Atazagorafobia

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Dos, tres, cuatro días. Fue el tiempo que le tomó juntar sus cosas desde que se fue.

Entre gritos, llantos y maldiciones, por fin había decidido que lo que deseaba era que se fuera.

–¡Desaparece! ¡No quiero volver a verte! –le había gritado mientras cerraba la puerta en su cara días atrás.

Desde entonces no lo había visto y él no se había comunicada más que por mensajes, culpándola por todo, maldiciendo, y ella contestando con la misma violencia.

–¡Fuera de mi vida! ¡Desearía nunca haberte conocido y no volver a ver tu cara! –había contestado él desde el otro lado de la puerta en esa última gran pelea. –¡Quiero que te largues y no vuelvas a aparecer frente a mí!

Pero desde ese día ella era la que estaba sola en el departamento, juntando sus pertenencias y recordando, intentado averiguar que había llevado las cosas a ese punto, como los malos momentos superaban en número a los buenos y lo único que contaba para ellos eran los días oscuros de su relación.

La felicidad era un sentimiento lejano, una sensación ya extraña en su vida. Deseaba saber en que momento el amor se volvió odio, los besos gritos y sus vidas una guerra constante.

Solo sabía que sentía plomo en el pecho y un extraño alivio y miedo por no haberlo visto en días.

Pero ya no había como volver atrás. Ahora toda su vida de pareja estaba amontonada en la sala, lista para desaparecer. La mitad de su vida que por tantos años compartieron, sería devuelta a la nada, desaparecería finalmente.

Lo deseaba. Se encontró a sí misma deseando con rabia, con desesperación, con sádico placer,  verlo marcharse roto por la puerta cargando sus maletas.

Deseaba que desapareciera con esa mitad de su vida, incluso si eso la dejaba rota a ella también.

Sentía que ya era hora.

Sin embargo, cuando entró de nuevo a la habitación para buscar su teléfono y esta vez llamar, una sacudida helada la hizo soltar un grito y la dejó boquiabierta en la puerta.

Todas sus cosas estaban amontonadas sobre la cama sin hacer, diciendo con muda frialdad que la que se iría era ella.

Gritó de frustración y tomó el teléfono para dejar en claro quien era la ganadora de esa sangrienta guerra.

¿En qué momento había vuelto a la casa a hacer eso? ¿Cómo había entrado sin hacer ruido? ¿Cómo había juntado sus cosas tan rápido?

–¿Qué significa esto? –rugió contra la bocina del teléfono.

–¡Lárgate de mi casa! –respondió el hombre con rabia.

–¡Tú eres el que se irá!

–Sí, noté mis cosas en la sala. Pero quiero que tú te vayas, ¡ahora!

–¿En qué momento entraste a hacer esto? ¡Eres un maldito enfermo!

–¡Y tú una maldita loca! Llevo días sin verte y entras solo a amontonar mis cosas. ¡Ten el valor de entrar a la casa y enfrentarme!

–¿Estás escondido en la casa? ¡Eres un cobarde! ¡Un pervertido! ¡Me das asco! ¡Lárgate de una vez! ¿En dónde te escondes?

–¿Qué clase de basura tienes en el cerebro? ¡No has estado en casa en días y me llamas cobarde! ¿A dónde fuiste? Seguro con alguno de tus amigos, ¿no?

–¿Qué te pasa? Yo estaba aquí en la casa, como un cobarde según dice la que huyó después de cerrarme la puerta en la cara.

–¡Estás loco! ¡Llevo cuatro días aquí!

–¿En dónde?

–¡En la casa estúpido!

Su novio grito una maldición y alcanzó a escuchar como se rompía algo del otro lado de la bocina.

Ella también grito, pero aún con la mente nublada por la ira y confundida por las mentiras que le decía su novio, hubiera jurado que ese ruido provenía de la cocina y se dirigió ahí.

Una de las puertas de la alacena estaba arrancada de un golpe.

–¿Qué hiciste? –preguntó la mujer con un tono más tranquilo. Un frío temor comenzó a correr por sus venas y acumularse en su estómago, apagando la rabia de antes.

–Le di una patada a la alacena. Es mi casa, ya la repararé después. Dime la verdad ¿Dónde estás ahora?

–En casa, en la cocina.

–Eres una tonta, estoy ahí ahora mismo.

–¡Hablo en serio! ¡Estoy aquí y la puerta de la alacena está rota!

–¿Qué...?

Apartó el celular de su oído con manos temblorosas y abrió la cámara para tomar una fotografía y enviársela.

–¿Qué es esto? –exclamó el hombre después de unos segundos. –¿Qué está pasando?

–No lo sé... –contestó con la voz temblorosa y se dejó caer sobre los azulejos sucios.

Se llevó una mano a la boca y miró aterrada a la habitual cocina, tan ordinaria como cualquier otra, pero ahora le tenía miedo a un lugar tan simple. Y no solo la cocina, toda la casa era ahora diferente.

–Estamos ambos en la cocina –dijo el hombre con la voz más relajada, pero igual de aterrado que ella. –Pero, no puedo verte o...

–Nada, es como si no estuvieras aquí... ¿Qué es lo que está pasando?

–Yo no... ¿Crees... dijimos... no... eres...

–¿Hola? ¿Hola? ¡No te entiendo!

El sonido del aparato comenzó a fallar, las palabras se cortaban y entremezclaban con un zumbido molesto.

–¡No te escucho! ¿Qué está pasando? ¿Qué es esta locura?

–Ho... la... escu... cho... Hola... tiendo... no... soni... do se... corta... Ho...

–¡Hola! ¡Háblame! ¡No quería esto! ¡No quería esto! ¡No quería esto! ¡Lo siento!

–Yo... nunca... lo... no... habla... te ju...

–¡No! ¿Hola? ¡Habla! ¡Esto no debía pasar!

–Dese... y... yo no...

El zumbido blanco aumentó como una corriente de agua hasta ahogar por completo la voz del hombre y solo dejar ese siseo ruidoso y después... nada.

–¡Hola! ¡Hola!

Sus dedos temblaron mientras miraba la pantalla ahora vacía, en busca de su contacto y los mensajes que habían compartido, pero solo encontró su número y una caja de chat vacía. Ni siquiera había una fotografía en el contacto o un nombre.

Intentó llamarlo, pero la llamada no entraba, solo había un blanco silencio del otro lado de la línea y los mensajes no se enviaban.

Arrojó el aparato al suelo, como si estuviera envenenado y se abrazó a sus rodillas, sin parar de temblar.

No podían verse, tocarse, escucharse, olerse, comunicarse.

Nada.

Habían deseado con tanta fuerza que desaparecieran...

Pero, si ella estaba ahí, ¿dónde estaba él? Y él se preguntaba dónde estaba ella. Cada uno en un lugar donde el otro no existía, un lugar donde finalmente habían desaparecido.

La Soledad y las HorasWhere stories live. Discover now