Fragmento 1 - 21:21 (Parte III)

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    En consecuencia, la cortina que antes volaba ahora cae sin vida sobre el hombro de la chica para después resbalar por su superficie hasta volver a su posición original. Se nos acelera el pulso, si es que lo tenemos, pero tampoco nos lo preguntamos. La ira que nos invade es lo suficientemente intensa como para abstraernos de cualquier otra cosa. Le culpamos al verdadero intruso, ¿cómo se atreve a entrar y salir de esa forma, sin pensar en las consecuencias de lo que pueda provocar? Nos dan ganas de perseguirlo y estrangularlo, en parte por envidia por lo que él es capaz.

     Pero permanecemos inmóviles, la curiosidad nos domina, forma parte de nuestro ser. Es entonces cuando la chica realiza su primer movimiento. Separa la mano de la de su acompañante y utiliza sus finos dedos para rascarse el hombro a causa del roce de la cortina. Mientras tanto, la mano de él cae como sin vida detrás de la chica y ella, al devolver su mano en búsqueda de su compañera recibe a cambio un escalofrío al no encontrar nada en su lugar.

     Atentos, vemos cómo ella esboza una leve mueca de angustia mientras tantea alrededor de su cintura en busca de los dedos que han acompañado sus mejores recuerdos. Y ahora, con esa letal amenaza recorriendo las venas de ambos, puede que fuese la última vez que los sostuviese con vida.

    Entonces llegan los temblores. Las extremidades de ella se agitan en una danza macabra. De pronto siente el frío que rodea su cuerpo, que se cuela por sus poros hasta congelar sus huesos. Su respiración se entrecorta y un denso vaho escala desde su boca hasta desvanecerse en aquel infierno gélido. El sudor cada vez más abundante desfila creando líneas húmedas en su piel hasta precipitarse en las viejas fundas seda, que raptan cada una de sus gotas tratando de saciar su sed.

    Sabemos que ella se hunde. Se hunde en una oscuridad de la que jamás podrá volver. Pero lo que más teme es partir sola. Irse sin él. No encontrarle en ese lado desconocido y pasar eternidades enteras en su búsqueda. Después de lo que habían pasado, de lo que les había costado encontrarse y permanecer juntos en ese mundo caótico rodeado de muerte, volver a sentir esa absoluta soledad era un dolor demasiado grande como para poder soportarlo. Solo de pensarlo provocaba que su corazón se contrajese como si lo apretasen con un puño, dando lugar a sollozos mudos que jamás serían consolados.


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Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now