No había nada más que él en ese lugar. Él, la neblina y la nieve. Por más que caminaba no encontraba nada y a nadie, la luz no cambiaba ni tampoco el paisaje. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿A dónde se dirigía? ¿Quién era?
Llevaba demasiado tiempo en ese lugar, con las piernas hundidas en la nieve hasta la rodilla, caminando con un esfuerzo imposible en ese páramo de blanco y gris en donde no dejaba de nevar.
No tenía recuerdos más allá del de caminar por ese lugar inhóspito. Ni su nombre, su edad, o su rostro. Era un ente de cuerpo pequeño, dientes temblorosos y bufanda roja como pétalos de camelia.
¿Y si gritaba por ayuda? ¿Alguien lo escucharía? ¿Tendría voz siquiera?
Pero su garganta estaba llena de hielo y sus labios sellados por la brisa helada. Sopló sobre sus manos una vez más, intentando calentarlas, intentando poner a prueba su voz, si en verdad tenía una.
Abrió la boca y tomó aire, dejando que todos los copos entraran y se derritieran sobre su lengua.
Entonces, justo antes de poder pronunciar palabra, un tímido sonido se dejó escuchar entre la nieve.
Se giró asustado e incluso dejó de temblar para poder escuchar si se repetía.
Una voz.
Sin pensarlo siquiera, comenzó a caminar hacia esa dirección.
Estaba ahogada en distancia y neblina gris, pero estaba ahí, podía escucharla hacerse más grande y más clara.
Era una voz, sonidos, letras, palabras. Había alguien más ahí con él.
–¡HOLA! –escuchó después de mucho tiempo. –¡HOLA!
–Ho... ho... ho... –intentó decir, pero la escarcha de su garganta se la desgarraba al intentar hablar. ¿Cuánto tiempo llevaba sin usar su propia voz?
–¿HAY ALGUIEN? –gritaba una voz cada vez más potente, cada vez más cerca.
–Ho... ho... hola –intentó decir, pero apenas y podía sacar un susurro de su cuerpo.
Notó que la voz que llamaba era femenina, pequeña y aguda. ¿Quién estaba del otro lado de ese eco?
Intentó apresurarse para no perderla y tropezó con sus propios pies hundidos en la nieve.
Dejó escapar un grito de frustración que terminó de arrancar el hielo que enjaulaba sus cuerdas vocales, y la desesperación superó la duda para hacerlo tomar aire desde el suelo con todas sus fuerzas.
–¡AQUÍ! –gritó con todo lo que tenía. –¡ESTOY AQUÍ!
Su voz sonó nueva para él porque no la recordaba, extraña, muy extraña. Era masculina, pero aguda y temblorosa, como el retoño de una flor. Era una voz infantil, una voz débil, recién nacida.
Entonces se hizo el silencio y él fue consciente de su propio cuerpo, el cuerpo pequeño y suave de un niño, un simple niño.
–¡HOLA! ¿DÓNDE ESTÁS? –respondieron a lo lejos.
Él sonrió y se puso de pie mientras volvía a correr entre tropiezos torpes por la nieve.
–¡AQUÍ! ¡AQUÍ! –gritaba el pequeño con su nueva voz. –¡ACÉRCATE A MI VOZ!
Conforme más corría hacia ese eco helado, más sentía que obtendría respuestas de algún tipo. ¿Quién era? ¿Qué hacía ahí? ¿Dónde era ese lugar? ¿Por qué eran los únicos?
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La Soledad y las Horas
HorrorLa soledad, acompañada de sus siervos la tristeza, la desesperación, el miedo, la culpa y la fantasía, suele salir en heladas madrugadas a contar sus historias marchitas a aquellos dispuestos a escuchar.