Hojas de otoño

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—Vamos, Potter —le dijo Snape— no sabía que eras igual de debilucho que tu padre.

El pelinegro se puso de pie una vez más, sudando por el esfuerzo que representaba el no tener el control total de sus habilidades. Miró al hombre de nariz ganchuda y cabello oscuro con odio, no lo soportaba, las ganas de prenderlo en llamas hasta volverlo polvo eran enormes y si no lo había hecho era únicamente por Draco quién tranquilamente dibujaba en una esquina, con su cuaderno en las piernas y su mirada clavada en el papel, de donde se levantaba de vez en cuando solo para dedicarle una sonrisa de aliento.

—No creo que a mi madre le haga mucha gracia escuchar que se expresa así de su marido.

—Tú madre sabe perfectamente bien el tipo de basura que es tu padre, no hace falta que me escuche.

Harry se levantó del suelo como un resorte, prendiéndose en fuego totalmente, iluminando la oscura habitación de sobremanera. Estuvo a punto de lanzarse sobre Snape cuando una pared de agua y viento se interpuso entre ellos. Harry miró hacia Draco quién aún sin levantar la vista simplemente había levantado una mano para hacer uso de su elemento y con la otra seguía dibujando tranquilamente, como si su padrino no hubiera estado a punto de ser incinerado. Harry suspiró ante el gran dominio y despliegue de poder que Draco había mostrado y una pequeña punzada de vergüenza se instaló en su pecho; ambos habían obtenido sus poderes a la misma edad, ambos tenían el mismo tiempo con ellos y solo Malfoy había demostrado ser capaz de dominarlos por completo.

Miró a Snape una vez más, el hombre le sonreía con burla pero Potter no se dejó provocar una vez más, las llamas desaparecieron de su cuerpo, dejando la habitación con el mínimo de luz y Draco tomó aquello como una señal para desaparecer la pared de agua y viento. El moreno se quedó quieto, recobrando la compostura, respirando lentamente como Snape le había enseñado. El elemento tierra lo tenía bastante controlado, pero el elemento fuego era otro caso, éste parecía dominarse por sí solo, se negaba a cooperar del todo con él y aquello le frustraba.

Llevaban semanas trabajando en ello, Harry sabía que Snape solo cooperaba por que Draco se lo había pedido como un favor especial, haciendo mucho énfasis en que nadie podía saber sobre los poderes del que pronto sería su cuñado y Potter sabía que el amargado mentor solo había decidido entrenarlo temiendo por la seguridad de su protegido y para medir sus capacidades por su decidía traicionar el arreglo de ambos reinos. A Harry no le ofendía en lo más mínimo, la historia había demostrado que los herederos de ambos astros tendían a la rivalidad y a querer asesinarse mutuamente; lo que Snape no sabía era que Harry estaba enamorado de Draco y que esa era la misma razón por la que jamás le haría daño.

El entrenamiento prosiguió por un par de horas más, Malfoy no se movió de su lugar en todo aquel tiempo, inmerso en sus propios asuntos y cuando por fin todo terminó Harry sintió que se desmayaría en cualquier momento, sobrepasado por el esfuerzo y el cansancio. Draco se despidió de su padrino y le agradeció con un gesto casi imperceptible, Potter se levantó del suelo, donde se había tirado a descansar y finalmente ambos salieron rumbo a la habitación que se le había otorgado al ojiverde, justo junto a la de Draco. Caminaron en silencio, el rubio se mantenía tranquilo, con paso ligero y elegante, pero Harry no podía ni si quiera disimular que estaba bien, caminaba encorvado, arrastrando los pies y con los brazos sobre su estómago.

—Solo tienes que pedirlo —dijo el rubio de manera tranquila.

—Puedo llegar hasta la habitación por mí mismo, gracias —y no era que fuese orgulloso, simplemente sentía que debía hacerlo, que ya que había perdido tanto tiempo en todo menos en enfocarse en sus poderes, lo mínimo que podía hacer era soportar los efectos del entrenamiento.

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