CAPÍTULO 4

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La casa de los abuelos está a unas quince calles desde la plaza en el centro. Llegamos en cuestión de minutos a un elegante hogar que no pierde la esencia de la ciudad. Es una casa grande de dos niveles. El exterior es de un tono violeta oscuro con líneas naranjas que asemejan guías florales pero sin flor por todo el medio de forma horizontal cortando la puerta principal en dos. Luego tiene otros detalles en el mismo color pero no les doy mucha importancia. Al momento que el auto se detiene, la gran puerta de madera se abre como si supieran de nuestra presencia, pienso que seguramente fue casualidad. Una anciana de cabello teñido en rojo, corto hasta los hombros sale con un bolso colgando de su brazo izquierdo. La observo desde arriba y capto el gran parecido con mi madre, que a diferencia de mi abuela, ella trae el cabello largo. Su rostro muestra felicidad al vernos. En primera instancia, al ver el auto. Mi madre es la primera en bajar y cuando lo hace le da un fuerte abrazo a Beatriz, mi abuela. Mi padre y yo somos los siguientes en salir del auto. Mi padre le da un beso en la mejilla y yo le doy un fuerte abrazo después.

—¡Vaya, que sorpresa!—Dice. Su voz no suena a que los años le han alcanzado.

—Estamos aquí por algunos motivos y quisimos visitarlos —Responde mi madre entrando a la casa.

—¿A que han venido? —Pregunta curiosa. No los visitamos muy seguido y ellos tampoco nos visitan a nosotros. El trabajo de mi padre siempre lo mantiene ocupado, por lo que esperamos a que todos en la familia tengamos días libres para poder salir de la ciudad y eso no sucede muy a menudo.

—Adam y sus amigos van a un viaje fuera —responde mi padre antes que yo pueda decir algo—. Los hemos traído para verlos partir y también para disfrutar un poco de estar fuera de casa. Por supuesto, para visitarlos a ustedes también.

Llegamos a la sala de estar. Tres cómodos sofás frente a un televisor que yace sobre la chimenea se encuentran en él. Las paredes se visten con cuadros de pintura artística y algunos retratos de los abuelos, también retratos de sus hijos y por eso, un retrato de mi madre cuando tenía 16 tal vez. El abuelo no se ha aparecido aun, es probable que este fuera o que este en su dormitorio. Estoy por ir a buscarlo cuando mi abuela dice algo.

—¡Qué maravilla! — exclama tomando asiento en uno de los sofá. —¿Dónde están tus amigos, cariño? No los he visto llegar.

—Se quedaron en la plaza — suelto—. Es ahí donde van a recogernos. Yo decidí venir porque hacía tiempo que no te veía. Ni al abuelo. ¿Dónde está? —levanto una ceja al preguntar.

—En el estudio — me responde haciendo un movimiento con la cabeza para indicarme el lugar—.  Está ocupado, ha recibido la visita de algunas personas. Es por eso que no nos ha honrado con su presencia —su voz suena un poco sarcástica en su última frase.

Mi madre habla de inmediato —¿Ibas a alguna parte mamá? Traías un bolso cuando abriste la puerta. —Comienzo a caminar al estudio y no espero a escuchar la respuesta de la abuela.

Camino por uno de los corredores más grandes de la casa hasta llegar a las escaleras que van al segundo nivel. Junto a las escaleras se levanta un enorme muro de cristal. El jardín de la casa está en el centro de ella, el cristal continúa hasta formar un rectángulo. Desde el momento en que subes las escaleras hasta que llegas al segundo nivel, tienes una vista agradable y completa del jardín. Me muevo junto al cristal hasta llegar a la mitad del corredor. Frente a mí, la puerta del estudio está cerrada y puedo escuchar voces dentro. Alguien suena exaltado pero no consigo entender completamente lo que dice; ahí dentro podría desatarse una pelea y la cerradura de la puerta seguramente está asegurada.

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