2: El niño cristiano de pecas

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Erick pasó a la habitación como Pedro por su casa, con un carrito de compra a tope de maletas.
-¿Qué estás haciendo?- pregunté bastante confundida.
-Me estoy mudando, esta es mi nueva habitación.- respondió obvio.
Negué con la cabeza, incrédula.
-Eso es imposible... Briggite dijo...
El chico hizo una mueca.
-Lo que haya dicho Bri no importa, es mi tía, le pedí mudarme contigo.
Reí, sin creerlo.- Okaaaay... ¿Por qué?
Erick se sentó en la excama de mi excompañera Rachel, con las rodillas juntas y mirándome como si fuera la persona más inocente del mundo.
-Porque eres mexicana según me han dicho.- Exclamó en un perfecto español castellano.
-Que carajo.- Chillé, feliz de hablar español por primera vez en 3 días.
Me senté a su lado.- Ah, mierda... ¿eres de España, cierto?
Asintió.
-Bienvenida a Canadá.
Reí.- Por favor basta. Hasta este punto cada persona que conozco lo dice.
-Bien, tenemos que imponer algunas reglas.
Asentí, poniéndome seria.
-La regla número uno es que tienes que contarme todo sobre ti.
Reí.- ¿Está bien?
>Bueno, soy de México, me llamo Isabel, me mudé a Canadá porque se abrió una convocatoria de intercambio en mi escuela y fui la única loca que siguió hasta el final.
-¿en serio?, ¿es todo?
Asentí.
-Me aburres, ¿pero sabes qué? Eso va a cambiar en este semestre. Ven, te mostraré Vancouver.
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Había empacado bastantes suéteres y abrigos, afelpados, de colores discretos y bonitos, pero absolutamente nada se comparaba con los abrigos nivel diva de Erick.
-Segunda regla, Heather, nada es too much cuando estás de intercambio.- Exclamó mientras se percataba como veía su abrigo de pelaje artificial color rosa pastel.
Tartamudeé un disculpa, volteando la vista hacia otro lado.
-Esto... ¿Qué es todo eso de "Heather"?
-Por Heathers.
Le miré extrañada.- Heathers.
Su mirada se sentía como si fuera algo muy obvio.- El musical, duh.
Asentí, como si lo entendiera por completo.
Erick sonrió, y me tomó del brazo.
-Ahora vamos a una aventura.
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Mientras Erick me mostraba Vancouver, aprendí varias cosas.
1. Hablaba hasta por los codos, y siempre quería saber mi opinión incluso cuando no tenía alguna.
2. Era bastante bonito, del tipo de belleza que te causa ternura, y muy homosexual.
3. Todo lo que hacía gritaba "GAY" a kilómetros.
4. La cuidad era hermosa.
Las calles húmedas, los edificios elegantes, el paisaje entrando al otoño y el clima gélido de septiembre sólo me llevaban a un pensamiento: "Me encanta este lugar."
Admiramos parques, algunos museos y la entrada de la preparatoria. Exhaustos y tiritando, entramos a un café de apariencia cálida.
Me senté en la silla alta de una barra, esperando a mi compañero español.
-Estos tipos son nefastos.- se quejó, pasándome algo que se veía como chocolate y sentándose en la silla de al lado.
-¿por qué?- pregunté, llevándome el vaso a la boca.
-Me dijeron que no entendían mi inglés, ¿en serio, perras sin estilo? Te lo digo, odio estos canadienses, los odio...
-Si tu odio es tanto... ¿por qué el intercambio hacia aquí?
Bufó.- Mi tía Bri lo arregló, quedó viuda hace un mes, necesitaba compañía y un intercambio siempre es bueno en tu currículum.
Lo entendía, perfectamente.
No dijimos nada después de aquello, nos limitamos a beber líquido caliente mientras observábamos a la gente pasar.
Antes, al inicio del año, la simple idea de vivir fuera de mi ciudad me hubiera aterrado y parecido completamente loca, pero aquí estaba, en un café de Vancouver.
-Necesito un trabajo.-era un pensamiento, sin embargo lo dije en voz alta.
-Te conseguiré uno.- contestó Erick, sin mirarme.
Sonreí.- ¿en tu trabajo?, ¿Cómo prostituta?
-Shut Up, Heather. Hay un "amigo" que tiene un Starbucks, te puede contratar.
-¿que clase de amigo?
-Del tipo al que le haces una mamada.
Se me salió una carcajada.- Eres una puta.
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Las clases fueron agotadoras, más que eso, fueron insoportables.
Fui llevada a un curso avanzado de literatura e historia, en Historia todo bien, pero en literatura... Santa madre, me quería suicidar.
Comencé a estudiar sobre términos que nunca había escuchado y sin embargo eran de "vital importancia"; comencé a leer Los Miserables, Ulises  y un montón de cosas clásicas, no siempre fáciles, que para la escuela eran "sumamente importantes."
Quería gritar, quería arrancarme el cabello y reclamarle a la incompetente profesora de Literatura I, de mi antigua escuela.
Solamente había algo que me mantenía con vida, la ciudad. La amaba, todo, desde la niebla por la mañana hasta el autobús que tenía que tomar diariamente, me inyectaba de nuevas ganas de vivir.
Llevaba tres semanas ya en Vancouver, se sentía como una vida.
Y comencé a trabajar en el Starbucks.
Me prepararon durante una semana, entre cajeros, baristas y meseros, como la nueva, no tendría un puesto fijo hasta que encontrara algo donde me desarrollara correctamente.
Mi primer cliente fue Erick, llegó de entre la gente gritando y exigiendo un americano con leche preparado por mi.
Lo tomó, gritó algo sobre estar orgulloso y me dejó una exorbitante propina.
Los estudiantes llegaban a las 7 a.m, fue lo que aprendí desde el primer día.
Me encontraba como mesera cuando un grupo rezagado del Colegio Cristiano de Vancouver llegó.
El gerente se me acercó.
-Hola Isa.- Exclamó, en un maltrecho español.
Sonreí, se llamaba Adam y amaba su pelo rubio. Me estremecí ante la idea de imaginarlo teniendo sexo con Erick.
-Hola Adam, ¿Cómo estás? Buenos días, estás radiante hoy.
Soltó una carcajada.- Está bien, ganaste.
Sonreí con malicia.- Siempre.
-Vas a la caja.
Me encaminé hacia ahí , algo nerviosa. Estaba tratando de convivir mas con los clientes, de volverme una cara conocida para ellos, y por lo que ya sabia, los niños de escuela media probablemente eran de las mas complicados.

Remplacé a Lucy, alentándola a que se fuera a comer algo, y pasé a atender a un grupo de niños cristianos. Bien, eso sonó muy mal, pero todos así se referían a los niños de azul que llegaban a la cafetería.
Atendí a 5 de ellos, entonces el último en la fila pasó y algo se paralizó dentro de mi.
La reputisima madre, era prefecto.
-B-buenos días.- tartamudeé, tratando de no mirarle embobada, para no lucir como una auténtica loca.- Bienvenido a Starbucks, ¿que le puedo ofrecer?
Y definitivamente, te puedo ofrecer todo lo que me pidas.
Tomé su orden, con cuidado de no distraerme con su hermosa boca llena de un color cereza intenso y sus rizos negros brillantes de apariencia tan sedosa.
-¿Nombre?

Las pecas, Dios mío, ¡Las pecas!

-Finn.
-Mucho gusto Finn, soy Isabel.- Me presenté, sonriendo y tratando de lucir casual.- Yoo... comencé a trabajar aquí hoy y estoy tratando de relacionarme más con los clientes.
Sonrió, me dio un infarto.
-Bien.
-Para que les parezca una cara familiar...
Me miró con interés.- Bien.
-Sé que es raro, pero...
Rió, otro infarto.- Está bien, Belle, ahora serás una cara reconocida para mi.
Reí con él, histérica. Tomó su café y se fue.
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Ir a la mañana al trabajo, después ir por la tarde a clases y llegar a casa a lidiar con Erick era la rutina más exhausta del mundo.
Pasé a la habitación, llorando, literalmente, del cansancio. Mi compañero de cuarto estaba sobre su cama, cantando a gritos, colocando otro enorme póster. Little Mix se escuchaba tan fuerte que dolía.
-TAKE A SIP OF MI SECRET POTION, I'LL MAKE YOU FALL LOOOVE...
Me dejé caer en la cama, sollozando.
-ERICK, CÁLLATEEE...
-AH YA LLEGASTE.- gritó por encima de la música.
Lloré con más fuerza.-APÁGALO.
-AY.- se quejó, tomando su teléfono y apagando la música.
-¡Gracias!- chillé, hundiendo la cara contra la almohada.
-Que exagerada.
-Exagerada tu puta madre.
Rió.- Shut Up, Heather. ¿Cómo fue tu primer día?
-Culero.
El teléfono en mi bolsa vibró, era un mensaje.
¿Belle? Hola, soy Finn.
Que. Mierda.

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