Golab

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  • Dedicado a Maria Agustina Arroyo
                                    

Un nuevo trozo más de este relato^^ La de lafoto es Irina. Espero que os guste^^

―Que no se os olvide echar unas gotas de la medicina que os he dado en un vaso de leche antes de dormir durante diez días –les decía a sus pacientes con su voz de barítono―. A los tres días seguro que ya está bien pero es mejor evitar recaídas.

―Muchísimas gracias, señor Zaitsev. Que Dios le bendiga –repetía la mujer una y otra vez con los ojos anegados en lágrimas de felicidad.

Golab les condujo educadamente hasta la puerta y se despidió de ellos.

―El taxi que os he pedido no tardará en llegar –les aseguró.

―¿Qué tal ha ido, cariño? –preguntó Svetlana desde el otro lado de la cocina. Su tono de voz llevaba implícita cierta tensión.

―Bastante bien, ese niño se recuperará.

―¿Y el taxi también se lo has pagado tú?

La menuda figura de Svetlana apareció a través de la puerta. Llevaba las manos envueltas en un paño de cocina y los finos labios muy fruncidos.

―¿Cómo demonios iban a regresar a Moscú sino? Se congelarían por el camino –le replicó a su mujer. Su rostro se iluminó al verme―. ¡Duma! ¡Cuñado! No sabía que estabais aquí.  

―Con que señor Zaitsev, ¿eh? –dijo Urian sin levantarse del sofá.

Golab no necesitó verlo de frente para reconocerlo.

―¡Pero si es el infame Urian! ¿Qué se te ha perdido por Rusia, viejo amigo?

―Estoy buscando a una mujer tan hermosa como ruda y a su infalible compañero, un tipo serio en imponente pero que en el fondo es un idiota y un buenazo. ¿Te suenan de algo?

Golab adoptó un gesto pensativo.

―Quizás, quizás. ¿Qué porquería estás fumando? –dijo señalando con la vista el cigarrillo. Golab comenzó a rebuscar en uno de los armarios y extrajo una pequeña caja rectangular bañada en pan de oro. La destapó y nos ofreció a Urian y a mí su contenido―. Probad estos puros, ya veréis.

Urian y yo accedimos y él cogió otro para sí mismo. También le ofreció a Roman pero lo rechazó amablemente pues él no fumaba. A su mujer ni se molestó pues sabía muy bien que ella lo consideraba “muy poco femenino”. Con Golab presente no necesitábamos de encendedores.

―¿Qué le estás haciendo a tu prima, Sergey? –le preguntó a su hijo de forma autoritaria. Sergey, al escuchar la voz de su padre, se enderezó.

―Ella empezó…

Los ojos de Golab se dulcificaron.

―A las chicas guapas e inteligentes hay que tratarlas bien, no lo olvides.

Sergey arrugó el ceño, como si acabara de recaer en que Irina era una mujer.

―No la he tratado mal, solo me estaba defendiendo de esa loca… ―masculló en voz baja. Con todo, Irina le escuchó.

―Ya lamentarás el subestimarme...

―Aunque no lo parezca, son como uña y carne –le dije a Urian.

―Son entrañables –respondió Urian con cierto cinismo―. En el futuro resultarán un verdadero dolor para la Inquisición…

En ese momento llegó Svetlana con una bandeja que colocó en el centro de la mesa en torno a la cual estaban colocados los dos sofás y el sillón. En la bandeja había tres botellas: dos de vodka de la mejor calidad y una de kvas, siete vasitos de cristal y varios cuencos con caviar negro y varios tipos de ensaladas (de arenque y anchoas, de repollo fermentado, de mayonesa y patatas…).

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora