Ese cumpleaños lo pasaron juntos porque un tormenta los obligó a tener que pasar la noche en un hotel a causa de una tormenta de nieve, su avión no llegaría a Rusia esa noche y quizás tampoco la siguiente. Otabek está bien con aquello, lo importante era estar a salvo en la tierra. Nadie jamás imaginaria que el héroe kazajo no disfrutaba mucho los vuelos, hasta les tenía un poco de miedo.
Cuando era niño le toco estar en una fuerte turbulencia justo cuando salió del baño, no poder llegar a los brazos de su madre y ser obligado a sentarse lejos mientras todo se movía provoco esa desconfianza a los aviones.
— Yura, duerme...podemos celebrar mi cumpleaños con unos días de retraso — intentó persuadir a su novio sin resultado, el tigre ruso estaba de lo más enojado con la madre naturaleza — ¿acaso naciste atrasado? Si no es el día especifico, pierde cierta magia — se quejó haciendo un berrinche digno de un niño mimado, porque siendo honesto todos sabían que Yuri era un mimado gracias a Otabek.
— gatito, agradezco tus esfuerzos...pero no pasa nada, te tengo a ti y eso es lo único que necesito — besó suavemente su labio y no para hasta escuchar jadeos en lugar de quejas. En poco tenia a Yuri gimiendo su nombre contra su hombro buscando no despertar a los demás huéspedes.
Entre sus brazos estaba el mejor regalo de cumpleaños del mundo, porque no existía nada ni nadie capaz de compararse a la sensación de poder poseer el cuerpo del hermoso ruso. Yuri era suyo y él era de Yuri.
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