Pequeño, gris, con las orejas caídas. Su nombre no lo recuerdo ya, pero le gustaba saltar por el jardín, comer moras y mordisquear el papel de mis libros y libretas. Lo quería mucho a pesar de lo pequeñito que era, incluso dormía en mi cama y se escondía entre los zapatos de mi armario.
Sin embargo, una tarde regresé de la escuela y mi conejo ya no estaba. Mamá dijo que se había ido de vuelta al bosque porque su familia lo extrañaba. Era una niña así de ingenua, y lloré varias noches por que mi mejor amigo me había abandonado.
Y por eso, nunca voy a olvidar la palidez en el rostro de mamá, ni como se le cayeron los vasos que lavaba cuando días más tarde entré sonriente a la cocina a decirle que mi tierno conejito había venido a hacerme una visita porque me extrañaba mucho.
Ella se creyó ese cuento y nunca me quiso explicar la verdad, hasta que ella también se fue una tarde que regresé de la escuela.
Lloré muchas noches, abrazando a mi conejito. Y entonces, una madrugada comprendí la verdad, cuando mamá vino a hacerme una visita porque me extrañaba. Se sentó a los pies de mi cama y acarició al conejito con una sonrisa.
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La Soledad y las Horas
HorrorLa soledad, acompañada de sus siervos la tristeza, la desesperación, el miedo, la culpa y la fantasía, suele salir en heladas madrugadas a contar sus historias marchitas a aquellos dispuestos a escuchar.