Pino de sangre

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Era una mañana medianamente gélida, un invierno que no es como muchos otros. Podía observarse un hermoso paraíso montañoso, lleno de bosques de coníferas. Cerca de ahí, descansaba un ciervo de gran tamaño y de un suave pelaje ocuro. Pese a que no hablara cual humano, era evidente su gusto particular por recostarse bajo las ramas de algún pino; sentía que las hojas de este le rascaban suavemente su ancha espalda.

En aquél paraíso natural se movía un cazador. Cubría su cuerpo con unas chaquetas enormes y voluminosas, mientras que su rostro podía verse al descubierto; su mirada era tan fría como la nieve. No había amor, ni paz, ni piedad en sus ojos. Atento al ruido, buscaba su próxima cacería: un ciervo. Era, para su suerte, el momento perfecto.

Por otro lado, las rosas -quienes apenas sobrevivían a las temperaturas-, se mantenían firmes, deslizando gotas pequeñas a través de sus pétalos y sus tallos, mientras observaban la situación bastante confundidas. Era casi como si sospecharan lo que estaba por suceder después.

De pronto, al notar el arma del cazador y sus obvias intenciones, comenzaron a alarmarse, enredándose entre ellas mismas. Posteriormente, el cazador localizó el ciervo, cargó su arma y sin pensarlo dos veces, disparó sin piedad al pobre animal.

El impacto fue tan fuerte que hizo salpicar sangre por todas partes; el cuerpo de los pinos se tornaron a un penetrante rojo carmesí. Las rosas, inocentes y puras, se mancharon con el líquido rojo casi por completo. Su espanto fue tal, que estaban a punto de romper sus tallos, con tal de seguir abrazadas entre sí.

Entonces, el paraíso se había transformado en un infierno. La escena permanecería en gran suspenso, hasta que un grito ensordecedor interrumpió el silencio. El grito desgarrador provenía del hombre cazador. Las rosas, quienes seguían sin soltarse, intentaron ver con atención lo que pasaba, aunque resultó imposible hacerlo por la sangre que les impedía ver.

Irónicamente, el mismo cazador se cazó a sí mismo de forma inexplicable.

Las flores, confundidas por lo sucedido, regresaron su mirada al ciervo, quien huyó rápidamente debido al ruido. Fue ahí cuando dedujeron que la naturaleza le había devuelto el golpe a aquél frívolo hombre.

Rosas de LlantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora