A la mañana siguiente despertamos a medio a día con las auras residuales y la ilusoria respiración del ambiente; los claros síntomas pulsátiles de retornar a casa luego de un viaje de esta magnitud. Virgilio me dijo que cayó dormido apenas comió del fruto, lo que me llena de intriga pues entonces significa que los entes exteriores me favorecieron solo a mí al ofrecerme las demenciales visiones que le costaron al ser humano el edén. Entrelazados por las piernas como la vara de hermes, bañados por el sol de medio día que se colaba por las cortinas, con un hambre voraz como las de las bestias lunares; virgilio y yo nos levantamos para romper nuestro ayuno y consumar nuestro amor. No sabría decir cuántas veces alcancé el clímax, pero sé con certeza que apartarnos nos tomó hasta por ahí de las 8 de la noche. Ese día la recuperación era necesaria y compartir las energías era vital. Al anochecer el tierno recuerdo de nuestra unión ante los dioses del hombre se asentó en mi corazón de manera indeleble. Al triste partir de Virgilio decidí seguir la recomendación que me dió y evitarme tristezas consumiendo de la pasta de hashish que nos había comprado, habiéndose dejado la mitad de los remanentes del rito.
Inhalando los extraños vahos mientras cantaba al son de los cantos misteriosos y reía a carcajadas con las caricaturas de mi nostalgia, súbitamente recordé todo sobre el espejo negro y decidí que no perdía nada buscarlo a tientas en la noche mientras mi mente divagaba en el delirio de los inciensos. Sobre la mesita de noche a la par de mi cama, por accidente lo confundí con mi teléfono celular. Lo tomé e incluso lo encasille en un estuche protector, fue muy curioso la manera perfecta en que encajó en él.
El pequeño espejo negro no mostraba ya los indicios de mágico poder pero sí se sentía una ominosa y fuerte aura emanando de él. No habían nebulosas ni estrellas dibujadas en las tenues reflexiones de sus planos, pero siempre se escuchaban los cantos distantes cuando me quedaba absorta mirándolo. En cierto punto mientras lo miraba escuchaba los cantos acercándose lentamente y por un momento, observaba el esbozo de hadas alienígenas danzar, veía tenues esbozos de bosques y ocasos azules derramando sus rayos sobre laberínticos terrenos de inmensurable extensión. Me comenzaba a cuestionar si esta reliquia me dotaba de la capacidad de mirar por tenues atisbos en otros mundos distantes más allá de nuestro pequeño sol. Luego imaginé las infinitas posibilidades de lunas vivientes deambulando por el vacío del cosmos y planetas que desarrollan mentes colmena, donde todos los seres eran uno. Mundos que en sí mismos adquirían la capacidad de calzar en nuestras definiciones de dios. Luego, pensé en los escenarios que el hombre conoce mejor, de tierras gélidas donde el cero absoluto es alcanzado en noches que duran milenios y luego pensaba en los infiernos ardientes donde el vidrio llueve calcinante. Casi podía sentir mi piel arder ante las llamas que eran el aire en ese lugar. Por un momento debí haberme dejado llevar por que le implore al cristal cantante como si fuera un ángel: "Nunca me lleves a un lugar donde muera con solo aparecer ahí". No tiene sentido pero una intuición me dicta que si este cristal me daba atisbos de mundos distantes podría también llevarme ahí.
El resto de la noche pasé disfrutando de los cantos misteriosos que el cristal manaba, y con el rato la fluorescencia negra comenzó a brotar de nuevo, casi como si a altas horas de la noche este objeto despertara. Recuerdo los libros que he leído sobre las ciencias biológicas, donde se explica que es imposible imaginar vida en otros planetas y mucho más difícil era imaginar vida de otras realidades. Mencionaba que, simplificando, mi cerebro humano no sería capaz de comprender los intrincados procesos evolutivos por los que la vida debe pasar en una primera instancia, y que, hasta alcanzar cierto nivel de conocimiento cósmico, no podría diferenciar un extraterrestre de una piedra o cualquier objeto inerte. Primero me llenó de jocosidad al imaginar alienígenas perplejos al ver pequeñas bolsas de carne, hueso y sangre moviéndose por sí mismas como si tuvieran voluntad. Imaginé en mi situación que sería el equivalente a darme cuenta que una piedra está viva, luego la epifanía me golpeó. Si logré traer de ese sueño este objeto, cabía la posibilidad de haber sido únicamente por capricho del cristal en cuestión. Cómo podría descartar que esta entidad estaba viva, como podría descartar que me escuchara y lentamente fraguara su plan para consumirme y utilizarme como marioneta para destruir este plano. Dios mio! Que he hecho! Que me dice que no acabo de traer un virus de otra realidad a la puerta de mi hogar?!
Por un momento me llené de pavor y decidí que lo expondría a estímulos nocivos para poder destruirlo y evitar el horror a la humanidad. Mientras avivaba las llamas imaginaba ciudades ardiendo y tentáculos emergiendo del suelo, veía los horrores de pilares cristalinos emergiendo del cielo y una risa siniestra colmaba mis oídos. El pavor! La música hermosa que manaba del espejo negro contrastaba con mi terror y mi necesidad de destruir, las ansias perennes de purgar a este mundo de su oscuro invasor. Vagamente llegaban a mí imágenes de las personas frágiles que el abismo consumió por haber probado de las flores del delirio sombrío y pensaba que, quizá esta podría ser mi prueba. Nuevamente le hable sin razón alguna al cristal: "Muestrame tu verdadera naturaleza".
En la negrura sempiterna del cristal aparecían imágenes de otros mundos, claras como un espejo de agua, reales como los sueños del opio. Veía los mismos cristales de mi imaginación, pero no descendiendo a destruir las ciudades del hombre, sino más bien siendo minados y comidos por seres abominables y asquerosos, tal fue la repulsión que estas criaturas bulbosas me causaron que vomité en la papelera que mantengo en mi habitación. Luego de reponerme y beber un poco de agua azucarada, continué mirando como una adicta recibiendo su droga, mis ojos no podían despegarse del espejo negro. Veía parajes distantes, primero inmersos en el plano geográfico de nuestro mundo, Machu Picchu, Angkor Wat, Taj Mahal. los monumentos a nuestra vanidad; paraísos construidos en nombre de deidades que nos abandonaron con el tiempo. Esas misteriosas y caprichosas deidades que vinieron de los cielos y ostentaban tanto rasgos de hombre como de bestia. En cierto punto ví el cristal con una sucia mancha en uno de sus lados, mancha que suavemente intenté frotar hasta que se deshiciera pero con ningún éxito. Fue hasta que me frustré y decidí hundir mi uña en la superficie cuando sucedió lo enloquecedor.
La música fue interrumpida por un abrupto grito, chirridos y el cantar de mil gargantas degolladas inundó el aire. El prisma comenzó a vibrar y la negrura de su iridiscencia se tornó levemente rojiza. Un escalofrío me hizo mirar atrás y observé con estupefacción como el aire comenzaba a fragmentarse como un mandala de cristales rotos, una telaraña de grietas en el espacio tiempo. Se condensaba el espacio hasta que se formaban pequeñas cristalinas superficies alrededor del mandala vítreo y la curiosidad inundó mi mente, nublándola. Extendí mi mano y no pude contenerme tocar el mandala flotante en el aire, las grietas gelatinosas y frescas que fracturaron mi realidad. Tras una leve e imprudente consideración decidí cruzar el umbral. Emergí de la deformación en la membrana de mi realidad en una ciudad hindú iluminada por millones de farolitos anaranjados, hombres y mujeres desfilaban tranquilos y felices por la noche mientras pendulaban de sus manos los farolillos y lámparas de queroseno. Volví a arañar el cristal y el grito feroz colmó el aire, el mandala fracturado emergió y lo volví a cruzar. Esta vez estaba en un lugar que conozco bien. Era un sueño mío de cuando era niña, cuando me sentía viva. Ante la luz del ocaso una colina se elevaba con un árbol solitario y un columpio triste pendía de él.Sentí haber dado un millón de pasos con movilizarme uno solo; pero por fin volvía a ver la colina inmensa y el zacatal infinito, sentía el terror que sentí la primera vez que tuve este sueño y hasta podía sentir el vestido rosado que siempre uso cuando sufro esta pesadilla. Por un momento entre el zacatal se asomó una negra meno, luego dos y súbitamente me ví rodeada de un millar de negros apéndices y tentáculos incrustados de gemas negras. Corrí. Me apresuraba como si el mismo diablo me persiguiera; ya he tenido este sueño y ya sé como acaba, pero no dudé ni un solo momento en sacar el prisma negro y rascarlo con mi uña del primer dedo. Al abrirse el mandala yo ya sabía a donde llevaba, así que lo crucé sin pensarlo. Caí en mi apartamento, al otro lado del primer mandala mientras este último se evapora en el aire. "Préstame tu poder, dime tu nombre" y el prisma no respondió, pero en efecto escuchó cada palabra que le dije. Necesito volver a emprender un viaje de este tipo nuevamente, pero no puedo realizarlo hasta que el pesado estrés que nubla mi juicio se aligere y puede discernir mejor a donde ir, y a dónde no ir. Pues de entre la infinidad de universos e incluso el Googolplex de mundos en mi propio cosmos, he terminado en el único lugar donde mi más escabrosa pesadilla es la piedra angular que constituye nuestra realidad.
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El Espejo con el Color del Abismo
HorrorUna incauta dama encuentra la llave para caminar más allá del tiempo y el espacio. No obstante, todo poder demanda un sacrificio igual de grande.