Fragmento 2 - 22:21 (Parte IV)

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    No encontraba soluciones alternativas y no había tiempo para pensar. Volví a empujar la escotilla con todas mis fuerzas sin resultado, solo había dejado el suficiente espacio como para poder mirar al otro lado, pero en cuanto me asomé mi sangre y mi cuerpo se congelaron.

En forma de una gran estructura de marfil, la última puerta se acercaba poco a poco desde detrás de la escotilla. Enseguida pude reconocer siniestros cuernos que apuntaban a todas las direcciones y conjuntos de calaveras que movían sus mandíbulas hambrientas.

El miedo me paralizaba por completo, mi mente se limitaba a observar las oscuras cuencas que me hipnotizaban, en escuchar el sonido del rechinar de sus dientes cada vez más cerca. Más cerca. Vienen a por mí.

El miedo extremo me hizo reaccionar para escapar de su conjuro y cerré la escotilla para poder pensar con claridad. No quedaba mucho tiempo. Mis ideas pasaban a una velocidad que nunca habían alcanzado, mezclando todo tipo de pensamientos lógicos e ilógicos. Alguno tenía que servir, solo tenía que repasar todo por lo que había pasado. La puerta de hierro, la puerta de cobre, la puerta de marfil... ¿Pero que había antes? Quizás nada de eso servía. Era Dios de ese mundo inestable, para alcanzar la verdad no quedaba otra opción que desprenderme de él. ¿Entonces de qué sería dueño? ¿Qué me quedaría? Solo mi mente y mis pensamientos pero, ¿no había sido así hasta ahora? Entonces todo quedó claro por un momento, era hora de hacer mi apuesta final.

Los últimos pedazos de luz caían del cielo y se descomponían antes de tocar lo que sería el suelo. Volví a empujar la escotilla con todas mis fuerzas pero se abrió más de lo esperado haciéndome perder el equilibrio y caer al otro lado. Cuando alcé la cabeza encontré una de las calaveras de marfil a unos centímetros de mi cara, clavándome sus ojos desencarnados en los míos, abriendo su mandíbula al máximo tratando de saciar su hambre. Rápidamente me incorporé y trate de volver al otro lado de la escotilla, pero no había lugar al que volver, ya no quedaba nada.

La escotilla se cerró de un golpe encerrándome con la amenaza. En ese momento pude leer la palabra 'muerte' en la frente de la calavera más alta. Frente a mí tenía la puerta que solo cruzaría una vez, de la que las otras puertas me estaban intentando proteger. Puede que hubiesen fallado.

El marfil empezó a expandirse. Los cráneos, con un grito de dolor que resquebrajaba el espacio mismo, desencajaban sus mandíbulas haciéndolas caer al suelo. Sus bocas se juntaron en un mismo orificio de gran tamaño con una profundidad oscura y densa como el petróleo que sangraban las cuencas que lo rodeaban.

Apoyé mi espalda contra la escotilla cerrada intentando ganar espacio, pero ya no quedaba. Uno de los cuernos se clavaba en mi hombro mientras el gran agujero me succionaba a su interior. Estaba a punto de sucumbir, a segundos de perecer, pero mis sentidos despertaron. Ya sabía lo que hacer.

—¡Un sueño! ¡estoy en un sueño! —grité hasta quedarme sin voz.

Todo sucedió a velocidad extrema. La puerta de marfil retrocedió a su posición original en la lejanía. Las calaveras cerraban sus bocas y volvían a su descanso. Espero que por mucho tiempo, pensé. A mis espaldas, la escotilla se abrió por completo. En ese instante entendí que no debí de haberla forzado en ningún momento, sino dejar el proceso fluir por sí solo. Después de todo, su objetivo era mi protección.

Crucé el umbral y me dejé caer sobre mí mismo. Consciencia sobre inconsciencia.

Era hora de despertar.

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now