Fragmento 4 00:11 (Parte II)

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Mis brazos se cansaron por el peso de los pedazos de la tabla, así que tomé la opción de vestirme y volver a casa. El hogar, se había convertido para mí, en un concepto tan amplio que jamás había llegado a imaginar. Entré, por la puerta corrediza de cristal, a una habitación amplia y confortante. Encima de la cómoda, la llama de una única vela había conseguido sobrevivir toda la noche, y ahora consumía sus últimos minutos de vida junto a sus hermanas, ya apagadas

Algunos de los pétalos de rosa esparcidos por el suelo se pegaban a mis pies desnudos al avanzar por la habitación, aún se podía percibir el olor a incienso de vainilla.

A ella le encanta.

Seguí avanzando hasta detenerme junto a una cama de matrimonio blanca completamente deshecha y, en su interior, ella, como si del mejor de los regalos se tratara, se encontraba envuelta entre las mantas, todavía inmersa en un dulce sueño. Sus comisuras de los labios se arqueaban en un apacible gesto de felicidad que era incapaz de interrumpir. Su espalda, desnuda, emergía de las mantas de color blanco puro dando forma a increíbles curvas que volverían loco al cualquiera. Por sus hombros se deslizaba su suave pelo, y uno de sus brazos brazaba a la almohada bajo su cabeza. El otro se extendía a lo largo de la colcha en busca de ese elemento que completase su escena.

Tras contemplar tal atisbo de hermosura, no pude evitar besarla en la frente. Ella, bajo el dominio de sus profundos sueños, esbozó una leve sonrisa y se movió entre las sábanas dejando al descubierto sus preciosos y perfectos pechos, acariciados por su cabello al movimiento.

–Ven –dijo mientras me miraba con sus seductores ojos recién abiertos. Ojos que no olvidaría jamás.

–Acabo de salir de la playa, estoy lleno de arena –susurré. No era algo que me preocupase mucho, en realidad.

No hizo falta más que unos pocos segundos de contacto visual para hacerme cambiar de opinión. Era la criatura más persuasiva que jamás había conocido. No era capaz de resistirme a ella. Nos besamos y nos acariciamos. Hicimos el amor como nunca y como siempre. No existía nada en la existencia que pudiese con todo ello. La existencia éramos nosotros. Y nosotros éramos uno.

Abrí la ducha y el agua empezó a caer. Me quité la poca arena que me quedaba y me quedé allí dentro por un rato con los ojos cerrados, simplemente para disfrutar del momento. Para sentir cada gota que caía sobre mí y resbalaba sobre mi piel. Más tarde, me sequé el pelo y me envolví en una toalla en torno a la cintura. Con motivo de llegar a la cocina, pasé por el pasillo principal, llena de fotos de todas aquellas personas con las que había compartido mi vida y ahora formaban parte de mí.

–¡Papá!

–¡Buenos días, princesilla! –dije a la vez que levantaba a aquella preciosa niña y la ponía entre mis brazos.

–¿Qué me tienes que decir hoy? –preguntó entusiasmada tras darme un beso de bienvenida en la mejilla.

–Ah, pues no sé, déjame que lo piense... ¡Feliz San Eustaquio!

–¡No!

–¿Feliz San Palomino?

–¡No!

–¡Ah! Ya sé, ¡Feliz San Carmelo!

–¡Que no!

–Anda, deja de ser tan malo con ella ¡Siempre estás igual! –Se quejó entre risas aquella preciosa mujer que se dedicaba a ver ese numerito mañanero.

En ese momento la dejé en una silla y pedí que cerrase los ojos. Entonces saqué de la nevera una enorme tarta de chocolate casera que habíamos estado haciendo a escondidas la noche anterior y la puse frente a ella tras encender sus ocho velas.

–¡Feliz cumpleaños!

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now