Capítulo 1

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Hace tres días desde que mi madre murió, desde entonces nada a vuelto a ser lo mismo. Mi padre decidió que para olvidarnos del asunto, lo mejor era alejarnos de la casa donde siempre habíamos vivido e irnos a vivir con su hermano Thomas a las afueras de la ciudad. No me dijo a donde íbamos hasta haber iniciado el viaje.

La casa del tío era enorme.

Tan enorme como la soledad que me embargaba en el momento en que vi como él, mi padre, se alejaba en el mismo coche que nos había traído hasta allí. Frente a la enorme puerta que me separaba de un adusto jardín de lo que suponía que a partir de ahora sería mi hogar, derramé mis primeras lágrimas desde que ella ya no estaba conmigo, pero me las tuve que tragar con la misma rapidez con que se escaparon de mis ojos porque esa puerta ya estaba abriéndose y sin darme cuenta una pequeña mujer de edad indefinible y ojos nerviosos me había hecho entrar hasta el salón, me había arrebatado mi pequeña maleta de mis manos agarrotadas y estaba sirviéndome un vaso de leche. -Tómalo antes de que se enfríe, no querrás que tu tío te vea con esa cara de aparecido, ¿verdad? Es un hombre muy ocupado y muy serio, no puede entretenerse con niños escuálidos y enfermizos.

Intenté tomarme la leche muy rápido pero nada más dar el primer sorbo me quemé, y di un grito que hubiese querido evitar. La mujer comenzó a reírse, o eso me pareció, porque en realidad era como un graznido agudo y estridente. -Vamos chaval, te llevaré a tu cuarto para que te prepares para la cena. Será a las siete en punto, no te retrases, tu tío es un hombre de costumbres muy definidas y cualquier contratiempo le resulta impertinente.

No puedo describir como era el cuarto donde me acomodó la mujer, no encuentro las palabras que puedan explicar el tremendo susto que me llevé. El techo era abovedado con extrañas pinturas al fresco, o quizá eran manchas de humedad, en un primer vistazo no pude discernirlo ya que todo estaba oscuro, las ventanas cerradas a cal y canto, cubiertas con grandes cortinajes gruesos de paño oscuro. La cama ocupaba el centro, con un gran dosel de caoba negra y telas granates, el colchón tan alto que creí necesitar una escalera para encaramarme a él. Una pequeña mesa escritorio llena de compartimentos cerrados bajo llave con una sola vela pelada pinchada en una especie de chincheta gigante. La silla dura, triste y sola en una esquina junto a un paragüero oxidado cuyo único habitante era un bastón astillado con pomo de águila tuerta.

Decidí abrir las cortinas y que entrase un poco de luz pero entonces escuché, como en un susurro, las campanadas de las siete. No podía creerlo ¿ya eran las siete? No había conseguido ni quitarme las botas de viaje y ya tenía que estar en el comedor para la cena. No lo pensé ni un segundo, no podía fallar el primer día, no sabía como era mi tio, no le había visto nunca. Salí disparado al corredor y entonces me di cuenta de que no sabía donde estaba el comedor, ni siquiera sabía ya cual era mi habitación, ya que al cerrarse la puerta tras de mí me quedé desorientado, todas las puertas eran iguales. Me detuve a pensar, ¿qué era lo más lógico? el comedor tenía que estar abajo, eso tenía sentido.

Comencé a bajar las escaleras lo más rápido que pude, pero parecía que cuanto más bajaba más escaleras aparecían. Entonces escuché entrechocar de platos y cubiertos y me dirigí hacia donde parecía provenir el ruido. Según me acercaba distinguí murmullos, gente que hablaba quedamente, una voz femenina, sí, y otra masculina, o dos, no podía distinguir bien. Entré en la habitación de donde estaba seguro que se encontraban cuando lo que vi me dejó estupefacto. Una mesa puesta como para una fiesta llena de polvo y nadie sentado a ella. No podía ser, no tenía sentido. Entonces sentí que se cerraba una puerta a mi espalda y unas risas que desaparecían por el pasillo.

Estaba petrificado. No podía moverme. Un sudor frío comenzó a recorrer mi espalda. Me pareció que una silla se movía y que una servilleta ajada se dejaba caer al suelo. No pude soportarlo más y salí corriendo de allí. Al encontrarme de nuevo en el pasillo me topé con una chica algo mayor que yo, me miraba desde el tramo superior de la escalera, con curiosidad, incluso con tristeza. Decidí acercarme a ella y preguntarle donde se encontraba el comedor pero apenas di unos pasos ella dijo con una voz casi ininteligible: - Llegas tarde.- Y desapareció.

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