos ellos se habían ido. No quedaba ni uno solo.

El número de adultos que perdía la razón o que habían perdido toda señal de emoción, crecía exponencialmente. Algunos comenzaban a hacer cosas extrañas, otros se rehusaban a comer y unos cuantos sólo caminaban susurrando como si hablaran mal de alguien, salían caminando mucho tiempo en dirección norte, y después regresaban.

Esta mañana, yo también tosí sangre.

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