IV

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Lo que había comenzado como un simple juego inmaduro, lentamente empezaba a brindar frutos tan abundantes que parecieran venir del jardín de un rey. En este tiempo mi vida se ha entrelazado con la del prisma, al punto que por momentos siento que somos lo mismo. No podría, aún si quisiera, relatar mi paso por todos los parajes por los que transité ni las doradas ciudades en el tope de colinas astrales que visité. Palacios de mármol y ónice que conformaban pirámides inmensas e incrustadas en oro, ciudades custodiadas por inmensas aves de alas negras y cuerpos poligonales incrustados de algunos misteriosos cristales. Recuerdo en otros momentos recorrer los frondosos bosques verdes de coníferas perennes, aquellas que había recorrido en mi primer sueño enloquecedor. De verdad que en aquel punto había crecido verdaderamente, el tiempo no era ya un triste camino a la tumba, más bien se había convertido en mi camino hacia la eternidad.

Poco tiempo después del incidente en mi cuarto con las sobras de hash, descubrí que existirían métodos para enfocar y purificar la mente; con la utilización de ciertos signos encontrados en las cuevas de piedra de aquellos hombres primitivos, que entraron en contacto con los seres prohibidos. Signos cuya ideación precedían el amanecer del hombre más allá de su conciencia primordial y salvaje. Signos que hoy día se encontraban ocultos en los libros prohibidos de colecciones malditas, cuya necesidad de descifrar volvían imperativo el uso de ciertos rituales, que vuelven los cabellos de los hombres blancos con tan solo escuchar su descripción. En efecto la lectura de estos tomos sombríos abrió la puerta a dimensiones distantes, donde la lógica humana palidece en comparación con las fuerzas que imperan en estos parajes. Recuerdo que una de esas múltiples veces yo encontré el símbolo secreto de una logia ocultista que al parecer veneraba ciertos dioses del caos negro. Dioses tan abominables y cruentos cuyos relatos de consumo dimensional llenaban mi corazón de zozobra e infundaban un intangible y distante terror en mi mente. El sello lleno de círculos y triángulos parecía armar una figura geométrica que no sugiere pertenecer al limitado confín de estas tres dimensiones. Runas alquímicas y jeroglifos deletrean iniciales de secretos conjuros y mantras prehumanos. En el centro, el dibujo era alusivo a uno de los supremos ángeles que vigilaba las puertas y otorgaba las llaves, se trazaba una estrella con la sangre de los vivos y el aliento de los muertos y debían arder en los puntos cardinales; todos, sin excepción. Con los cantos misteriosos entre los que se menciona el nombre del lejano mundo, el prisma debería captar las vibraciones de frecuencias prohibidas y abrir una rasgadura en el espacio y tiempo que me permita llegar a los misteriosos lugares. Con un dedal de la misteriosa obsidiana mexicana que custodian los sectores antiguos de una tribu moderna, integrantes cuyo linaje se extiende al de sacerdotes y reyes prehispánicos; cuyos conocimientos se abrían hacia las inexorables distancias del cosmos y las purpúreas nebulosas donde seres amorfos dirigen sus orquestas abominables en honor a seres inimaginables por el hombre moderno. Seres cuyo nombre no debe ser pronunciado correctamente, porque de ser así los sellos se rompen y se abren los candados de puertas olvidadas por donde estos seres podrían volver a caminar entre nosotros.

Los rituales demandaban explícitamente un sacrificio secreto, pero yo había sido lo suficientemente prudente para no realizar esto último, y de esa manera mi destino cancelar. Aún permanecía siendo considerada integrante de esta especie que llamamos humanidad. Así que sin sangre y evangelios de muertos yo emprendí el viaje sin expectativas de que fuera a funcionar. En un principio la música de distantes tambores comenzaba colmar mis oídos mientras el salvaje impulso que transmitían inundaba mi alma. Los cantos guturales y extraños que se musitaban con temor en las noches santas, música que anunciaba la llegada de seres prohibidos que nunca se debían ver jamás; estas eran las vocalizaciones que emergen de mi boca y entume mi paladar. Entonces la negra aura de nuevo emanaba del cristal y al rascarlo con la uña de vidrio negro el mandala quebrado se volvía a formar. Una pérdida de continuidad, una vorágine escarlata de gritos y cacofonías que desdoblaba el espacio y el tiempo enteramente a mi voluntad.

El Espejo con el Color del AbismoWhere stories live. Discover now