El mundo es tan grande y tan disperso que no cabe espacio para la monotonía. Desde nuestros ojos, existen tantos colores que nadie es capaz de contarlos uno a uno.
Cada parte del cosmos tiene una parte importante, al menos eso creemos los humanos. Hay variedades y dualidades, como el blanco y negro, el bien y el mal, luz y oscuridad.
Si bien creemos que una de ellas es mejor que la otra, en realidad no se trata de eso; de hecho, el taoísmo dice que no hay opuestos, sino complementos. Por tanto, cualquier dualidad es necesaria para mantener el equilibrio de un lugar, y cualquier elemento es esencial para que fluyan las cosas.
Todo ser vivo posee una virtud que le da una misión en el mundo, aunque el ser humano no sea capaz de notarlo.
Hablando de variedades y seres vivos, me encantan las flores. Los jardines con flores son lugares paradisíacos para mí. Algunas casas son decoradas con jazmines, y son reconocidas por aficionados a la jardinería debido a su increíble aroma.
Ahora que lo recuerdo, siempre he visto a mi abuela cuidar de sus plantas. Desde que vivo con ella, la veo todas las mañanas a través de la ventana de mi cuarto, antes de bajar a la cocina. Siempre se pasea por su jardín, como esperando a tomar energía de la naturaleza. Con orgullo acepta su favoritismo por sus jazmines, que le decoran su pared en forma de enredadera.
A veces me pregunto si las flores pueden hablar entre ellas; supongo que deben hacerlo en algún momento, mientras los humanos duermen. Deben contar sus secretos por las noches, antes de dormir.
Una tarde, mi abuela me advirtió que saldría al mercado con Marta, su amiga de toda la vida. La despedí con un abrazo y me quedé en la sala. Al cabo de unas horas después, escucho las llaves de la puerta.
Era mi abuela, tarareando una canción.
Al entrar, camina hacia una silla de madera, mientras deja una maceta en la mesa. Me acerqué apenas la ví entrar.
Miré su nueva adquisición: una planta de julieta. Ella quería esa planta desde hace meses, pero no podía conseguirla. Me dijo que iba a colocarla en un portamacetas del jardín, al lado de los jazmines.
Al día siguiente, ya estaba instalada en el viejo portamacetas. La veo, como cada mañana, paseando por el pasto. Esta vez le habla a las flores, pero hay algo que he pensado desde que desperté.
¿Las flores serán capaces de sentir celos? ¿Estarán contentas de recibir a un miembro nuevo? Creo que he pensado demasiado.
A veces imagino que se ha desencadenado un desorden en el jardín. No habían pasado muchas horas desde la llegada de la nueva planta, pero seguramente ya habrán sentido el cambio en su entorno.
Con los días, la diferencia era cada vez más evidente entre flor y flor, incluso entre los rayos de luz que recibían eran diferentes a los de las demás plantas. Con esto y la enorme incomodidad en el lugar, podía sentir algo extraño.
Algo cambió en ese jardín.
Entiendo la incomodidad de la julieta. El sentirse excluida debió darle la impresión de no ser bienvenida ni aceptada. Allí es cuando entra una avalancha de emociones, cambiando mis pensamientos a preguntas sin respuesta.
¿Por qué llegó? ¿Por qué no es aceptada? ¿Su nueva realidad es temporal? ¿Su nuevo hogar es lo mejor para ella? Vuelvo a pensar mientras bebo mi café.
Las enredaderas de jazmín blanco, quienes seguramente estaban abrumadas en sus ideas, fueron moviéndose lentamente con los días. Estas enredaderas parecían alejarse cada vez más de la nueva planta. Mi abuela quizá no prestaba atención al nuevo fenómeno, pero yo sí.
Le pedí a mi abuela que me dejara acercarla más al suelo. Solo me permitió cambiarla de lugar, sobre una vieja silla blanca. Afortunadamente, al lado de esta había un rosal bastante largo, aunque de momento sólo tenía una flor.
Creo que la julieta pudo encontrar alivio estando ahí. Su nueva compañera era una bella flor carmesí, quien recibe un poco de sol. Las nubes y el cielo combinaban perfectamente con sus pétalos brillantes y suaves, como los demás jazmines.
La misma noche en la que la moví, tuve un sueño extraño. Ambas plantas parecían hablar entre ellas. Podía escuchar sus voces.
– Soy nueva aquí.
– Ya te he visto antes, me da gusto tenerte cerca de aquí; debió ser difícil haber sido compañera de los jazmines.
– Y no te equivocas –Parecía que la voz de la Julieta estaba quebrándose–. ¿Crees que hay algo malo conmigo? ¿Debería irme de aquí? –Preguntó insegura.
La rosa, confundida por su pregunta, la miró de arriba a abajo, analizándola. A decir verdad, ni siquiera yo, expectadora, veía algo raro en ella.
– No lo creo –respondió amable–. Eres bastante linda, ¿dónde conseguiste esas hojas tan verdes?, y esas raíces... No había visto algo igual. –La rosa sonaba bastante segura de su respuesta. Quisiera tener una amiga así de buena como ella.
– ¿De verdad lo crees? Estar rodeada de bellos jazmines y no encajar con ellos me hizo llorar mucho estos días...
– Seguramente es porque no están acostumbrados a dejar de ser las favoritas de la abuela. Has llegado para quedarte.
– ¿Debería sentirme bien por eso? De dónde vengo, hay tantas plantas como yo, que no veo diferencia.
– Te daré un ejemplo, Julieta. Conozco el exterior y, aunque en este jardín los tulipanes son únicamente rojos, estamos conscientes de que, fuera de este, hay de todos los colores. Incluso, aunque todas ellas sean rojas, no tienen el mismo tono, ni los mismos pétalos, ni la misma vida –Tanto Julieta como yo estábamos asombradas. Ninguna de las dos pensaba que una rosa tendría tanta sabiduría. Estábamos atentas a sus palabras–. En este caso, pueden haber muchas julietas en el exterior, pero sólo tú vives aquí. Aquí pueden haber muchas plantas de todos los colores, pero ninguna es como tú. Deberías alegrarte por ser distinta.
Entonces, Juli (como ahora le llamo) se mantuvo pensando un par de segundos, observando su alrededor. Después, miró al cielo y suspiró, liberándose de sus inseguridades.
Enterró el miedo y brotó de sus hojas la confianza en sí misma.
Me despertó mi abuela, me había quedado dormida en la sala.
Desde ese día, amo las julietas y los rosales.
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Rosas de Llanto
FantasíaLas rosas ocultan sus secretos bajo los pétalos, húmedos por la lluvia y fríos por la soledad. Amargamente sobreviven al invierno, pero en primavera descansan de su dolor. Sus tallos quedan casi congelados en medio de un invierno lluvioso, teniendo...