Fragmento 3 23:11 (Parte I)

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Ella siempre soñaba con castillos. Enormes estructuras de piedra rodeadas por profundas fosas de agua en las que habitaban las más fieras bestias acuáticas. A veces eran altos, con incontables torreones y brillantes como el cristal. Incluso parpadeaban en tonos esmeralda con las últimas luces del ocaso. También había ocasiones en las que no eran más que un gran bloque macizo de un absorbente negro azabache, sin puertas ni ventanas, simplemente reunían un conjunto de eternos pasillos sin destino que se entrelazaban en un laberinto sin salida. Los había soñado de todos tipos y formas. De roca y de pastel. Nunca se sabía qué sorpresa aguardaría esa noche pero algo era seguro: ella siempre soñaría con castillos.

Se podría decir que la forma dependía de su estado de ánimo. Cuando pasaba un buen día en el colegio, soñaba con un castillo reluciente, grandes banquetes que culminaban en elegantes bailes de salón y hadas revoloteando por los alrededores. Los cuadros de los pasillos sonreían y las gigantes lámparas de candelabros emitían brillantes y cálidas llamas naranjas. Pero había veces, cuando todo salía mal, en las que los muros se torcían, las caras se deformaban y los banquetes desaparecían. Las grandes salas se tornaban en pequeños y agobiantes habitáculos que se reducían hasta asfixiarla. Las velas se apagaban y la cera se congelaba dando lugar a un insufrible frío invernal. Menos mal que Alicia casi siempre tenía días buenos.

Mucha gente se olvida de sus sueños nada más despertarse. Abren los ojos y piensan en si les queda suficiente café, en a quién le toca sacar al perro o en repasar mentalmente si han hecho los deberes para el día que les espera. Alicia no lo comprendía en absoluto. ¿Qué es más importante que tus sueños? ¿En serio es más interesante ir al colegio que poder volar mientras duermes? No es que ella detestase el colegio pero, venga ya, si hubiera que decidir estaba más que claro.

Alicia no se conformaba solo con redordae sus sueños, sino que los hacía una parte importante de su realidad. Todas las mañanas se ponía el despertador diez minutos antes de que la llamaran para ir a clase. Ni titubeaba ni se desperezaba dando vueltas entre las mantas. Se lanzaba como un rayo hacia la silla de su escritorio y, en unos segundos, repasaba mentalmente cada uno de sus pasos dentro del sueño del que acababa de despertarse. Miraba al techo en silencio y bostezaba como mucho un par de veces. Tenía una ventana, sí, pero no quería distraerse con el perro del vecino, que siempre daba vueltas y ladraba nervioso en espera de su paseo matutino. A Alicia le resultaba muy gracioso porque el vecino, su dueño, le había dejado atada una pelota de tenis de la rama de un árbol y había ocasiones en las que el perro saltaba y la agarraba con los dientes, quedando colgando como un péndulo que siempre provocaba a Alicia una enorme risotada.

Por las mañanas, Alice siempre sentía la tentación de asomarse para ver a perro, pero necesitaba concentrarse. Concentración, concentración, concentración. Apretaba sus ojos muy fuerte, arrugando toda su cara, como si aplastara los pensamientos dentro de su cabeza. Al parecer lo hacía muy a menudo pues Miranda, su profesora, repetía prácticamente cada día que como siguiera poniendo esa cara tan fea se le acabarían metiendo los ojos dentro de las cuencas. Pero Alicia sabía que era mentira. Solía decir ese tipo de tonterías, asustándo a los alumnos como si fuesen niños de preescolar. Ella ya era mayor, jolín, acababa de empezar la secundaria.

Así que por mucho que dijesen, ella no iba a parar de fruncir el ceño. Lo necesitaba para pensar con claridad. 'Defectos de fábrica' solía decir su amiga Judith, excusando su fuerte respiración que solía molestar a sus compañeros, sobretodo durante los exámenes. Al parecer, nació con un no-sé-qué en la garganta que tuvieron que operar más tarde, provocándola una voz ronca y esa respiración que tan poca gente soportaba. A Alicia le daba igual, de hecho eran muy buenas amigas.

Concentración, concentración, concentración. A estas alturas, Alicia ya habría empezado a dibujar el castillo de su sueño como todas las mañanas. Aunque iba a ser hora de ir a clase, en esa época del año aún quedaría bastante para que saliese el Sol. Tras un largo suspiro, echó un vistazo al montón de dibujos que tenía a su lado. Fue como consultar un diario de recuerdos reales de vidas pasadas: paseos por los lujosos aposentos, exploraciones por las catacumbas, viajes por las ciudadelas... Para ella los recuerdos reales o soñados dotaban del mismo valor, por lo que se podría decir que, a sus pocos años, ya había disfrutado de las más gozosas de las vidas.

De pronto, una bombilla se encendió en su cabeza. El castillo tomó forma en sus pensamientos y rápidamente agarró un puñado de lápices de colores y empezó a dibujar. Recordaba un enorme puente levadizo, hum, y también había una bodega, ah, y grandes banderas colgando desde el techo, ¿Cómo eran? Da igual. Faltaba algo importante. Sí, algo que destacaba sobre el resto. ¿Dónde? Frunció el ceño, aplastando sus pensamientos una vez más. Recorrió a toda velocidad cada uno de los pasillos, subía y bajaba escaleras, mirando tras los cuadros en busca de pasadizos secretos, husmeando en las esquinas como un perro sabueso. Buscó y buscó hasta que al fin lo encontró.

Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now