Capítulo 4 - Mi culo, su culo.

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Pero no tanto, supongo que era un líquido pre-seminal, eso no importaba ahora.

Me subí rápidamente mis pantalones y con una chispa de ira lo perseguí. No dejaría pasar esta oportunidad, había ocultado mis emociones e impulsos durante unos largos tres años.

Era la hora.
Era mi hora.

Él corre rápido pero no puede superarme, y no lo hará jamás. Logro tomarlo de la camisa y con rapidez cubrí su boca para evitar que gritara y que nos pudieran escuchar. Se resistió mientras lloraba, y con amor le susurré:

-No llores, cariño, esto lo disfrutarás como nadie.- 

Paso a lamer sus brillantes lágrimas que miraban al sol suplicando piedad. Estaban tan saladas, las disfruté.

Con las manos atadas y su boca tapada me dedico a llevarlo al sótano. Está Pol viéndome desde la tercera planta con una cara de espanto, me encargaré de él luego, no será difícil seducirlo y engañarlo. Es más bajo que yo y con aspecto de marica, podré hacerlo caer en mi trampa.

Una vez en el sótano, deteniéndome en aquella parte donde nadie va jamás, lo ato a un poste y traigo una silla para hablarle. Era una silla mágica, así que si dejan de oír sobre ella a lo largo del texto, es porque se fue caminando.

-Ya deja de resistirte, Juan. Jamás saldrás de aquí y sólo estarás estresado para mí. Relájate y disfruta esto, zorra.- 

Le quito la mordaza que le impide hablarme, confiando en que no gritará.

-¿Por qué h-haces esto? ¡¿Qué es lo que te pasa?!- Responde con su rostro inundado en lágrimas.

-Lo hago porque te amo, sé que lo haces también. Y sino, lo harás. Estoy cansado de esperar tres años, tres malditos años a que correspondas el amor que siento por ti. Ahora, cariño mío, te tengo solo para mí.- Me acerco a él, y lentamente lo beso.

Fue un beso apasionado, paulatinamente cerró sus ojos, empezó a seguirme el beso. Nuestras lenguas se encontraron. Toco sus tetillas, eran amorfas y rosadas, sin embargo, debido a que eran suyas, automáticamente se hicieron perfectas, a pesar de su apariencia. Nos separamos por falta de aire, quité su camisa con ansias de tenerlo y chupé sus pezones, hasta notar su transición de color, de un amanecer a el anochecer. Quité sus pantalones, tenía un sofisticado bóxer blanco con negro con su verguita erecta. La toqueteé hasta que a gritos me pidió que lo penetrara.

-¿Te gusta torturarme?- decía ahogándose en sus palabras y sudando. Por supuesto, estaba dejándolo a un punto antes de la primera fase del orgasmo.

-Así es (zorrita).- 

De un impulso rompí su ropa interior, estaba completamente erecto y ¡vaya! estaba completamente depilado. Él sabía que esto iba a pasar, por suerte me preparé también.

Con mi boca jugueteé con la punta de su pene. Poco a poco iba chupando más, y más.

Lo único que hacía era gemir, ya que mis ataduras le impedían moverse.

Chupé tanto su cosita que, al cabo de unos minutos, él se vino en mi boca. Era lo más delicioso que había probado, ese semen tan sagrado, había seguido mi consejo de comer piña más seguido.

-Va mi turno.- Dije.

Me quité el pantalón y mi miembro de aproximados treinta centímetros estaba listo para la acción. Juan tenía sus dos manos atadas al poste, así que no podría defenderse, no de mí.

La introduje poco a poco en su boca, podía ver lo sonrojado que estaba. Sin piedad se lo metí hasta el fondo, con todo y testículos. Podía sentir su ahogo, así que tomé su cabello, empujé mi verga hacia el interior de su boca, lo saqué con alta velocidad y, nuevamente,  mis treinta centímetros estaban hasta su garganta. Repetí este proceso hasta que me corrí al cabo de media hora, noté a Juan algo morado, así que lo dejé descansar.

-Ni creas que te dejaré así de fácil, viene lo mejor.- Le advertí.

Deshice los nudos que lo mantenían atado al poste. Procedí a alzarlo, posicionando sus caderas en mis hombros. Boca abajo, su rostro chocaba directamente con mi espalda, mientras que sus piernas tocaban levemente mi verga y pecho. Algo sumamente positivo de esto, es que tenía una espectacular vista de su culo desnudo simplemente girando mi pescuezo hacia la derecha. 

Debo prepararlo como mis compañeras Paula y María me enseñaron con sus historias <<yaoi>>.

Introduje un dedo, pude escuchar un gemido, pero ningún impedimento, de verdad lo disfrutaba. Lo moví un tiempo y pasé a incrustar otro dedo, realizando un movimiento similar al de una tijera, el gemido fue más fuerte y con jadeos siguiéndole. Movía sus piernas, lo cual me estropeaba seguir. Así que como método de disciplina, y aprovechando su vulnerabilidad, lo palmeé cuatro veces en las nalgas duramente. Una vez quieto, procedí a encajarle tres dedos, sus gemidos eran más fuertes, movió más las piernas y estaba bastante dilatado. Era momento de empezar con mi embestida.

Saqué los dedos mientras lo palmeé, lo deposité en el piso, lo volví a sujetar al poste y obligué a darme la espalda y ponerse en cuatro. Tomándolo de las pocas caderas que tiene, pasé suavemente mi pene por su parte íntima: la entrada de su ano. Ingresé la puntita, sus gritos de placer eran música para mis oídos. Pero soy impaciente y me gustan las cosas sin piedad, así que, sin dudarlo dos veces, lo penetré completamente.

Gritó, gritó de dolor. Yo estaba tan arrepentido y excitado, así que decidí dejarlo un poco dentro de él para que descansara. Podía imaginar su expresión facial, lágrimas, sudor y mi líquido seminal recorriendo su rostro sonrojado. Todo su interior me apretaba, y mi pene estaba palpitando como si tuviera vida propia. Lo saqué debido al calor.

-Esto lo hago por amor, maldita puta. Eres mi puta.- Finalmente puedo gritarle todo lo que siempre quise expresarle.

Sin misericordia volví a meterlo todo y muy rápido, embestida tras embestida con la mayor fuerza que pude. Al cabo de varias y fuertes penetraciones, observaba como llovían gotas de su sangre desde su ano. No obstante, eso no me detuvo. Él se estaba acostumbrando.

Logró zafarse de la soga, corrió en cuatro patas, como un perro. Pero el muy idiota dejó que mis garras lo aprisionaran otra vez. Lo acosté similar a la posición de los bebés mientras chupan teta, pero en este caso él no chuparía mi teta, no tengo. Agarré sus piernas para que no pudiera moverse y lo azoté en las nalgas con una correa que saqué de mi culo, era de cuero y de mi padre. Él debe entender que no me puede ni me va a desobedecer nunca más. Lo disciplino por amor (a sus glúteos rojos). 

Pero ya habían pasado dos minutos de azotes y no de penetración, así que lo coloqué cara a cara y lo obligué a sentarse en mi pene. Me abrazaba con sus esqueléticas piernas. Saltaba tanto, que de vez en cuando mi gran verga se salía. En eso nos besamos, fue un gran beso, apasionado, lleno de placer y fluidos corporales.

Sé que no soy precoz, así que probaré todas las posiciones que se me ocurran.

Probamos el perrito, aproveché su trasero lampiño y de bebé para nalguearlo mientras lo embestía. Luego de cabeza, en misionero y acostado como la cereza del pastel. Ambos estábamos muy excitados. Él ya se había venido unas tres veces, no podía más, su cuerpo parecía una tierna muñeca de trapo, todo para mí. 

Volví a la posición inicial, y finalmente me corrí, en gran cantidad, podía asegurar que estaba hastiado de placer. Estaba tan feliz y satisfecho, me recosté a tomar una siesta, ignorando ese sentimiento al terminar una paja de vergüenza y arrepentimiento. Al levantarme eran las diez de la noche, lo que me hará mi madre será brutal. Me vestí rápidamente y Juan aún seguía durmiendo.

Estaba totalmente desnudo, lleno de líquidos y mucha lechita. Lo dejé ahí como si fuera una mascota de la calle, él entenderá que yo lo domino ahora.

Le deposité un cálido beso y le puse mi camisa para abrigarlo.

-Nos veremos mañana, amor mío.-

Un secreto en el sótano (Amor eterno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora