Capitulo 32

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Esa dolorosa imagen de ella sangrando y su mirada llena de pánico no podía salir de su cabeza y eso cada vez lo atormentaba. Perdida la cuenta de las veces que le había preguntado al doctor cómo estaba ella estaba desquiciándose en el pasillo, pues solo obtenía la frase >>En estado delicado<< Pateaba sillas, maldecía a los doctores que pasaban y no le dirigían ni una sola palabra sobre el estado de ella y odiaba a todas las enfermeras que se acercaban a él proponiéndole cosas que un tiempo atrás habría aceptado sin objeción alguna. Pero ¿Y ahora? Las cosas eran totalmente diferentes, por alguna extraña razón ya no sentía la necesidad de salir a beber como si la vida se le fuera en ello o de tener a una rubia debajo de él gimiendo. Ahora tenía otras prioridades y eso le aterraba pero también le gustaba, amaba esa sensación de no sentir un vacío en su vida, de tener que luchar por alguien, y tan solo una razón por acabar una jornada de trabajo y volver a casa y no sentirse solo.

– Señor Blanco puede pasar a verla. Ya despertó – el médico, a quien antes había preparado una serie de situaciones perfectas sobre cómo torturarlo ahora, no le parecía tan malo. Jorge pasó sin prejuicios y nuevamente la vio postrada en una cama de hospital pero esta vez, ella estaba despierta y con un ligero rubor en sus mejillas viéndose aun más hermosa cosa que no podía pasar por alto, pero había tristeza en su mirada. Ella levantó la mirada y extendió los brazos y no pasó un segundo cuando él corrió a sus brazos y la abrazó con todas sus fuerzas.

– Tranquila, ya él está tras las rejas – susurró tranquilizando y sintió como su llanto disminuía.

– ¿Cómo está mi bebé? – preguntó aterrada de escuchar la respuestas no deseada.

– Está bien, solo fue un susto – le explicó. Gracias a Dios solo había sido eso.

– ¿Estás bien? – él la miró a los ojos y sonrió con alegría. Ella y su hijo estaban bien y ya no corrían ningún tipo de peligro, no podía estar mejor. Él asintió y le besó la frente escuchando como ella suspiraba. El sonido de su teléfono lo interrumpió, en ese momento consideraba la idea de no tener teléfono jamás en su vida, pero en el mundo real contestó la llamada.

– ¿Hoy mismo? – preguntó enojado haciendo que Martina concentrara toda su atención en él – ¿Pero como puede ser eso? – Jorge siendo consciente de la penetrante mirada de Martina habló en susurros – No puedo irme ahora, sabes muy bien que ella está en un estado delicado y no la puedo dejar así como así ¿Tiene que ser esta tarde? ¿No puede ser mañana? – Escuchó la respuesta y suspiró – Veré que puedo hacer – Martina escuchó toda la conversación. Fue muy hermoso mientras duró pero ella sabía que no pertenecía al mundo de él y debía tener eso en cuenta antes de querer estar con él.

– Tienes que irte – dijo MArtina antes de que le diera una excusa, él asintió – Ve, yo estaré bien.

– No puedo dejarte en ese estado – explicó.

– Sí, puedes. Tienes que hacer las maletas, vayamos a casa. El doctor ya me dio de alta – se sentía estúpida, no quería ser la razón por la que Jorge dejara su trabajo abandonado ¿Y si perdía su empresa? No era que le interesaba lo material, era solo que él tal vez amaba su empresa y que ella fuera la razón por la que la perdiera no sería muy agradable. Jorge la tomó de la cintura para ayudarla a caminar, no estaba inválida pero sentir la mano de él sobre ella la hacía temblar de amor.

– ¿Seguro estarás bien? – preguntó él mientras acomodaba en la maleta una de sus camisas hechas a mano en Italia, vaya gusto exquisito tenía. Eso era lo que temía ella, no ser lo que él esperaba, no ser de la clase social a la que él estaba acostumbrado, no ser el tipo de persona con el que sus socios lo verían, temía no ser lo suficiente para él. Inmersa en su mundo cayó en cuenta que él le hablaba, ella asintió – No quiero dejarte aquí así tan delicada como estás – susurró abrazándola, enterrando cabeza en su cabello aspirando el dulce aroma de su cabello – No quiero que te cortes el cabello, eres hermosa así – frunció el seño – ¿Estás bien? – se extrañó al ver que ella tragaba dificultosamente y llevaba su mano cubriendo sus ojos.

De pronto ella se apartó bruscamente de él y corrió al baño, escuchó como ella vomitaba, fue al baño y la encontró arqueada sobre el retrete, vio que el cabello le estorbaba y tomó una liga para atarle el cabello. Suspiró tranquilo cuando se levantó y su cara tenía un poco más de color.

- ¿Estás bien? – le preguntó por centésima vez en el día – No puedo irme y dejarte así como estás.

- Estaré bien solo son los síntomas – él sonrió aunque le dolía verla agonizar por los síntomas amaba esa sensación de que todo pasaba por la vida de un bebé que vendría en camino – Además no te irás mucho tiempo – dijo esperando recibir una respuesta como >>No, no será mucho tiempo<< pero a cambio solo obtuvo una respiración nerviosa de su parte y un silencio sepulcral – Porque será solo unos días ¿Verdad? – le preguntó y su mirada no le gustó. Él negó con la cabeza y se acercó a ella, pero en un impulso de tristeza se apartó - ¿Serán pocos días? – Él negó - ¡Jorge dime de una vez cuanto tiempo es! – espetó exasperada.

- Probablemente tres meses.

- ¡¿Qué?! Pero Jorge ¿Cómo van a ser tres meses? Te perderás los primeros meses del bebé.

- Si ya sé pero…

- No puedo creerlo – susurró estresada.

- No puedo hacer más nada – ella lo miró, deseaba con toda su alma reclamarle el por qué es mas importante su empresa que su hijo, pero seguro obtendría una respuesta que no quería escuchar y no necesitaba más golpes en su vida de esa forma – Pero antes de irme quiero pedirte algo - ¿Encima le pedirá algo? ¿Qué le pediría? ¿Qué no estuviera con otro hombre mientras él estaría lejos y quién sabe cuántas mujeres se le insinuarían? - ¿Quieres casarte conmigo? – Oh Dios, eso sí que no se lo esperaba.

¿El orgullo o el Amor? (JorTini)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora